Este texto es el testimonio de un miembro de CRISMHOM que este verano ha sido parte en un campo de trabajo de un psiquiátrico en Palencia llevado por las Hermanas Hospitalarias.
Visto desde fuera, entrar en contacto con el enfermo mental no es una experiencia atrayente o apetecible. Las imágenes que tenemos sobre palabras como «manicomio», «psiquiátrico» o centro de salud mental son en general diferentes a la realidad más normal que tiene lugar en estos centros. Camisas de fuerza, gente enjaulada, personas violentas, gente gritando, rostros desfigurados, gente echando espuma por la boca son algunas de las imágenes que vienen a nuestra cabeza a propósito de los «locos», «transtornados» o enfermos mentales. La pérdida de la razón muchas veces es cultivada por el cine por medio de estas imágenes. Sin embargo, muchas de estas imágenes no se muestran en su contexto real. Es posible que un auxiliar que haya trabajado durante unos cuantos aÑos en uno de estos centros haya visto en momentos distintos estas imágenes. Sin embargo, ninguna de ellas se produce fuera de un contexto que es muchísimo más rico que la propia imagen.
El primer día que se hace una visita por las distintas unidades de uno de estos centros se suele experimentar una impresión «fuerte» que nos puede provocar incomodidad por no saber cómo van a reacionar o cómo tratar a estas personas. Nuevamente, la primera visita nos da las imágenes, pero estas aún están fuera de su propio contexto. El tiempo que suele durar esta impresión es quizá de unas horas o como mucho un día (no es mucho más). Se empieza a observar cómo los auxiliares cuidan a los pacientes, uno aprende cómo reaccionan y cómo se les puede tratar, uno se familiariza con sus rostros (cierto que a veces son deformes), se comienza a aprender el nombre y la historia de cada uno. Una vez traspasado este muro inicial, se descubre un universo nuevo, un mundo paralelo al mundo real donde el tiempo transcurre con un reloj distinto, donde el valor se pone en cosas diferentes. Es un universo de una belleza inmensa, difícil de contar y fácil de experimentar.
El mundo de valores de los pacientes se mueve en torno a acciones muy sencillas dependiendo de sus capacidades físicas o psíquicas: ir a verles, hablar o jugar con ellos, cogerles de la mano, sacarles a pasear, ocuparles en talleres, percibir que alguien les mira y habla aunque no entiendan lo que dice, darles besos o abrazos, cantar y bailar con ellos, hacerles salir de las unidades. El mundo del paciente mental se mueve mucho más por la expresión del afecto a través del contacto físico, que por ningún discurso racional (esa es precisamente su limitación).
El enfermo mental en muchos aspectos se encuentra desinhibido y muestra sus sentimientos de afecto de forma sencilla. Suelen ser cariÑosos, llanos y entraÑables. No tienen vuelta de hoja. Sus comportamientos a veces resultan muy cómicos y divertidos. Cuando uno los trata, uno se encuentra a sí mismo haciendo cosas que nos hacen perder el sentido del ridículo porque junto a ellos el mundo es distinto. Los «cuerdos» tenemos en general mucho menos desarrollada nuestra expresión afectiva. Nuestra sociedad minimiza la expresión corporal del afecto por las personas a las que queremos, porque esta expresión nos hace vulnerables. El enfermo mental es por definición vulnerable.
El contacto con el enfermo mental transforma por sí mismo el corazón de quien con generosidad hace el esfuerzo por conocerlo. Nos permite relativizar el mundo de valores de nuestra sociedad ayudándonos a ser en definitiva más felices. El contacto con el personal que atiende al enfermo mental es otra fuente que pone de manifiesto la capacidad de los pacientes de transformar el corazón humano. Es imposible trabajar con enfermos mentales durante aÑos sin haber desarrollado unos valores humanos y una sensibilidad especial que no pertenece a nuestro mundo ni a nuestra sociedad. Cuando uno contempla al personal de los centros de salud mental, reconoce esos valores que provocan en quien los contempla un sentimiento de honda alegría y energía.
El contacto con las Hermanas Hospitalarias es el ejemplo consumado de aquellas que han desarrollado en su máxima expresión esos valores y la sensibilidad que provoca el contacto y contemplación del paciente desde los ojos de Dios mismo. Las Hermanas se dan el tiempo y el trabajo de poder recrear este encuentro desde el amor infinito de Dios. El mismo Dios que quiso que estos «renglones torcidos» existieran, para enseÑarnos a mirar al mundo con sus mismos ojos.
The eyes of God
Seen from outside, getting in contact with the mentally sick is not an appealing or agreeable experience. The images we have from words like «asylum», «psiquiatric house» or mental health center are usually different from the daily reality inside these houses. Force shirts, encaged or violent people, shouting persons, deformed faces, people throwing foam out of the mouth are some of the images which come to our mind when talking about the «mad», the mentally ill. Sometimes, the cinema exploits this reality using these type of images. However, most of them are not shown in its real context. A worker in one of these centers might have seen these images in different moments after several years of service. However, none of them occurs out of a context, which is a lot richer than the imagine itself.
The first day a tour is carried out around the different units of one of these houses, a «strong» impression is experienced. We feel uneasy because we don’t know how these people might react or how we can manage them. Again, the first visit gives us only the images out of their own context. However, this impression might last just a few hours or perhaps one day at most (it is not any more than this). One starts observing how the auxiliary personnel manage the patients, one learns how they do react, how to deal with them, one gets familiar with their faces (true that sometimes they are deformed), their names and stories. Once this initial uneasiness wall is trespassed, a new universe shows up, a parallel world where time goes by with a different clock, where value is given to different things. It is a universe of an inmense beauty, difficult to explain but easy to experience.
The world of values of the patients is built around very simple actions depending on their physical or phyquical disabilities: go and visit them, talk to them, shake their hands, take them out for a walk, keep them busy doing manual works, talk and look at them even if they cannot understand or see us, kiss or hug them, sing and dance with them, take them out of their units. The world of the mentally disabled is moved a lot more by the expression of affection though physical contact than any rational discussion (that’s precisely their limitation).
In many aspects, the mentally ill are not inhibited and they show their affection to others in a simple way. They are usually loving, plain and simple. They don’t have turnarounds. Their behaviour is sometimes very funny. Dealing with them makes us feel spontaneous in situations where we would feel ridiculus for the world around them is different. The emotional expression of us, the mentally healthy, is a lot less developed. Our society minimizes the corporal expression of affection and sympathy for those who we tenderly love, for this expression makes us vulnerable. The mentally disabled are by definition vulnerable.
The contact with the mentally ill transforms by itself the heart of those who generously make the effort to discover them. This knowledge allows us to look at the world of values of our own society from a different perspective, helping us to be a lot happier. Getting in contact with the personnel who deals with the mentally sick is another source which makes us realize how the patients can change the human heart. It is impossible to work with mentally sick during several years without developing a set of human values and a especial sensitivity which do not belong neither to our world nor our society. When one contemplates the personnel working in houses for mentally disabled, these values are recognized and they provoque in those who contemplate them, a feeling of deep happiness and strength.
The contact with the Hospitality Sisters is the real example of those who have developed in its greatest expression these values and the sensitivity given by the contemplation of each patient from the eyes of God Himself. The Sisters give themselves the time and effort to recreate this encountering process from the infinite love of God. The same Lord who wanted these «twisted words of His» to exist, to teach us how to look at the world with His own eyes.