[or] Otras lecturas: Isaías 61:1-2, 10-11; Lucas 1:46-48, 49-50, 53-54; 1 Tesalonicenses 5:16-24
Lectio:
“Mi espíritu se alegra en Dios”, la antífona usada en el salmo responsorial, resume el contenido de este tercer domingo de Adviento, llamado tradicionalmente “Dominica Gaudete” (¡Alégrense!), las primeras palabras del texto de san Pablo. Nos acercamos a la celebración del nacimiento de Jesús, y la liturgia trata de presentar un tono festivo y elevar el espíritu navideño en este tiempo de conversión. Por ejemplo, en vez del habitual salmo o cualquier otro himno del Antiguo Testamento, recitamos un fragmento del Magníficat, el himno de acción de gracias y alabanza de María, un texto que leíamos hace unos días en la solemnidad de la Inmaculada.
Una vez más, el personaje principal es Juan Bautista. El domingo pasado, anunciaba la presencia del Señor en medio de su pueblo. Hoy tiene que responder a las preguntas que le hacen los sacerdotes y levitas enviados por las autoridades judías: quién era, qué estaba haciendo y con qué facultades estaba administrando un bautismo para el perdón de los pecados si no era el Mesías, el Profeta o Elías (1:25). Sus respuestas son claras y no dejan lugar para la duda: tres veces repite “NO LO SOY”, en contraposición con el número de ocasiones en que Jesús dirá “YO SOY” en el evangelio de Juan, definiendo su personalidad mediante imágenes como pastor, pan de vida, camino, luz del mundo… y usando una expresión en la que hallamos un eco del nombre de Yahvé. Juan, en cambio, se define como testigo, la voz que anuncia tanto la presencia del Mesías como el mensaje de salvación que sólo él puede ofrecer a su pueblo. El evangelista subraya este papel de testigo, hace una distinción clara entre el bautismo de Juan, “con agua”, y el de Jesús, “con Espíritu Santo” (1:33), y hace que proclame abiertamente que Jesús “es el Hijo de Dios” (1:34).
La liturgia de hoy tiene, con todo, más dimensiones que un simple llamamiento y un sentimiento anticipado de gozo por el próximo nacimiento del Mesías. De nuevo, el texto de Isaías nos remite al comienzo del ministerio de Jesús: esas son las palabras que él leerá en la sinagoga de Nazaret, su pueblo, y las pronunciará como una profecía que se cumple en aquel mismo instante. El Adviento, en esta ocasión también, vincula dos “acontecimientos históricos”, su nacimiento y el comienzo de su vida pública, en contraposición con la venida escatológica del Señor en su gloria que vimos el primer domingo. No es de extrañar, pues, que el himno de María transmita el mismo mensaje de liberación y el cumplimiento de las promesas anunciadas por el profeta.
Una última nota respecto al gozo que Pablo quiere que compartamos los cristianos de Tesalónica y nosotros: el fragmento que leemos es el final de la primera carta a una joven comunidad que necesita ánimos para crecer en la fe y aguardar la venida del Señor sin que su aparente tardanza “apague el fuego del Espíritu Santo”. Una vez más se usa la imagen del ladrón que llega de noche para describir “el día del Señor” que exige de ellos una actitud vigilante animada por la oración y la confianza gozosa en el que es fiel a sus palabras y llegará a su tiempo.
Meditatio:
Estoy seguro de que todos compartimos los mismos sentimientos contra los fariseos, doctores de la Ley y sacerdotes que rodean a Jesús y andan buscando continuamente la manera de desprestigiarle, acosarle y acabar eliminándole. Con todo, reconozcamos que por una vez actúan de modo razonable y prudente: ¿quién ese extraño profeta, vestido con una piel de camello, que predica el arrepentimiento y se atreve a llamar “raza de víboras” a fariseos y saduceos (Mateo 3:7-12)? Lo cierto es que, sin saberlo, los enviados por las autoridades para interrogarle están siguiendo el consejo de Pablo en el pasaje de hoy: “No desprecien el don de profecía [pero] sométanlo todo a prueba” (vv. 20-21). O comparten la opinión de Juan (1 Juan 4:1-6): “pónganlos a prueba, a ver si el espíritu que hay en ellos es de Dios… porque el mundo está lleno de falsos profetas”. Por el contrario, ¿no somos nosotros en ocasiones demasiado ingenuos a la hora de tratar con ciertas personas y movimientos religiosos o espirituales, sin “poner a prueba” su auténtico espíritu cristiano o su fidelidad al Evangelio?
Respecto a las respuestas tajantes de Juan, “NO LO SOY”, ¿no deberíamos ser más humildes cuando nos identificamos a nosotros mismos y nuestras opiniones con el Evangelio y nos presentamos como si fuéramos los “mesías” y “salvadores” de este mundo?
Una última pregunta para nuestra reflexión: ¿con qué frecuencia nos irritamos porque el Señor parece “retrasarse” en responder a nuestras oraciones o en venir en nuestra ayuda?
Oratio:
Recemos por cuantos (también nosotros estamos incluidos en el grupo) son incapaces de reconocer y aceptar el papel humilde de Juan: para que seamos testigos de Cristo y trabajemos sin descanso para encaminar a nuestros hermanos hacia Jesús, el Cristo Salvador.
Pidamos convertirnos en mensajeros de consuelo y esperanza y poder anunciar el gozo que experimentamos siguiendo a Jesús, luz del mundo, en quien se cumplieron las antiguas promesas de los profetas.
Contemplatio:
“Mi alma alaba la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios mi salvador.” Estos son los primeros versos del Magnificat, el cántico de María que recitamos todas las tardes en Vísperas. Repite el himno una vez más, dando gracias por la alegría de haber sido llamado por Jesús para participar de su salvación y ser testigo suyo. Escoge un verso como plegaria y guía a lo largo de la semana que comienza.
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón, Sacerdote católico, Arquidiócesis de Madrid, España