2016-06-30 Las dos Españas … ¿Los dos orgullos?

Publicado en Shangay.com por Nacho FresnoLa pregunta es cíclica. ¿Hay que estar orgulloso? Yo, al menos, sí lo estoy. De muchas cosas, pese a esa división, también cíclica, que reproduce algo intrínsecamente ligado a nosotros como es ‘el síndrome de las dos Españas’. Es curioso que nos neguemos a desterrarlo, incluso en el oasis de diversidad conquistada. Resulta paradójico que entre quienes celebramos la libertad de lo diverso haya sectores, quizá reaccionarios, que fomenten el rechazo a otras formas de celebrar el Orgullo que no sea la suya. Parece como si en ese ‘terreno conquistado’ quisiéramos plantar la semilla que tanto odio ha sembrado en nuestro país, dividiendo siempre en dos equipos a los que piensan de diferente manera.

Quizá esas ‘dos Españas, dos Orgullos’ –el de los que quieren imponer que sea ‘de esta manera’, y el de los que quieren celebrarlo ‘de la otra’– provoca más pena que orgullo, pues da pavor ver cómo ese peligroso gen hereditario de nuestra historia –que busca ‘enfrentamiento’ donde solo debería haber ‘diferentes puntos de vista’– se instala en lo que convendría que fuera una marea diversa que suma, no resta. No es tanto un Orgullexit, sino buscar enemistad, rivalidad: las dos Españas del siglo XXI, en definitiva.
 
Personalmente, me enriquece recorrer Madrid en medio de proclamas con las que no estoy en absoluto de acuerdo o, incluso, en el mayor desacuerdo, pues me suelo rodear de personas que no piensan como yo. Evitar el botafumeiro es la mejor manera de que nuestros personales cimientos morales sean más sólidos: la crítica externa permite analizarte con perspectiva, reafirmarte en tus convicciones o modificarlas, evitando el peligroso pensamiento único. Por ello sí estoy orgulloso del Orgullo que, en su diversidad de opiniones, pone de manifiesto algo tan grave como que aún sea necesario recordar que no todo está ganado, y hay muchas personas que siguen sufriendo por ser como son. O por intentar serlo. No del que busca enfrentamiento interno.
 
También me siento orgulloso de que, en este maremágnum de diversidades que es la vida, haya lugares donde ese ‘síndrome de las dos Españas’ está definitivamente desterrado, pues es más importante lo que une que lo que separa. En Chueca hay uno que se llama Crismhom. Allí no puede haber dos Españas, porque habría tantas Españas como personas se reúnen. Y esas personas no son otras que cristianos gays, lesbianas, bisexuales, transexuales o heterosexuales que se sienten discriminados por ser eso, cristianos, tanto en sus ámbitos religiosos, donde no los aceptan, como en su vida gay, donde no los entienden. Y tiene cojones que quienes queremos que se normalice la diversidad seamos, muchas veces, quienes no la aceptemos. Me siento muy orgulloso de que existan, y de que lleven diez años luchando, contra viento y marea, sirviendo de ayuda a muchos que se sienten o han sentido marginados por ambos lados.
 
Como cristiano gay he vuelto a comprobar con ellos que lo de ‘poner la otra mejilla’ ayuda a tender puentes, a abrir puertas: primero porque mi fe –y mi experiencia– me dice que soy afortunado por ello (Mateo 5,11); segundo, porque la fuerza que en Crismhom han tenido para hacer ese desinteresado trabajo solo puede alimentarse de ese sentimiento de incomprensión. ¿Orgulloso entonces? Muchísimo. Aunque solo será orgullo real cuando pueda decir que he hecho algo –como todos aquellos que llevan años luchando– para que muchas personas hayan podido ser un poco más felices en la diversidad. ¿Orgulloso? De ellos. A todos, gracias.

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