Otras lecturas: Isaías 40:1-5, 9-11; Salmo 85:9-10, 11-12, 13-14; 2 Pedro 3:8-14
Lectio:
Por extraño que parezca, ni en el domingo pasado ni en este Segundo Domingo de Aviento se hace la menor alusión al nacimiento del Mesías, que se supone estamos preparando en nuestra liturgia. El domingo pasado, las palabras de Jesús se referían a su última venida, y hoy el comienzo del evangelio de Marcos nos ofrece el contexto de la vida pública de Jesús. Lo que leemos es el trasfondo de la predicación de Juan en el desierto. En contraste con los demás evangelistas, Marcos no retrotrae la historia de Jesús a su origen mismo como ”Palabra de Dios (Prólogo de Juan), ni a su nacimiento en Belén (Mateo 2, Lucas 2), sino que prefiere presentarle como el predicador que se somete al bautismo de Juan, un rito penitencial, subrayando así su dimensión humana. Nada de pre-existencia divina, ni de nacimiento virginal, nada especial respecto a él salvo el anuncio de Juan: es “más poderoso” que él, y “bautizará con el Espíritu Santo” (1:8).
El primer versículo es, en realidad, el título del libro como tal, aunque también proporciona al lector la clave para entender todo su contenido. Es preciso clarificar algunos términos para captar el “programa” que expone Marcos en este arranque: debemos tener en cuenta que este libro nos va a guiar a lo largo de todo este ciclo litúrgico. En primer lugar, el contexto y sus lectores: en torno al año 65 d.C., en Roma, en un momento de persecución; tal vez ya se tenían noticias de la destrucción de Jerusalén; el autor piensa en la comunidad cristiana de Roma, poco conocedora de las tradiciones y costumbres judías. Los lectores saben desde el comienzo el desenlace de la historia de Jesús: es el Mesías de Israel, el Cristo en términos griegos, e Hijo de Dios. Así que tienen el privilegio de conocer el mensaje oculto en el secreto de Jesús respecto a su verdadera identidad, algo que ignoraban sus contemporáneos. Debemos vincular esta afirmación inicial con las palabras del centurión que presenció la muerte de Jesús: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15:40). Entre estas dos frases, se exponen a los lectores la vida, enseñanza y signos, el sufrimiento, pasión y muerte de Jesús,. El Evangelio, la Buena Noticia de su victoria inesperada, es Jesús mismo.
A pesar de esta aparente disociación con la Navidad, las lecturas de hoy son una auténtica introducción al misterio de la Encarnación y su mensaje fundamental de esperanza. “Consuelen a mi pueblo… Hablen con cariño a Jerusalén”, las palabras de Isaías, no se dirigen tan sólo a los israelitas que vuelven del exilio a su tierra devastada; ni a los cristianos sometidos a la persecución y a la muerte a causa de su fe, sino a toda la humanidad sufriente. Repitámoslo: el Evangelio, Jesús mismo, es la Buena Noticia de parte de Dios. Y se nos debe recordar este mensaje de esperanza todos los años. Igual que para los cristianos que leían la segunda carta de Pedro, unos sesenta años después de la resurrección de Jesús y estaban perdiendo la esperanza en la vuelta del Señor, para nosotros tampoco puede ser su “retraso” una excusa para olvidarnos del “cielo nuevo y la tierra nueva” y olvidar cuánto debemos esforzarnos para que nos hallen “sin mancha ni culpa” (2 Pedro 3:14). El nacimiento de Jesús, celebrado en Navidad, es el comienzo de ese proceso que conduce al Reino de Dios, y el camino seguido por el Mesías se nos mostrará como un itinerario difícil, arduo y desconcertante. Pero al final, Dios se manifestará como el pastor que “cuida su rebaño, levanta a los corderos en sus brazos, los lleva junto a su pecho” (Isaías 40:11).
Queda mucho por decir de Juan Bautista: era la voz que anunciaba lo cerca que estaba el Reino de Dios, aunque ni era él quien habría de traerlo ni era tampoco el Mesías. Su mensaje invitando a enderezar los senderos para el Señor y volverse a él no sólo fue válido para la muchedumbre sedienta del consuelo de Dios, sino también para nosotros que esperamos la llegada del Señor en las diversas dimensiones del Adviento.
Meditatio:
Tendemos a dividir nuestra vida en pequeños compartimentos estancos, sin relación entre ellos. Tal vez algunas preguntas podrían darnos pistas para superar ese aislamiento. Estamos una semana más cerca de la Navidad, y puede que ya hayamos enviado nuestras felicitaciones. Lo estamos preparando todo para las celebraciones familiares. ¿Qué tipo de relación establecemos entre el niño nacido en Belén y el Jesús adulto que predicaba y proclamaba la llegada del Reino de Dios? La gente que escuchaba al Bautista anunciando la presencia del Mesías se arrepentía y recibía el bautismo como signo de penitencia: ¿vemos nosotros algún enlace entre el nacimiento de Jesús y nuestro propio bautismo? ¿Hemos pensado en algún momento en las palabras de Juan? ¿Hemos prestado atención a nuestra necesidad permanente de conversión al Evangelio? Como puedes ver, tal vez dejamos a un lado demasiadas dimensiones en nuestra manera de acercarnos a la Navidad…
Oratio:
Reza por quienes han perdido la esperanza y necesitan una palabra de consuelo: para que este Adviento sea para ellos un momento de luz y vuelta a la vida gozosa del evangelio.
Pidamos por todos los que nos olvidamos de que es preciso allanar el camino del Mesías prometido mediante la escucha de su palabra y la conversión del corazón.
Contemplatio:
Durante todo el año vamos a seguir el evangelio de Marcos, el más breve de los cuatro. ¿Seríamos capaces de comprometernos a leerlo a lo largo de la semana que hoy empieza? Sería un buen ejercicio de conversión al mensaje del Señor que sale a nuestro encuentro
Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España