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Deseando a Dios mismo

Ya no son cosas lo que queremos de Dios. Lo que nuestro corazón desea es a Dios mismo. Buscamos su abrazo: «extiendo mis brazos hacia ti». Despierta nuestro deseo: «tengo sed de ti como agua reseca».

Pongámonos delante de Dios. Cada cual solo, desnudo, con nuestra pobreza inmensa. Digámosle con fe: «Me atraes. Siento que me amas». ¿Cuándo llegaré a ver tu rostro? ¿Cuándo podré gozar de tu dulzura?

Deseo de Dios

Todo nuestro ser anhela a Dios. Deseamos su caricia y su ternura inmensa. ¿Qué no daríamos por gustar su amor insondable? Sabemos que nada ni nadie nos puede colmar como Él. Digámoslo desde muy dentro: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo».

Nuestro corazón no descansará sino en Dios. ¿Dónde podríamos acaso encontrar algo mejor? ¿Quién nos podría dar esa paz inconfundible que sentimos junto a Él, junto a Ella? Confesémoslo con gozo: «Para mí lo bueno es estar junto a Dios».

Un corazón conquistado, no una ideología

Esta es la motivación última de la actuación caritativa: la conmoción del corazón ante tanto amor recibido. «Un corazón conquistado por Cristo» y no necesariamente una ideología concreta. La conciencia y el sentir de que «nos apremia el amor de Cristo» («Dios es amor», Benedicto XVI)

El respeto: un buen entrenamiento

Demos gracias porque en el día a día tenemos que aprender a aguantar, respetar y tolerar a los demás. Es una de las mayores riquezas y mejores entrenamientos que podemos recibir.

Jesús, inteligente y a la vez tierno

Jesús se dejó su vida, predicaba con sus acciones. Auténtico y coherente hasta ser incómodo. Inteligente para dar razones y a la vez tierno, hasta conmoverse en sus más hondas entrañas al entrar en contacto con nosotros.

Dios ahí, siempre

Hace casi 10 años un amigo y yo, ambos en la fundación de CRISMHOM, juntamos a un grupo de chicas lesbianas y una probablemente bisexual aún en el armario, buscando, aclarando, dando algunos tímidos pasos. El propósito era acompañarlas, animarlas a que se conocieran y alegrarnos entre nosotros un poco la vida celebrando la amistad que nos unía. Allí estaba Mxxx Lxxx. Unos meses más tarde conoció a Vxxx y años después se casaron. Presentaron su amor ante la familia de Mxxx Lxxx, a sus compañeros de trabajo y mirando casi diez años hacia atrás hoy surge la pregunta «¿Dónde ha estado Dios?» y la respuesta: «Dios ahí, siempre». Hoy Mxxx Lxxx quiere compartir su camino. No sabe si servirá a alguien o no, pero considera que igual una pequeña lucecita alumbra a alguien. Desde luego es el Señor quien lo hace. Gracias.

Ojos de Dios Airados

Santa Teresa probablemente supo del protestantismo por las circulares de Felipe II para pedir rezos para favorecer las empresas bélicas.
Frente a la visión de la época del infierno, para Teresa no había cosa más dolorosa que «ver los ojos de Dios, del amigo, airados». El infierno para Teresa es la pérdida definitiva de la amistad. Teresa sentía mucha pena de las almas que se condenan y en particular de los protestantes. Porque en la época, vivir fuera de la iglesia, en un estado de excomunión era muy doloroso porque la salvación no era posible fuera de ella. Afortunadamente, Dios no sigue nuestras definiciones, hace lo que quiere.

Santa Teresa y el libro vivo

Santa Teresa de Jesús escucha de su propia convicción: «no tengas pena, yo te voy a traer el libro vivo». El libro es Jesús de Nazaret, una relación. Teresa lo llama amistad, un enamoramiento. Ella tuvo libros y había escrito libros desde pequeña. Con la censura, muchos libros de teólogos estaban prohibidos para evitar la difusión de herejías porque difundir sentimientos religiosos consigue una mayor involucración de la gente (eso lo sabían muy bien los reyes). El Señor Teresa aprendió del libro vivo y por eso ella misma dirá que poco necesitó de libros. Un libro que no se puede olvidar, queda impreso en el corazón. Porque el amor es una experiencia que queda impresa.

Cuestión de seducción

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar «Violencia» y proclamar «Destrucción». La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla y no podía (Jeremías 20, 7-9).

El Señor cuida de mí

La mirada de ternura de Dios en nuestra vida, nos envuelve en su aceptación incondicional: “Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn1,31). Volver a esta mirada sobre mi vida, a esa mirada de amor que cuando descubrimos nos llena de alegría y seguridad porque sabemos experiencialmente que: “El Señor cuida de mi” (Sl 39). Esto hace brotar en nosotros la alegría porque como dice el Papa Francisco: tengo, tenemos la seguridad de que Jesús está con nosotros y con el Padre. Él me acompaña en el camino de la vida.

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