Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a Él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos al amor de Dios significa dejar que Él viva en nosotros y nos lleve a amar con Él, en Él y como Él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente a «actuar por la caridad» (Ga 5, 6) y Él mora en nosotros (1 Jn 4, 12).