Una monja de clausura, me dijo que cuando se sintió llamada, tenía unas joyitas, una sortija que a ella le gustaba mucho. No sabía cómo decirle a su madre que ya no las tenía. ¿Qué ha pasado? ¿Las has perdido? ¿Te las han robado? No mamá, se las he dado a la Virgen para que las tenga ella. Y así, el Señor hizo que este pequeño trasto iniciara su servicio durante toda una vida. Un pequeño trasto, pero muy querido por Dios.