[or] Otras lecturas: Isaías 55:6-9; Salmo 145:2-3, 8-9, 17-18; Filipenses 1:20-24, 27
[h1] Lectio:
“Mis ideas no son como las de ustedes, y mi manera de actuar no es como la suya”. Este texto de Isaías 55:8 nos da la clave para leer y captar en profundidad el contenido de la liturgia des hoy. Podríamos ir más lejos todavía: pone de relieve uno de nuestros errores fundamentales de nuestra comprensión de Dios: nuestra tendencia a proyectar sobre él nuestros sentimientos e ideas, nuestra manera de comprender la vida y el mundo como tales. Esa diferencia básica entre las ideas de Dios y las nuestras es lo que nos conduce con tanta frecuencia a nuestro desencanto ante la manera en que se desarrolla la historia y se hace presente entre nosotros la salvación.
La parábola que hoy leemos debe ubicarse en su contexto: la de los capítulos 19 -22 de Mateo. El leccionario ha omitido el capítulo 19 entero, así que debemos salvar un hueco largo y muy significativo. Se trata del comienzo de una sección nueva. “Después de decir estas cosas, Jesús se fue de Galilea “. Emprende el camino hacia Jerusalén, a su pasión, muerte y resurrección. Y es el momento oportuno para hablarles a los discípulos y anunciarles, mediante una serie de temas que Jesús aborda desde una perspectiva nueva y personal, la concepción distinta de la vida que deben aprender. Sólo desde esa perspectiva podrán captar el significado del Reino y de los acontecimientos que presenciarán bien pronto en Jerusalén. Aparecen los temas del divorcio y el celibato, la importancia de los más pequeños, los niños, la observancia de la Ley y la renuncia a las riquezas… En todos los casos, Jesús transmitirá el mismo mensaje básico: en el Reino hay un sistema de valores diferente y una necesidad de juzgar las cosas según unos criterios distintos. Una sencilla frase podría resumir tal concepción: “Los últimos serán los primeros” (Mateo 20:16).
Debemos recordar aquí cómo desde su nacimiento en un establo, la vida de Jesús presenta una discordancia radical con lo que se espera del Mesías: le consideran un transgresor de la Ley, anuncia su ignominiosa pasión y muerte (una vez más en 19:1-19), aconseja a sus discípulos a renunciar a las riquezas (¡que eran un signo de bendición!), urge al rico observante de la Ley a que lo venda todo y se lo dé a los pobres para alcanzar la vida eterna… En este contexto, nuestra parábola es un ejemplo de “últimos y primeros”. La conocemos de sobra y sigue sorprendiéndonos. Sin duda, la parábola no es un ejemplo de “justicia laboral distributiva”, pero subraya en cambio la gratuidad de la salvación de Dios: no es por nuestros méritos ni por nuestra santidad por lo que nos concede sus dones, sino que gracias a su generosidad recibimos al Mesías, la reconciliación y el don de la vida eterna. En la parábola no se trata injustamente a ningún obrero: a los que comenzaron de mañana se les da lo convenido, el salario habitual, por lo que no puede hablarse de explotación. ¿Podrían acusar al propietario por ser generoso y darles la misma paga a los obreros de la última hora…? Al cabo, la parábola refleja los sentimientos que provocaba la actitud de Jesús hacia los “últimos” (los pecadores públicos, recaudadores de impuestos, samaritanos…) en quienes se consideraban “primeros” (los fariseos, maestros de la Ley, los judíos piadosos y observantes), que confiaban en su “duro trabajo religioso” más que en la gracia de Dios.
[h2] Meditatio:
La parábola, como se dice en las líneas anteriores, podría aplicarse al grupo de “creyentes oficiales” que no podía aceptar que se invitara a los “últimos” a participar de los planes salvíficos de Dios, destinados exclusivamente a Israel. También podría aplicarse a los “primeros” cristianos que procedían de la comunidad judía y se sentían superiores a los gentiles, los “últimos” en llegar a la salvación. Pero, claro está, también puede entenderse como dirigida a todos los que, por las razones que fueren, nos consideramos superiores a los cristianos “nuevos”, “conversos”, que carecen de raíces o “veteranía” en la fe. Hay, con todo, algo más hondo en nuestros sentimientos. ¿En qué medida creemos que seguir la Ley (en nuestro caso, el mandamiento del amor) es una pesada carga que llevamos sobre los hombros?¿Por qué ese deseo ciego de imponer a los demás las cargas que nosotros mismos somos incapaces de llevar? ¿Por qué esa tendencia pueril a comparar nuestras acciones con las de los demás, nuestras “recompensas” con las de los otros? Vuelve a leer Hechos 15:6-11 y podrás formular un buen número de preguntas en torno a nuestra actitud respecto a la gracia…
[h3] Oratio:
Reza por la comunidad cristiana a la que perteneces: para que sea signo de la generosidad y la misericordia de Dios para con los “últimos” de nuestra sociedad, los pobres, las gentes del Tercer Mundo, quienes padecen discapacidades físicas o psíquicas, los “pecadores públicos”, las personas “grises”, sin importancia, los que siempre pasan desapercibidos…
Recemos por nosotros: para que descubramos la distancia que hay entre los pensamientos de Dios y los nuestros y dejemos que el Señor de las misericordias configures nuestra mentalidad a imagen de la suya y aprendamos a juzgar con sus mismos criterios.
[h4] Contemplatio:
Vuelve a leer Efesios 2:4-13, prestando especial atención a esta frase: “Por la bondad (gracia) de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es algo que ustedes mismos hayan conseguido, sino que es un don de Dios” (2:8). Ese es el misterio de nuestra salvación: Dios se rebaja hasta nosotros, comparte nuestra naturaleza humana, se nos da a sí mismo como regalo. Precisamente, lo que celebrábamos la semana pasada, la exaltación de la Cruz. Una sencilla sugerencia para esta semana, aunque parezca ingenua: repasa los dones más importantes que has recibido de Dios. No pienses sólo en los “grandes acontecimientos”, sino en los regalos sencillos, pequeños, que puedes descubrir en tu vida diaria. Y di humildemente “Gracias”.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España