Carta a María

Hola María:

Hoy te recuerdo como esa niña de 15 años que permitió que llegara mi Jesús a este mundo y que Él me llevara al Padre.

Recuerdo la primera vez que leí sobre la Anunciación (ya han pasado casi cuatro décadas) y parece que fue ayer.

Aunque no recibí instrucción, sabes que esa imagen quedó grabada en mí hasta que pudiera comprenderla.

Cambiaste, de niña a Madre Dolorosa, pero la niña aun me sigue hablando.

Ya pasados los años de infancia donde la imagen de Gabriel, tanto como la tuya, se disfrazaba en ensoñaciones, de alas angélicas exuberantes y luces brillantes de efectos especiales en vuestro ENCUENTRO, me fuiste mostrando con la madurez de la vida que un ENCUENTRO con la voluntad de Dios es de lo más simple. Y un encuentro con su mensajero, también.

Me has enseñado que cualquier hermanx, con plumas o sin ellas, es el transmisor de la voluntad de mi Padre. Me has enseñado que sentiré temor al escucharla pero que inmediatamente ese temor desaparecerá si me abro a la confianza en Dios y pago el precio de cumplir, en acto, SU voluntad.

Tu tenias 15 años y vino un tío a decirte que serías madre soltera en una sociedad que, seguro, te mataría a piedras.

Dónde serías repudiada por Joaquín y Ana y donde todo tu entorno te señalaría con el dedo.

Donde tu prometido sería el primero que te dejara sola, donde tu vida, tu cuerpo, tu mente y tu espiritualidad cambiaría.

Donde esa voluntad nueva de TU Dios desdecia, no solo todo el orden social establecido, sino también SUS propias leyes anteriormente pronunciadas.

¿Te pareció contradictorio? Pues seguro que si, ni siquiera conocías varón.

¿Te pusiste a pensar en tu zona de confort con todo lo que ya conocías de Dios y de la ley de los hombres?

¿Te propusiste seguir como estabas?

Pues no. Apostaste por el Dios desconocido, el Dios del misterio que siempre se revela nuevo. Por el Dios que te pedía que cambies tu forma reglada de vivir para llegar a ser libre y que pagaras el costo, con su auxilio, de todo lo que debías afrontar para llevar su voluntad nueva a buen puerto.

¿Lo entendiste acaso intelectualmente?

No. Lo entendiste con el corazón, confiando, ampliando tu capacidad de AMAR, ampliando tu capacidad de DAR y DARTE. Primero a ÉL, luego a el fruto de tu «SÍ, Hágase» y, acto seguido, a todos los frutos que venimos después, Madre Mía.

Por eso estoy profundamente agradecido. Porque comprendiste desde el corazón. No intelectualizaste lo irracional, no te quedaste en tu sitio. Avanzaste a un nuevo mundo desconocido donde me diste VIDA.

Y donde yo intento, a duras penas, seguir ese ejemplo de aceptación irracional del misterio de Dios en mi vida (porque reconocerás que me diste VIDA pero que no saqué tus genes).

Gracias Madre por este respiro cuaresmal y por tu constante ejemplo de una grandeza, a la que sé, que nunca llegaré pero bajo la cual sé que puedo cobijarme.

Tuyo SIEMPRE.

Norberto


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