En la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús, Ignacio siempre vio la alta perspectiva en la que debían situarse. La letra no debe ahogar el espíritu. Por eso, desde su frontispicio, proclama la primacía de «la interior ley de la caridad y el amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones más que ninguna exterior constitución». Si acomete Ignacio la empresa de escribirlas es por la «suave disposición de la Divina Providencia que pide cooperación de sus criaturas», así lo ha mandado el papa, así lo enseñan los ejemplos de los santos y la misma razón lo aconseja. Ante todo esto, Ignacio cede y se resigna a hacer las Constituciones de la Compañía de Jesús.