Homosexualidad y Cristianismo

Este documento contiene la transcripción de una charla impartida por un miembro de CRISMHOM en la Universidad Autónoma de Madrid en marzo de 2009.

La relación entre homosexualidad y cristianismo es un tema muy complejo, sobre el que no se suele hablar con serenidad y equilibrio. Se opera con estereotipos y prejuicios, debido a una educación religiosa y cívica caracterizada por la “homofobia”. Faltan objetividad, rigor y respeto en el tratamiento sobre el tema.

Parece que si hoy día hay alguien que está excluido de los grupos cristianos conservadores, alguien “impuro” por antonomasia, son aquellos y aquellas que no sienten como la media social, que no se enamoran como la mayoría, que no practican el sexo de acuerdo con las estadísticas.

Dice José Luis Cortés, profundo humorista religioso: “Nunca, que yo sepa, en la historia del cristianismo hubo tanto documento ni se dedicó tanta artillería contra un colectivo en base exclusivamente a sus peculiares sentimientos” (Tus amigos no te olvidan, pág. 191).

La Iglesia católica es una de las entidades internacionales que más veces se ha pronunciado públicamente sobre la homosexualidad con tonos negativos y condenatorios. Otros organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo, se han mostrado más comprensivos, tolerantes y abiertos.

Posiciones de la jerarquía católica y de algunas organizaciones de esta Iglesia:
–    Consideran éticamente desordenada la mera inclinación de la persona homosexual.
–    Califican la práctica homosexual de inmoral y abominable.
–    Acusan a los gays y lesbianas de ser personas poco menos que depravadas y virus para la sociedad.
–    A los matrimonios homosexuales  les aplican valoraciones como éstas: corrupción y falsificación legal de la institución matrimonial, retroceso en el camino de la civilización, lesión grave de los derechos fundamentales del matrimonio y de la familia, atentado contra la armonía de la creación, quiebra de la estabilidad social en su entraña más profunda y desfiguración de la imagen del hombre y de la familia.
–    Lamentan los perjuicios causados a los niños entregados en adopción a esos “falsos matrimonios”.

Como resumen de los documentos de la Jerarquía Católica, pueden subrayarse los siguientes aspectos:

1. La condición homosexual, en sí misma, no aparece descalificada, pero se la considera «objetivamente desordenada», por llevar a un comportamiento moral no aceptable.  Se condenan claramente los actos homosexuales, aunque se pide prudencia en su valoración.

2. Se intenta fundamentar esta postura en la validez probatoria de los textos bíblicos, algo que no está tan claro en los actuales estudios exegéticos y hermenéuticos.

3. El Catecismo justifica en tres argumentos la condena de los actos homosexuales, basándose en la tradición eclesial y en la ley moral:
– Su carácter no natural.
– La falta de complementariedad afectivo-sexual.
– La falta de apertura a la transmisión de la vida.

4. Se insiste en la necesidad de actitudes de comprensión y de no discriminación hacia las personas homosexuales, subrayando al mismo tiempo que nunca debe darse a la unión entre personas del mismo sexo un rango equiparable al de las parejas heterosexuales.

5. Se afirma tener en cuenta las aportaciones de las ciencias humanas en relación con el tema de la homosexualidad. Parece que esta afirmación no está suficientemente justificada.

6. En los últimos años se habla de los derechos sociales de las personas homosexuales y de conferir un contenido más amplio a los conceptos de «matrimonio» y «familia», de tal forma que esos términos puedan aplicarse a las parejas homosexuales. Las posturas de la Jerarquía sobre este tema se oponen a su equiparación con el matrimonio heterosexual y la familia.

De otra parte están los planteamientos de numerosos colectivos de teólogos, grupos de base, lesbianas y gays cristianos, que disienten abiertamente de la Jerarquía. Defienden un modelo de convivencia caracterizado por el respeto y la libertad, valoran la homosexualidad como una forma legítima de ejercer el afecto y el sexo, defienden la igualdad de derechos de gays y lesbianas a contraer matrimonio tanto civil como religioso (ya que son unidades de convivencia y afecto) y a la adopción.

Intentando objetivar el tema, creemos que el problema de fondo radica en una serie de distorsiones que paso a explicitar.

1.    La primera es la tendencia a considerar como ley natural y divina lo que en realidad son normas eclesiásticas.
La jerarquía pretende poner límites a los legisladores en el ejercicio de su función, acusándolos, en el caso de la ley que regula el matrimonio homosexual, de ir contra la ley natural, de negar de manera flagrante datos antropológicos fundamentales y de llevar a cabo una auténtica subversión de los principios morales más básicos del orden social. El propio concepto de ley natural está hoy puesto en cuestión y es de dudosa validez en el terreno jurídico, pero también en el filosófico, y no digamos en el teológico.

