[or] Otras lecturas: Ezequiel 37:12-14; Salmo 130:1-2, 3-4, 5-6, 7-8; Romanos 8:8-11
[h1] Lectio:
Es este el último domingo antes de Semana Santa, y en él leemos el tercer fragmento del evangelio de Juan. Primero vimos el signo del “agua” en el diálogo de Jesús con la samaritana; después, la “luz” en la curación del ciego de nacimiento; hoy encontramos la “resurrección y la vida” en el signo de Lázaro llamado de nuevo al mundo de los vivos. Hay, además, algo especial en este signo: es el séptimo, el último de la serie que presenta el evangelio de Juan. Debemos recordar una vez más que esos signos no remiten al lector a dimensiones o realidades espirituales, sino a Jesús mismo: él es el pan de vida, el agua viva, la luz del mundo, la resurrección y la vida de quienes creen en él.
En este caso, una serie de detalles ponen de relieve la dimensión simbólica del signo. Tiene lugar inmediatamente antes de la cena que le ofrecerán a Jesús en casa de Lázaro y donde será ungido anticipando su verdadera muerte y sepultura. Después de la vuelta a la vida de Lázaro, los acontecimientos se precipitan de modo inesperado: se reunirá el Sanedrín y tomarán la decisión de dar muerte a Jesús. Con su habitual estilo irónico, Juan recurre de nuevo a la paradoja: la vida de Lázaro, dando un giro insólito, provocará la muerte de Jesús para que no perezca el pueblo (11:50) y “para reunir a todos los hijos de Dios que estaban dispersos” (11:52).
Pero, como ya es habitual, el dramático relato de los acontecimientos encierra muchas cosas más. En primer lugar, como en el caso del ciego de nacimiento, hay un propósito y un sentido en la enfermedad y muerte de Lázaro: “mostrar la gloria de Dios, y también la gloria del Hijo de Dios” (11:4). Eso podría explicar la tardanza de Jesús para ponerse en marcha, sanar a su amigo e impedir su muerte. Las circunstancias, además, nos dan el “tono” en que se desarrollará toda la historia: un clima de amenaza de muerte. Jesús y los discípulos evitan ir a Judea, ya que en la anterior visita estuvieron a punto de apedrear a Jesús (10:31-39). Por eso, la decisión de ir a Betania es arriesgada. No obstante, provoca una reacción valiente de parte de Tomás: “Vamos también nosotros, para morir con él” (11:16).
Los acontecimientos en Betania presentan toda una gama de sentimientos, actitudes y detalles sobre Jesús mismo, Marta y María, y los personajes que las rodean. Tenemos una de las descripciones más dramáticas de la dimensión humana de Jesús. Poco hay de nuevo en su actitud compasiva, en su capacidad para compartir el dolor y el duelo de las hermanas. Nada nuevo, tampoco, en la clara consciencia de su identidad: “Yo soy la resurrección y la vida”, “el que cree en mí”, “Padre… Yo sé que siempre me escuchas” (11:25-26, 41-42). Lo más importante, creo, es descubrir los hondos sentimientos humanos que experimenta Jesús y que comparte con nosotros al enfrentarse a la muerte de un amigo: “¡Miren cuánto lo quería!” (11:36) resume todo lo que el evangelista describe con términos sumamente patéticos: Jesús “se conmovió profundamente y se estremeció”, se sintió “otra vez muy conmovido” (11:33, 38), “lloró” (11:35)… Podemos entender ahora la profunda verdad del prólogo del evangelio: “La Palabra se hizo carne/hombre” (1:14). No se trata de una apariencia de hombre, sino alguien del que Juan puede decir: “lo hemos visto con nuestros propios ojos… y hemos tocado con nuestras manos” (1 Juan 1:1-3).
A pesar de su angustia, Marta y María pueden proclamar su confianza en Jesús, aunque las cosas no se hayan desarrollado como ellas esperaban: ambas repiten la misma queja, “Señor, si hubieras estado aquí…” (11:21, 32). Marta da un paso del todo sorprendente, y su profesión de fe en Jesús es una de las más solemnes que podemos hallar en todo el Nuevo Testamento: “SÍ (y ese “sí” subraya toda las palabras que le siguen), Señor, yo creo que tú eres el Mesías…” (11:27). Y llega mucho más lejos de lo que Jesús le había preguntado.
En cuanto a las “acciones”, parece que todo el mundo se ha “puesto en marcha”; Jesús, que había viajado para visitar a su amigo aunque ya estuviera muerto; las dos hermanas, yendo de la casa a donde está Jesús; los judíos, que han ido a Betania para consolarlas; los que fueron a informar del suceso a las autoridades… Hay dos “órdenes” discordantes: la que recibe Jesús, “Ven a verlo…” las mismas palabras que él había usado para invitar a los primeros discípulos. Y las que pronuncia ahora Jesús, todas ellas liberadoras: “Quiten la piedra”, “¡Lázaro, sal de ahí!”, “Desátenlo, y déjenlo ir” (11:39, 43, 44). Ni piedra, ni tumba, ni mortaja, ni siquiera la muerte, pueden retener prisioneros a quienes creen en él, que es la resurrección y la vida.
[h2] Meditatio:
¿Cuál puede ser nuestra respuesta a un texto tan rico? Tal vez, algo tan sencillo como centrar nuestra atención en cada uno de los personajes y en sus actitudes y acciones. Especialmente, las acciones, ya que el texto es esencialmente dinámico, y cada verbo revela un estado y una reacción personales frente a los acontecimientos: malentendido frente a la respuesta de Jesús a la llamada que ha recibido; valor para seguirle incluso hasta la muerte; esperanza junto con cierto desencanto; fe y esperanza frente a la desesperación; dolor y duelo compartidos; confianza en el Padre por encima de todo; traición y temores…Como pudimos experimentar en las semanas anteriores, podemos descubrir una imagen de nosotros mismos en cada personaje y en cada acción.
[h3] Oratio:
Reza por quienes temen su propia muerte o la de aquellos a quienes aman: para que se les conceda el don de la fe y la esperanza en aquel que es la resurrección y la vida y, a su vez, puedan consolar a quienes han perdido a un ser querido.
Recemos por nosotros mismos: para que nos convirtamos en heraldos de la esperanza en la resurrección de Cristo y anunciemos ese mensaje vivificador y luminoso a quienes viven en la tiniebla del duelo y la desesperanza.
[h4] Contemplatio:
El texto de Ezequiel (37:1-14), del que hoy sólo hemos leído los últimos versículos, habla de la “resurrección” simbólica del pueblo de Israel, “muerto y sepultado en la desesperanza”. Aunque es un llamamiento a la esperanza, hay una distancia enorme entre el contenido y el mensaje del evangelio de Juan. Compara y contrasta ambos textos y descubre con cuál te sientes más identificado.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España