Una vida consagrada

 Hoy es el día de Ntra Sra de la Candelaria, Nuestra Señora de la Luz. Hoy se celebra el día de la Vida Consagrada. 
Si hay momentos en mi vida que han merecido la pena VIVIR, mis años de clausura están en la cima de ellos. 
En el silencio LA PALABRA se hizo carne y, luego, fue voluntad de LA PALABRA  hacerse oír, arrastrándome con ella. En compensación se me prometió vivir el silencio eternamente. 
Eso no quita que, a veces, mi naturaleza necesite, recuerde y, en sueños, regrese a él. 
 
«Llegada la noche, me fui a dormir tarde.
Me desperté igualmente a las 3:15, como todos los días. Me puse el habito y salí de mi celda para pasar por el servicio antes de ir a la iglesia para el rezo de Vigilias. En la base de las escaleras cogí mi capa. Por suerte la tenemos y con placer se usa en estos días de comienzo del invierno. La Iglesia del monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles es muy grande y fría en estas épocas y, a estas horas, mucho más.
Me llamó la atención cómo me miraban los hermanos. 
Sonrisas, complicidad, alguno que otro se veía que agradecía a Dios al verme. La sensación era de la alegría de la llegada del hijo pródigo. 
Aún el abrazo del padre Abad al verme fue extraño y también sus palabras que rompían el silencio nocturno: Has vuelto!!! … pero nunca te has ido. 
Allí me di cuenta: estaba soñando y, en sueños, había vuelto a visitarlos.
Simplemente me dispuse a disfrutar de cada detalle: de los ladrillos de la pared de la iglesia tocándolos nuevamente con mis manos, del padre S. que paso sonriéndome (uno de mis testigos de mi consagración a María), del hermano J. que me guiñó el ojo, de entrar al coro y saludar al Santísimo (a la usanza Trapense que aún hoy uso), coger mi asiento del coro, acomodar los libros y comenzar a cantar a mi Dios. 
Pasados unos salmos, sabiendo que era un sueño y recordando que tomé la decisión de hacer del mundo mi claustro, me despedí del olor a humedad de la capilla, del tacto del habito sobre mi cuerpo y me desperté.»

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