Roca y fortaleza mía

Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador. Mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.

Invoqué al Señor, que es digno de alabanza y quedé a salvo de mis enemigos. ¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca!

¡Glorificado sea el Dios de mi salvación, Él concede grandes victorias a su rey y trata con fidelidad a su Ungido (Salmo 18).

Mediador providencial

Hace unos días regresaba de una excusión cuando recibía un mensaje de un gran amigo mío anunciándome que la madre de una amiga suya había fallecido. Tuve que hacer memoria porque la había conocido unas semanas antes en la fiesta de cumpleaños de mi amigo. Estuve hablando un buen rato con ella pero tuve que pedir algún detalle más para confirmar que efectivamente era ella. Mi amigo me pidió que me fuera al tanatorio y la acompañara en su nombre. Al principio me sentí descolocado sin saber qué hacer. Era tarde, estaba cansado. Después pensé que son estas cosas las que hacen de mi amigo algo excepcional y fui sin pensarlo. Estando allí, me sentí un mediador, un emisario de amor y consuelo que terminó consolando también en nombre propio. Ese día reconozco haberme hecho medio real del amor de Dios.

Poniendo cada cosa en su lugar

Seguro que te ha pasado. Has ordenado tu habitación con mayor o menor destreza, estás orgulloso porque más o menos sabes dónde está cada cosa, es un caos con cierto orden.

La verdad es que llega un momento en que sientes la necesidad de colocar cada cosa en su lugar, y buscas un momento para ordenar tus pertenencias. Con los días, con el tiempo, te das cuenta de la facilidad que tienes para sacar las cosas de su sitio y dejarlas por en medio y te preguntas cómo es posible que todo se desordene tan rápido.

Hay cosas que no sabes dónde poner, cosas que exhibes en estanterías con mucho gusto y otras que te avergüenzan y guardas en los rincones más polvorientos; es en esos rincones donde amontonas lo que te molesta, donde siempre hay cosas de sobra y que no encuentran su lugar.

Fantasmas del abandono

Hace unos días fui a una excursión de un grupo de profesionales jóvenes. Hizo un día precioso, fue una experiencia de compartir, de encuentro fraterno. Algunos bromeaban conmigo preguntando que qué hacía en jóvenes, porque era el «más viejo» del grupo. Un par de días antes escribía a los organizadores para que me buscaran un hueco para irme con alguien en coche o para llevar yo coche y que alguien se viniera conmigo. La noche de la víspera me entraron dudas de si sería bien recibido, de si no sería un «estorbo», de ¡a ver cómo ubicamos a este! Pensé que quizá lo mejor que podría haber hecho es no haberme apuntado a la excursión para «no molestar». Me dejó un mensaje una de las organizadoras para que nos fuéramos juntos. Aquella noche me visitaron mis fantasmas del abandono. Sólo me visitan a mí, no tienen que ver con la gente que me rodea. Cristo Jesús, mi luz interior. No permitas que les haga caso. Al fin y al cabo no son más que eso: fantasmas.

Contemplando el silencio

Hace unas semanas preparé una oración para un grupo. Cuando la preparaba me hacía consciente de que era especial para mí. Llegó el gran día cuando tuvo lugar. Los asistentes participaron como de costumbre en ese espacio de oración, pero encontré algo distinto: había un silencio especial. Contemplé aquella escena los días sucesivos y no aparecieron los contenidos que había preparado; tampoco los comentarios o peticiones. Sólo aparecía el silencio. Justo al final, un brevísimo amago de palmas no acompañado desapareció en medio del silencio. Contemplando una y otra vez ese silencio. Sin duda lo más íntimo de aquella oración.

A un misionero extraordinario

Ayer se celebraba el DOMUND, el Domingo Mundial de las Misiones. ¿Acaso un domingo de colectas extraordinarias? Más bien un domingo para hacer memoria de aquellas personas que en su inmensa generosidad dejaron crecer la semilla que Dios planta en cada persona para servir a los demás. Parece heroico salir del propio país para entrar en contacto con los más necesitados. En realidad lo es. No parece tan heroico identificar alrededor de uno a los que necesitan ayuda y apoyo y lanzarse hacia ellos. Sin embargo también lo es. Quizá lo más heroico sea experimentar querer darlo todo, tomar los medios para hacerlo, ver que no es posible y tener que retomar la vida diaria a veces en un estado un tanto deplorable, encauzando eficazmente una vocación de seguir construyendo el Reino de Dios.

¡Abandona la tristeza!

¡Abandona la tristeza!, deja que Dios te conduzca a la felicidad. La completa confianza en Dios pasa y plancha en nosotros como una corriente de vida. Cristo Jesús, mi luz interior, no dejes que mis tinieblas tengan voz.

Ya toda me entregué y di

Ya toda me entregué y di

Ya toda me entregué y di, y de tal suerte he trocado, que mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador me tiró y dejó herida, en los brazos del amor mi alma quedó rendida; y, cobrando nueva vida, de tal manera he trocado, que mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha enherbolada de amor, y mi alma quedó hecha una con su Criador; Ya yo no quiero otro amor, pues a mi Dios me he entregado, y mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado.

A nuestra quredísima y bien inspirada y guiada por Dios, ya muy cerca el quinto centenario de su nacimiento.

¡¡Feliz día de Santa Teresa de Jesús!!

Margen de maniobra

El margen de maniobra es el dinero que tienen que reservar las empresas para poder funcionar desde que se invierte hasta que se cobra. Grandes empresas con buenos y bien definidos objetivos y negocios han saltado por los aires por falta de liquidez, porque no han podido superar la gestión del día a día, porque su margen de maniobra se extinguió. La autoestima, sentirse hondamente querido, apoyado, apreciado y arropado, estar en paz consigo mismo, el buen humor, la alegría, el entusiasmo, la tranquilidad son los activos que constituyen el margen de maniobra de toda persona. El tiempo desde que se siembra hasta que se recoge. Los que permiten gestionar la dificultad y dureza del día a día y no sucumbir al desánimo, la negatividad y la desesperanza. Junto a esto, hace también falta un objetivo, un sentido hondo y claro de por qué vale la pena vivir, desde uno y hacia los demás.

Cinco veces al día

La paz comienza con una sonrisa. Sonriamos cinco veces al día a una persona a quien no tengamos verdadero deseo de sonreír. Hagámoslo por la paz. Irradiemos la paz de Dios, apaciguemos en el mundo, en el corazón de todo ser humano todo odio y ansia de poder.

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