Cada día un Angel se nos presenta y nos dice: «Rezad, rezad, rezad».
Se presenta como pensamiento, sensación interior, conocimiento intelectivo, certeza o el nombre que queráis ponerle. La cuestión es que siempre aparece, disfrazado de la vida, para mostrarnos lo necesario de la oración. Pasamos de él con facilidad, corriendo en las actividades del mundo, pero siempre regresa.
Personalmente, conociendo lo valioso de elevar el pensamiento hacia Dios, pues no se me permite escaquearme demasiado (ni durante el día, ni durante la noche). Será por ello que cada cierto tiempo me voy a refugiar en la soledad de estos lugares de devoción y oración.
Me llevo las herramientas necesarias: las listas de agradecimientos y peticiones, una ración extra de lágrimas para que no falten, el corazón compungido, mi mirada de niño, mi amor de hombre, el rosario y la firme intención de dejarme vaciar para que mi espíritu suba como incienso delante del altar.