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“Son muchas las cartas que han llegado ya al diario de mi localidad sobre “la amenaza homosexual” en Vermont (USA). Y desde esa misma tribuna les respondo. Yo soy la madre de un hijo gay y estoy harta de ustedes, “la gente buena”. Ustedes son crueles e ignorantes –buscan asociar homosexualidad y sexo con menores, pese a que las estadísticas demuestran que no es así- y me han estado robando las dichas de la maternidad desde que mis hijos eran chicos.
Desde que empezó a ir a la escuela, mi primer hijo comenzó a sufrir a manos de matoncitos morales y beatos de familias “moralmente correctas”, como las suyas, porque se le percibía como gay. Fue abusado física y moralmente desde la primaria hasta que salió del colegio. Durante la educación media, mientras que los hijos de ustedes hacían lo que otros niños de esa edad hacen, el mío elaboraba borrador tras borrador de una carta de suicidio para asegurarse que su familia supiera cuanto les amaba. Mi sollozante hijo de diecisiete me desgarró el corazón cuando estalló diciendo que no soportaba seguir viviendo, que no quería ser gay –en ese entonces-, y que no podía enfrentar una vida sin dignidad.
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No sé por qué mi hijo es gay, pero si sé que Dios no lo puso a él – ni a millones como él – en esta tierra para regalarles a ustedes a alguien a quien abusar. Ustedes, “creyentes”, no soportan la idea que mi hijo pueda emerger del infierno que fue su infancia, que pueda aspirar a encontrar quien lo acompañe para el resto de la vida y pueda ser feliz en alguna medida. Ofende sus “sensibilidades” que él solicite el derecho a visitar a ese amigo en el hospital o pueda tomar decisiones médicas en su nombre. “¿Cómo se atreve? -dicen ustedes-, esas inaceptables demandas amenazan la existencia misma de nuestras familias, insultan la santidad del matrimonio”. Ustedes usan su religión para abdicar de su responsabilidad de ser seres humanos pensantes. Pero Dios les dio cerebro para pensar y ya es tiempo de que empiecen a hacerlo. ¡Sépanlo! Hay grandes cantidades de gente religiosa que encuentra sus posturas repugnantes.
Al verlos a ustedes, tantas cosas del Evangelio se me vienen a la mente: que hagamos con otros lo que quisiéramos que hicieran con nosotros; que no vino por “los buenos” (¡qué ironía!), pues éstos no tienen necesidad de Él; que seremos medidos según como midamos; que si a Él le han llamado “Beelzebul”, ¿qué pasará con nosotros sus hijos?; que no es voluntad del Padre celestial que se pierda uno solo de sus pequeños; que los últimos serán los primeros y los primeros los últimos… ¿No entienden, verdad? Lo dijo Jesús: “Para un juicio he venido a este mundo: para los que no ven, vean; y para los que “ven”, se vuelvan ciegos…Porque si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen “vemos”, su pecado permanece en ustedes” .
Porque si ustedes quieren vanagloriarse de su propia moral, sería bueno que salieran con algo mas sustantivo que su propia heterosexualidad, porque no hicieron nada para merecerla. Si no están de acuerdo me encantaría escuchar su historia, pues mi propia heterosexualidad fue una realidad que viví sin ningún esfuerzo. Está tan urdida en mi propia esencia que nada podría cambiarlo. Aquellos de ustedes que reducen la orientación sexual a una simple elección, a una cuestión de carácter o un mal hábito, me dejan perpleja. Me pregunto, ¿querrán decir que la orientación homosexual es algo que ellos eligieron y que pueden alterar a su gusto? ¿Es que pueden ustedes cambiar la propia orientación homosexual a voluntad? Si ustedes no pueden cambiar la propia, ¿por qué otros sí deberían poder cambiar?
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Un tema recurrente en sus cartas es que Vermont ha sido infiltrado por “extraños”, por “emigrantes”, “forasteros”. Ambos lados de mi familia han vivido en Vermont por generaciones, soy una «Vermontiana» de alma y corazón, así es que les agradecería que dejaran de decir que ustedes son los «auténticos Vermontianos». Invocan la memoria de gente valiente que peleó en campos de batalla por este gran país.
Mi padre, de 83 años, luchó en algunas de las más horrorosas batallas de la segunda guerra mundial, fue herido y condecorado con el «corazón púrpura». Con tristeza mueve su cabeza por la vida que su nieto ha tenido que vivir. Dice que él luchó codo a codo con homosexuales en esas batallas, que ellos hicieron su parte y no molestaron a nadie. Uno de sus mejores amigos era gay y él nunca lo supo hasta el final, y cuando se enteró, no tuvo importancia alguna. Esa no es la medida de un ser humano.
El homófobo autor de una carta de día 12 se pregunta: «¿qué pasó con la idea de superarse?». Yo le respondo, en efecto, señor, ¿Qué pasó? ¿Qué les pasa que no pueden superarse?”. Ustedes tienen la audacia de hablar de proteger a las familias y sus niños de “la amenaza”, pero son ustedes quienes destruyen familias como la mía y conducen a niños y jóvenes a la desesperación. Recuérdenlo: Dios, amor sin límites, no abandona ni abandonará jamás a sus hijos más sufridos.
(*) Esta carta nos ha sido enviada por Marta M. Gutiérrez (nickname) a Solidarigay.com.
Agradecemos su colaboración.