Viernes Santo, camino de la cruz

El camino de la cruz es una carrera de fondo, un camino que se construye día a día. Esta carrera el amor se expresa levantando rostros de Cristo, manteniendo alzadas imágenes que nos los recuerdan. Contemplando el amor y la fortaleza de María que ve morir a su hijo; conectando ese amor con el que sienten padres y madres cuando piensan en sus hijos y acompañan su camino. Camino de la cruz para acordarnos de personas, con sus situaciones e historias y mandarles mensajes, aunque nos parezca irreverente. Camino de cireneos para ayudar a llevar y levantar cruces ajenas. Camino para dejarse afectar sin más, sin motivo aparente. Camino de caídas, de dejarse caer por falta de fuerzas y dejarse levantar. Camino de fallos y limitaciones reiteradas, de inconsciencias y juicios reincidentes. Camino para contemplar los pecados estructurales del mundo, para conectar con nuestros problemas y reconocer que hay muchas cosas en nuestra vida que no nos acaban de gustar.

Jueves Santo: día del amor fraterno

Yo conozco a los que he escogido decía Jesús. Nos conoce, nos conocemos, nos hemos escogido unos a otros. Pedimos querer tener el corazón y los sentimientos que se despiertan en Jesús y que fluyen y se conectan con nosotros. Frente al peso de una creciente responsabilidad, limpia nuestros miedos, limpia mis prejuicios, lo que limita nuestro encuentro con los demás para aprender a mirarnos unos a otros como Dios los mira. Somos muy limitados, sin ánimo de fijarnos en todo lo que hacemos mal, contemplamos el gesto tan físico de lavar los pies a los demás. Símbolo de humildad, de dejarse hacer, dejarse tocar el corazón. Con el deseo de sentir y experimentar que Dios siempre está ahí, comidos por el estrés de la vida diaria con el sentimiento de no estar a la altura, con no defraudar, prescindimos de nuestra autosuficiencia, en ocasiones física, dejándonos cuidar y lavar en lo que más nos limita, en lo que más nos cuesta aceptar de nosotros mismos.

I Fiesta de las familias: «Juntos acompañamos en la diversidad»

Este artículo es una crónica de la participación de CRISMHOM en la I Fiesta de las familias que tuvo lugar el 29 de octubre de 2017 como respuesta a la invitación de la Parroquia de Nuestra Señora de Milagro de San José (Salamanca). El título de esta fiesta es: «Nuestras familias: cultura del corazón. Juntos nos acompañamos en la diversidad». En particular, CRISMHOM participó en el taller «Soy gay/lesbiana. ¿Tengo sitio en la Iglesia?».

Comentario al Evangelio desde fuera del armario de Ichthys. Quinto domingo de Cuaresma.

Nunca he tenido miedo a la muerte. Más bien tuve alguna vez miedo a la muerte de otros, de mis padres, mis hermanos, mis amigos… Pero soy consciente de que yo nunca tuve miedo a morir. Por el contrario, en mi adolescencia sí deseé mi muerte. En un retiro de esos que llevábamos a cabo durante el curso en el colegio donde estudiaba, el director espiritual empleó buen tiempo en abordar el tema moral, como si el sexto mandamiento fuera el pilar fundamental de la fe. Con dieciséis años ya era bastante consciente de mi identidad sexual, por mucho que hubiera asumido que ese fuera un terrible secreto que guardar, quizá para toda la vida. La discutible pericia pedagógica de aquel sacerdote me hizo sentir un ser despreciable, no ya para la sociedad entre la que se encontraban mis compañeros de clase, sino sobre todo ante Dios, para quien era un error, un indigno hijo suyo, un desviado, un degenerado.

A Jesús crucificado

No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.

Cristo no tiene otro cuerpo que el tuyo

Cristo no tiene otro cuerpo que el tuyo. Ni manos, ni pies en la tierra sino los tuyos.

Tuyos son los ojos con los que Él mira compasivo a este mundo.

Tuyos son los pies con los que camina a hacer el bien.

Tuyas son las manos con las que bendice a todo el mundo.

Tuyas son las manos. Tuyos los pies. Tuyos los ojos.

Tú eres su cuerpo. Cristo no tiene ahora en la tierra otro cuerpo que el tuyo.

(Atribuido a Santa Teresa de Ávila)

Sobre la ternura de los gestos diarios

Contemplando a una pareja con un niño pequeño cogido por su madre en brazos según tomaba hoy el metro en la mañana para ir a trabajar. Veo al chico que según se sientan mira al pequeño, estira su mano y le acaricia el pié. Veo cómo se miran y sonríen. Él se reclina sobre el hombro de su chica, estira su brazo por detrás de ella cogiéndola y con la otra mano le hace carantoñas al pequeño, vuelve a reclinar su cabeza sobre el hombro de la chica. Veo cómo se miran y sonríen. Una imagen sencilla, diaria. Sin embargo, despierta en mí una gran ternura.

Confiando en los planes de Dios

Confiando en el plan de felicidad que el de Arriba tiene pensado para cada uno con un cariño inmenso. Habitualmente ese plan va mucho más allá que mis torpes intuiciones humanas. Mis planes no son tus planes. Hoy, mi queridísimo Señor, quiero abrirme con confianza a tus planes, a lo que detecto en mi vida cotidiana que proviene de ti para que vayas haciendo mi vida feliz a tu gusto. Contemplando y acogiendo con agradecimiento los sucesos de mi vida y los cruces con otras vidas, personas que pones a mi lado. GRACIAS, mi queridísimo Señor, por estar ahí junto a mí.

Sobre la impotencia

Contemplando la impotencia de un padre que ve cómo su hija tras seis meses de baja por estrés laboral y ansiedad se incorpora a su trabajo y en momentos se ve incapaz de seguir adelante. Sola en un país extranjero. Mirando el dolor de este padre que acompaña, está ahí y escucha. Deseando vivamente, pero renunciando a dar sus soluciones, intentar imponer su criterio. Sentimientos de impotencia, no llegar, no saber. Acompañar y estar ahí es lo único que puede hacer y hace. Quizá sea suficiente aunque a él le parezca poco.

Milagros en lugares normales

El orgullo y la soberbia de la ciencia, el cientificismo, el orgullo de la razón, no nos ayudan para dilucidar los milagros. Los milagros son siempre una irrupción de Dios para el bien de las personas. El cuerpo de Jesús tiene muchos carismas para el bien común, entre ellos el carisma para curar.

El Antiguo Testamento nos cuenta grandes obras de Dios en la historia. Dios entra en la historia y en nuestra vida concreta. El evangelio está lleno de maravillas en las que Jesús se hace presente.