Ante las declaraciones del nuevo Presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, en la que se vuelve a mencionar que no se puede llamar matrimonio a la unión entre dos personas del mismo sexo, no queremos quedarnos callados.
Asistimos de nuevo a la realidad de ser percibidos como un colectivo de personas que no son capaces de decidir qué hacer en su vida. De nuevo los prejuicios se hacen presentes en boca de un representante de la Jerarquía de la Iglesia Católica.
Volvemos a escuchar comentarios y afirmaciones relacionando nuestra realidad LGTB con la destrucción del sentido de la familia y de la afectividad, aparte del de la sexualidad humana. En este caso, se pone en duda que la convivencia de dos personas por amor y con libertad que deciden unirse en un proyecto común de amor. Con estas palabras únicamente se limita la grandeza del amor. Se trata de afirmaciones que son ajenas a la sabiduría creadora de Dios, que nos ha hecho diversos.
Cuando dos personas, independientemente de su sexo, deciden unir sus vidas en un proyecto común, lo hacen con la libertad y el deseo de llegar a la plenitud de sus vidas. Es desde esa libertad y con el Amor de Dios las parejas cristianas se embarcan en un proyecto de vida donde el centro es Dios. Setrata de un amor que desde Jesús está destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los cónyuges se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana. El amor entre dos personas es un amor total, fiel y exclusivo, pero que no termina en el egoísmo de la propia pareja sino que lo hace fecundo y generoso hacia los demás. No podemos permitir que se castre nuestra afectividad y nuestros grandes deseos de comunión y de vida compartida, puesto que hemos dado testimonio de que nuestro amor y nuestro compromiso no difiere del de las parejas formadas por un hombre y una mujer.
El placer, el diálogo, la intimidad, la comunión… también son aspectos de la sexualidad humana que las personas homosexuales vivimos plenamente como expresión del amor mutuo y la entrega recíproca, que es también expresión del amor que Dios ha derramado en nuestros corazón, porque Dios es amor y quien ama ha conocido a Dios.
No entendemos por qué se nos hace partícipes de atacar la institución del matrimonio y de la familia, cuando nuestro deseo es formar parejas estables en las que el Amor, el Respeto, el Afecto, la Fidelidad y la Convivencia sean los ingredientes que conduzcan a la plenitud personal. Reiteramos nuestro compromiso con la institución familiar. Hemos pedido que se nos reconozca el derecho de formar y de vivir en una familia, fundada en el amor entre dos personas, la entrega generosa y la ayuda mutua y en la crianza de hijos.
La falta de acogida por parte de determinados miembros de la Jerarquía de la Iglesia Católica a los homosexuales, bisexuales y transexuales únicamente provoca sufrimiento en las personas LGTB creyentes. No se puede utilizar la autoridad que se ostenta para crear este tremendo sufrimiento en las personas homosexuales, buscando la negación de sus derechos y mermando su autoestima e incluso su dignidad, dificultando el crecimiento personal de las personas LGTB. Esta actitud está radicalmente alejada del Evangelio y del mensaje de Jesús, ya que nos estigmatiza.
Hacemos un llamamiento a todos los creyentes de buena voluntad para que se manifiesten también contra las posturas homófobas de cierta Jerarquía de la Iglesia Católica. Reiteramos nuestra invitación a que conozcáis nuestras vidas, nuestros anhelos y deseos de vivir con coherencia nuestra fe cristiana.
Animamos a nuestros hermanos y hermanas a no tener en cuenta las palabras de unos hombres que han decidido no contraer matrimonio ni crear una familia, y por lo tanto están faltos de la autoridad moral de la experiencia para hablarnos de la vida familiar y conyugal. No tenemos miedo a ser seguidores y seguidoras LGTB de Jesús, y a vivir este seguimiento con todas sus consecuencias.
La homofobia, la bifobia y la transfobia son sentimientos humanos que no provienen de Dios, sino de los hombres.