Mateo 3:13-17
Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.
Otras lecturas: Isaías 42:1-4, 6-7; Salmo 29:1-2, 3-4, 3, 9-10; Hechos 10:34-38
Lectio:
Después de la huida a Egipto, la Sagrada Familia se asienta en Nazaret (Mateo 2:19-23). Aparte del viaje a Jerusalén para la Pascua con el episodio de Jesús y los maestros de la Ley en el Templo (Lucas 2:41-52), no tenemos noticia alguna de su vida familiar como tal.
Los últimos detalles con que contamos son muy escuetos: “Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los hombres”. Y nada más. Existe un vacío temporal entre esta frase y la descripción de la persona de Juan Bautista, el contexto geográfico de las orillas del Jordán, su predicación de un bautismo de conversión y su anuncio de que “viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Lucas 3:16). Ese vacío en el relato ha dado pie a mil conjeturas y teorías para satisfacer la curiosidad y el deseo de información sobre los “años oscuros” de la vida de Jesús antes de su ministerio. Desde una supuesta formación mística en el Nepal, a su vinculación con algún grupo de esenios, puedes encontrar innumerables hipótesis y especulaciones, ninguna de las cuales tiene el más ligero soporte histórico.
Por el contrario, el hecho del bautismo de Jesús y su relación con Juan y su entorno son los temas con más fundamento respecto a su vida. Los relatos del bautismo y la Pasión son los elementos comunes a los cuatro Evangelios que no parecen estar sujetos a dudas serias en cuanto a su base histórica. La condena a muerte en virtud de la cual crucificaron a Jesús como blasfemo, predicador herético y agitador político era tan ignominiosa que los discípulos la habrían escondido de no ser verdad innegable. De igual modo, si no hubiera tenido lugar el acontecimiento del bautismo, no habrían mencionado que Jesús se había sumado a un grupo de “pecadores” o penitentes, ya que eso habría provocado dudas sobre su condición de “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). El mensaje es simple: si el Hijo de Dios ha de compartir nuestra condición humana, eso significa que también ha de ser “contado entre los malvados” (Isaías 53:12). Esto, a su vez, resulta tan anómalo que Mateo no duda en incluir un diálogo que sólo él recoge: era conveniente que se cumpliera “todo lo que es Justo ante Dios”. Aun cuando resulte oscura la frase, el significado puede ser tan sencillo como “los caminos de Dios son distintos de los de los hombres”… la paradoja a la que ya nos tiene acostumbrados la historia de la salvación.
Pero, a pesar de las apariencias, la presencia misteriosa del Espíritu pone en su sitio todos los elementos individuales. Juan era “la voz que clama en el desierto”; Jesús, en cambio, es la Palabra. Y por encima de todo, hay otra voz que viene de los cielos y explica el verdadero sentido de aquel rito de purificación por el agua: se trata en realidad de la confirmación de Jesús como el Hijo Amado del Padre, en el que se complace. Más tarde, los discípulos se sentirán desconcertados al oír a Jesús hablar de su futuro como el Mesías “esperado” que se presenta de manera tan “inesperada” como lo es el someterse a la injusticia, la tortura y la muerte y resucitar de entre los muertos. En este caso, la Transfiguración, la voz de los cielos volverá a confirmarle como el Hijo Amado, el único al que han de escuchar (Mateo 17:1-8).
Y así se cierra el ciclo de la Teofanía de Dios: el nacimiento en Belén entre los miembros más humildes de Israel; la adoración de las naciones representadas por los Magos; y la proclamación como el enviado para bautizar con fuego y Espíritu santo en el bautismo. La vida pública de Jesús, su ministerio, está a punto de empezar.
Meditatio:
Como otras veces, una sencilla sugerencia para nuestra Meditatio: como antes vimos, el bautismo del Señor es la última etapa en el ciclo litúrgico de la Teofanía de Dios. Pero, ¿hemos entendido de veras lo que para el Verbo significó “encarnarse”, asumir la condición humana? ¿Podemos ampliar estos misterios al resto de la existencia de Jesús, incluyendo su muerte y su resurrección?
Para quienes pertenecemos a Iglesias “históricas”, donde es habitual el bautismo de niños, la experiencia vital que suponía el sacramento para los primeros cristianos era una vivencia personal que no hemos experimentado. ¿Cómo podemos asumir y hacer realidad el sentimiento de transformación, de pasar por la experiencia simbólica y física de volver a nacer? Y no sólo eso, ¿cómo podemos “ponernos nuestros vestidos bautismales” de una vida nueva en Cristo? ¿De qué manera podemos seguir los pasos de Jesús y andar “haciendo el bien y sanando” a los oprimidos por el diablo?
Una última pregunta: ¿somos conscientes de nuestra dignidad (y de la de los demás cristianos bautizados) como miembros del cuerpo de Cristo, “sacerdote, profeta y rey”?
Oratio:
Recemos por nosotros mismos y por todos los cristianos que fueron bautizados de niños: para que renovemos consciente y seriamente las promesas bautismales que n en nuestro nombre pronunciaron nuestros padrinos. Reza por quienes están preparándose para recibir el bautismo: para que profundicen en el conocimiento y en el amor de Cristo y sepan asumir las responsabilidades de un paso tan serio. Reza también por quienes han abandonado la Iglesia en que fueron bautizados: para que el Espíritu les conduzca por sendas de fidelidad a sí mismos y al Evangelio y reencuentren al Señor en sus vidas.
Contemplatio:
Lee un par de pasajes en los que Jesús expone las condiciones que les exige a quienes quieren seguirle: los textos paralelos de Mateo 16:24-28 y Lucas 9:23-27. Si hubiéramos de aceptar esas exigencias, ¿estaríamos deseosos y dispuestos a recibir el bautismo? Lee también Mateo 4:18-22. De nuevo, ¿seríamos capaces de dejar nuestra casa, la familia y el trabajo para seguir a Jesús? Seamos objetivos. Comparada con la suya, nuestra respuesta es muy limitada y pobre. Pero, al menos, podemos ser conscientes de esas limitaciones y deficiencias. Aceptémoslas y hagamos propósito de comprobar nuestra capacidad para luchar contra el egoísmo y fomentar nuestra generosidad en este año que apenas ha comenzado.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España