Lectio Divina 2014-01-01: Santa María, Madre de Dios

Siempre que los humanos pensamos en Dios (o en los dioses, da lo mismo), esperamos algo extraordinario, maravilloso, en los que estén presentes el poder y la gloria como signo de la divinidad. Hasta cierto punto, puede decirse que el Antiguo Testamento responde a ese esquema mental: Dios realizó grandes signos y portentos con los hebreos, trasladándolos milagrosamente de la esclavitud a la libertad. Por medio de Moisés, fulminó al Faraón, hizo que su pueblo atravesara el mar Rojo por tierra seca, les dio de comer en el desierto… Podríamos seguir recordando el número de batallas y gestas en las que mostró su poder. Pero, al cabo de una larga historia de contrastes entre la fidelidad de Dios a sus promesas y la desobediencia de Israel, “cuando se cumplió el tiempo”, se hizo presente de una manera nueva: por medio de su propio Hijo.

1 de Enero de 2014

 Santa María, Madre de Dios

 

DIOS ENVIÓ A SU HIJO, QUE NACIÓ DE UNA MUJER, SOMETIDO A LA LEY

Lucas 2:16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

 

Otras lecturas: Números 6:22-27; Salmo 67:2-3, 5, 6, 8; Gálatas 4:4-7

 

Lectio:

            Al volver la mirada a las Lectiones que he escrito a lo largo de estos tres años pasados, tengo la impresión de que una de las palabras que más he usado es “paradoja”. La frase de Isaías (55:8): “mis ideas no son como las de ustedes, y mi manera de actuar no es como la suya” aparece como verdad indiscutible. Lo que llamamos “historia de la salvación” es un choque permanente entre lo que los humanos podemos esperar, consideramos lógico y razonable, y los acontecimientos y las personas por medio de los cuales actúa y se manifiesta Dios. El domingo pasado veíamos la manera tan extraña en que podíamos llamar “sagrada familia” a Jesús, María y José. Podemos decir que este no es sino un ejemplo de esos “giros” del leguaje de Dios que nos desconciertan y arrojan la sombra de mil dudas sobre cuanto damos por sentado, arraigado con firmeza en nuestras mentes. No, “sus ideas no son como las nuestras”.    

            Siempre que los humanos pensamos en Dios (o en los dioses, da lo mismo), esperamos algo extraordinario, maravilloso, en los que estén presentes el poder y la gloria como signo de la divinidad. Hasta cierto punto, puede decirse que el Antiguo Testamento responde a ese esquema mental: Dios realizó grandes signos y portentos con los hebreos, trasladándolos milagrosamente de la esclavitud a la libertad. Por medio de Moisés, fulminó al Faraón, hizo que su pueblo atravesara el mar Rojo por tierra seca, les dio de comer en el desierto… Podríamos seguir recordando el número de batallas y gestas en las que mostró su poder. Pero, al cabo de una larga historia de contrastes entre la fidelidad de Dios a sus promesas y la desobediencia de Israel, “cuando se cumplió el tiempo”, se hizo presente de una manera nueva: por medio de su propio Hijo.

            Y en ese momento culminante, supremo, lo que encontramos es algo tan sencillo como un niño nacido de mujer y sometido a la Ley. Punto. Si nos fijamos en los personajes que aparecen en nuestro fragmento del evangelio de Lucas, dejando aparte al grupo sobrenatural o misterioso de los ángeles, son todos, al igual que el contexto, más o menos “corrientes”: un niño recién nacido envuelto en pañales, junto con sus padres, algunos pastores y el asombro que siempre provoca un nacimiento. Podemos decir que la admiración de estos podría estar causada por el hecho de que el niño no estuviera en una cuna, sino en un pesebre. Si, además, combinamos los relatos de Mateo y Lucas, encontramos, eso sí, un número de acontecimientos gloriosos, extraordinarios. Pero, salvo para los afectados, la gente desconocía la mayor parte de aquellos hechos: ¿Quién tenía noticia de las palabras de Gabriel a María, de la promesa del nacimiento del Mesías, del origen y naturaleza de aquel embarazo, de los sueños de José y de los Magos…? Nadie.