2.    El concepto de ley natural queda en entredicho ante realidades plenamente aceptadas por la sociedad.

¿Es antinatural un niño nacido de una fecundación artificial, no natural? ¿Es antinatural el trasplante y donación de órganos que la persona no tiene naturalmente? ¿Es antinatural la persona que nace con alguna limitación física? ¿Es natural la pena de muerte? ¿Es natural que la mujer no sea igual que el varón en el ejercicio de la potestad y gobierno en la Iglesia cuando en la sociedad ya es natural este ejercicio? ¿Es artificial el uso del preservativo y es natural el contagio del sida? ¿Es natural que alguien sea infeliz y discriminado por tener una orientación sexual diversa? ¿Es natural que un niño crezca en un ambiente familiar violento y sin amor y es innatural que crezca con dos madres o dos padres que pueden darle lo que necesita?

3.    Si la ley natural hace infeliz a la persona, entonces se convierte en innatural, pues Dios lo hizo todo bien y para que seamos felices.

Junto a la realidad de la sexualidad heterosexual, existe la realidad de la homosexual, que no cuestiona la primera. Simplemente exige que se la valore en sí misma. Nadie niega la naturaleza, bondad y consecuencias positivas de la heterosexualidad. Pero ello no dice nada directo contra la homosexualidad. La sexualidad humana no tiene su razón de ser en la procreación, sino en la unión complementaria de la pareja para un proyecto de vida en común, que conlleva la posible fecundidad como consecuencia de su amor. Pero esa potencialidad puede quedar sin actuar, por diversas razones y, no obstante, la pareja sigue teniendo pleno sentido: «La comunidad matrimonial heterosexual», dice el Concilio Vaticano II, «es una comunidad íntima de vida y de amor» (GS, 50). No un “contrato para procrear”.

Del mismo modo, una unión homosexual puede ser una comunidad íntima de vida y amor, realizable desde las condiciones básicas de un amor interpersonal, sin posibilidad, obviamente, de paternidad o maternidad biológicas, pero sí de otro tipo de fecundidades.

4.    Una lectura fundamentalista de los textos bíblicos relativos a la homosexualidad.
Voy a poner un par de ejemplos. El primero es el de Sodoma y Gomorra (Gn 19,1-11). Según la interpretación tradicional, el pecado de los habitantes de esas dos ciudades fue mantener relaciones homosexuales. Sin embargo, según la interpretación que hoy comparten grandes exegetas de la Biblia, lo que se condena no es la homosexualidad en sí, sino la dureza de corazón de los sodomitas, la violación de hombre con hombre, que implica una humillación, la ofensa a los extranjeros a quienes Lot había acogido en su casa ejerciendo la virtud de la hospitalidad. Es la falta contra la hospitalidad para con los extranjeros lo que se condena.

El segundo ejemplo son las prescripciones del Levítico. En un texto de este libro (18,22) se califica la homosexualidad masculina como abominable. En otro (20,13) se dice que si un varón se acuesta con otro varón, ambos cometen una abominación y deben morir. Los dos textos deben ser leídos en su contexto. En la legislación hebrea se ordena pena de muerte para quienes maldicen a sus padres, para los adúlteros, los incestuosos y los pecados de animalismo. Se considera igualmente abominable mantener relaciones sexuales con una mujer durante la menstruación.

Por el contrario, se permite vender a la hija como esclava, poseer esclavos, tanto varones como hembras, siempre que se adquieran en naciones vecinas. Se establece la pena de muerte para quien incumpla el precepto del descanso sabático y osa trabajar el séptimo día. Se prohíbe acceder al altar a toda persona con algún defecto físico.

¿Hay que interpretar estos textos en su sentido literal? Decididamente, no. Lo que estas prohibiciones quieren poner de relieve es el carácter peculiar del pueblo hebreo como pueblo de Dios, que se distingue del resto de los pueblos. La condena de la homosexualidad así como otras prácticas no se basa en razones sexuales sino en razones religiosas. El problema no se plantea en el terreno moral, sino en el de la identidad étnica y el de la pureza.  

La Iglesia, que no tiene otra misión que la de Jesús, debe seguir los criterios de su maestro sobre la sexualidad:

1.     Jesús no margina ni discrimina a nadie.
La religión judía excluía a niños, mujeres, extranjeros, enfermos, impuros, ciudadanos de ciertas profesiones… Jesús se acerca a los que eran despreciados y eran considerados pecadores en su tiempo. Jesús pretende que todos sean reintegrados en la comunidad.

