Moisés, profeta entre los profetas, liberador de Egipto, no llegó a entrar en la tierra prometida después de 40 años. “Te dejaré verla, pero no entrarás” (Dt 34). Ser líder parece que sólo trae bofetadas. Sansón traicionó su promesa de no decir dónde estaba su fuerza y tuvo que ver cómo su mayor amor (Jc 16, 19) le traicionaba por decírselo. Samuel, otro gran profeta, tuvo que saborear la amargura de su fracaso como padre. Puso a sus hijos como jueces pero no siguieron su camino, sino que se dieron al lucro y la corrupción. Primera conclusión: en la vida de los grandes creyentes, el fracaso y el dolor SIEMPRE aparecen. Dios no nos libra de ello, quizá sólo nos libera. Hasta el mismo Yahvé está hoy expuesto al fracaso de nuestra traición e indiferencia. Ni Dios mismo nos muestra una visión edulcorada de la realidad.