            Todo esto nos conduce de nuevo a un tema familiar, que ya hemos visto en semanas anteriores. Permítanme algunas variaciones “ad libitum” sobre el mismo motivo de aquellos pasajes bíblicos: “Señor, ¿cuándo te vimos como Mesías poderoso, impresionante como un rey en su corte?” (Mateo 25:31-46). O, “¿Qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido lujosamente, o con armadura, al mando de un ejército, como corresponde al heredero del trono de David?” (Mateo 11:7-15). De hecho, las palabras sobre el juicio a las naciones o las referidas a Juan Bautista también podrían aplicarse al “descubrimiento” del Mesías. Pero a él se le encuentra donde nadie imagina que está. Los pastores, los Magos, Simeón y Ana más tarde… Lo que vieron, todo lo que vieron, no era más que un niño chico, nacido de mujer, de origen humilde, circuncidado a los ocho días como cualquier otro niño judío. Se llamaba Jesús. De nuevo, “punto”.  

            ¿O no? “María guardaba todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente” son las palabras que usa Lucas (2:19, 51) para describir a la única que es realmente consciente de lo que sucedía, o tal vez la única que percibía algo mucho más sencillo y más profundo: hay un significado oculto, un misterio que ni ella ni los demás pueden abarcar en plenitud. No hay duda, debemos repetir: “las ideas de Dios no son como las nuestras”.

 

 Meditatio:

            Es su actitud de asombro, de silencio reflexivo, cargado de preguntas y de respuestas en fe, lo que convierte a María en símbolo de los creyentes. Podemos decir que este hecho, por sí solo, hace que María, junto con su Hijo, ocupe el comienzo del Año Nuevo. Volviendo la mirada a nuestros textos, podemos encontrar en ellos inspiración para enfrentarnos a la época actual, agitada por el temor y la ansiedad, con la confianza de que también nosotros somos “hijos de Dios”. No podemos negar que con gran frecuencia nos sentimos desconcertados, incapaces de entender el significado y la meta de la vorágine en que vivimos. Lo hemos hecho una y otra vez, todos los “uno de enero”, pero repitámoslo: con la misma actitud de María, leamos de nuevo Números 6:24-26. Aunque oscuras nubes hagan que nuestros cielos se presenten sombríos y descorazonadores, aunque no podamos abrigar sentimientos de optimismo en medio de la crisis, recordemos que nuestro año, nuestro presente y nuestro futuro, están en las manos de Dios y que su proyecto para nosotros está bajo el signo de su bendición.

 

Oratio:

            Recemos por todos los padres y los niños que les nacen y están destinados a vivir en duras condiciones económicas, sociales y culturales: para que los políticos, especialmente los responsables de la economía, la sanidad, la educación y la vivienda, los tengan presentes continuamente como el punto más importante de su agenda.

            Recemos por nosotros mismos: para que nuestra contemplación de la realidad humana con una visión de fe nos haga superar nuestra superficial actitud de “mentalidad caritativa” y luchemos por descubrir la presencia salvadora de Dios en quienes nada cuentan para este mundo: para que sepamos reconocer y defender su dignidad como auténticos “hijos de Dios”.

            No es la primera vez que lo recomiendo: recemos especialmente por los “olvidados”, los que nunca aparecen en nuestras “listas” de oraciones. 

 

Contemplatio:

            Es prácticamente imposible sustraerse a las rutinas y los rituales. Los propósitos de Año Nuevo no son la excepción. Hace un par de años propuse leer al menos dos libros que pudieran inspirarnos o fortalecer nuestra vida espiritual. Debo admitir que alcancé el número de seis. ¿No podríamos repetir algo semejante? Este año, el ciclo litúrgico tiene como columna vertebral el evangelio de Mateo. Una humilde propuesta: visita tu librería religiosa habitual y busca un comentario fiable a este evangelio. Además de ampliar tu conocimiento de la Escritura, podrías contrastar y complementar las reflexiones que escribo cada semana…

            Como de costumbre, una última línea para desearles a todos un Año Nuevo abundante de paz y bendiciones de parte del Señor. Y que sigamos compartiendo la alegría de acercarnos juntos a él.

 

Reflexiones escritas por el Rvdo. D. Mariano Perrón,
Sacerdote católico,
Arquidiócesis de Madrid, España

 


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