2.     Jesús es profundamente misericordioso.
A Jesús nunca le deja indiferente el sufrimiento de los demás. Su vida transpira una compasión entrañable. El sentido de la Ley es para él el bien y la felicidad de la persona. Por ello choca frontalmente con los fariseos, intérpretes de la Ley: no saben, son hipócritas, lían cargas pesadas, tergiversan la voluntad de Dios, hacen de la religión una alienación y peso insoportable, cuelan el mosquito y se tragan el camello, pagan el diezmo de la menta y del comino y olvidan lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la lealtad.

3.     Jesús relativiza la Ley.
Por esta sola razón, los fariseos y herodianos planearon su muerte. Jesús ponía bajo cuestión la Ley entera: antes y por encima de la Ley está el mandamiento de hacerse responsable hacia el hermano necesitado.

4.    Jesús no habla de homosexualidad.
Jesús ataca todos aquellos actos que van contra la dignidad de las personas, que las discriminan y las marginan. Es un dato muy importante este silencio de Jesús.

La afirmación de que la homosexualidad es, según la Biblia, abominable y los actos homosexuales pecados graves no resiste la crítica de una exégesis rigurosa y actualizada.

Se puede mantener como católicos una posición distinta a la de la Jerarquía. Las comunidades eclesiales van dando pasos para normalizar en ellas la vida de gays y lesbianas. La doctrina sobre la homosexualidad no forma parte del depósito incambiable de la fe. Son muchos los cambios que han aportado al terreno de la sexualidad la investigación y la experiencia humana. La homosexualidad tiene algo de constitutivo en la persona que la posee y le obliga a actuar de acuerdo con su naturaleza. La homosexualidad es otra manera de vivir la sexualidad, no desviada, y parece resultar infructuoso todo intento de corregirla para hacerla heterosexual.

La incompatibilidad entre cristianismo y homosexualidad carece de base tanto antropológica como teológica.  Dicha incompatibilidad no se da entre ser cristiano y ser homosexual, sino entre ser cristiano y ser insolidario, entre ser cristiano y ser homófobo o, como dice el evangelio, entre servir a Dios y al dinero.

La teología del matrimonio con la que operan de manera generalizada no pocas iglesias cristianas se elaboró en una cultura, una sociedad y una religión patriarcales, que imponían la sumisión de la mujer el varón y la exclusión de los homosexuales de la experiencia del amor. Hoy se necesita reformular dicha teología, para que sea inclusiva de las distintas tendencias sexuales que deben vivirse desde la libertad, el respeto a la alteridad, dentro de unas relaciones igualitarias y no opresivas.

Un reto para la Iglesia es admitir la diversidad sexual como un valor enriquecedor. Las personas homosexuales también tienen derecho a relacionarse con Dios, a seguir a Jesús y ser sus testigos,  a ser ayudadas para superar los miedos y perdonar a cuantos les han ofendido y despreciado.

Tristemente, hay que subrayar la ignorancia sobre el hecho homosexual, así como prejuicios a la hora de fundamentar la opinión de la Iglesia. Es necesario avanzar en la investigación científica sobre la homosexualidad. En otros temas, los avances de la ciencia han hecho variar la posición de la Iglesia –recuérdese la teoría de la evolución o el concepto de paternidad responsable–. Aunque algunos grupos son reacios a este diálogo y les cuesta reconocer la autonomía de la ciencia por miedo a perder la verdad de fe.

Frente al concepto de ley natural, debemos optar por el concepto de PERSONA. Un concepto que no es moderno, pues hunde sus raíces en el cristianismo. Este concepto aparece con claridad en numerosos textos del Evangelio donde Jesús coloca a la persona humana y sus circunstancias por encima de la ley natural e incluso por encima de la ley religiosa de su tiempo.

El ser homosexual se vive «naturalmente» como lo que es. Son las presiones sociales, normativas y justificadas por una ley natural establecida por la mayoría heterosexual las que pueden producir problemas de identidad.

La persona es una unidad: cuerpo, espíritu, afectividad, inteligencia, voluntad, sexualidad, etcétera. Las personas homosexuales deben vivir sus existencias como un todo integrado. La doble vida o vivir esta realidad sólo como un tema sexual hace que la persona viva disgregada. Esta identidad es lo que puede posibilitar la auténtica felicidad de la persona, entendida como el logro de esa unidad personal que la hacer ser ella misma.

El amor y la afectividad entre personas homosexuales, como entre las heterosexuales, no tiene por qué ser reducido a una faceta erótica y hedonista. El mismo placer físico y psíquico que la relación sexual conlleva puede vivirse como una riqueza y un don de Dios al ser humano.

Jesús de Galilea defendió hasta la muerte que no hay otras leyes, ni otras normas, ni otra religión que el amor.

 

José María Muñoz
Licenciado en Historia y Teología


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