Domingo del Corpus Christi

Domingo del Corpus Christi. 
Jn 6, 51-59.

Quien me come habita en mi y yo en él. 

Siempre me ha impresionado esta fiesta, esta especie de segundo Jueves Santo.

Caer en la cuenta de la presencia real del Señor en el pan y vino consagrados en el altar me llena de admiración y estremecimiento. 

No quiero pecar de beato, pero me estremece pensar que en este trozo de pan está Cristo realmente. No quiero soltar ahora la homilía de este día. Por ello no deseo explicar lo que es esta Presencia Real en la vida de la Iglesia, que es mucho, muchísimo. Pero si indicar mi vivencia. 

No puedo concebir la vida de la comunidad sin esta Presencia sencilla, callada, profunda y fiel en ella. 

Caer en la cuenta de esta Presencia me estremece profundamente, y me invita a tener un una actitud de silencio profunda y de admiración ante este admirable misterio: la presencia del Señor en el camino de mi vida. 

Mi camino que a veces me lleva a valles y lugares llenos de vida, y otras veces llenos de muerte, como esta maldita epidemia que estamos viviendo. Pero una Presencia que nunca deja de estar de estar presente.

Admirar y contemplar la Presencia, comer de este pan, sentirme unido con Él, intentar vivir como Él y con Él. Comunión en la contemplación y en los hechos de la vida. Sentirme arropado y lleno de Él. Como dice Él mismo, habita en nosotros. Y nosotros en Él. 

Qué contemplar el inmenso amor que mueve a Dios a quedarse presente en ese pan, y que contemplar en el silencio su Presencia nos llene de gozo, ofrecimiento de nuestra vida y acción de gracias a este Dios que tanto tanto nos quiere.


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