Una llamada a la esperanza

Adviento, una palabra ya muy lejana. Una palabra sin apenas contenido, perdida en el tiempo. Más allá de su significación etimológica, una palabra sin muchas resonancias. ¡Tantas y tantas palabras dormidas para siempre para vivir en el recuerdo del tiempo! La Iglesia vive y ora según un ritmo anual que diversifica nuestra vida con Dios. Es necesario vivir el misterio del Adviento, sin el cual no hay Navidad posible. Solamente desde la disponibilidad de una preparación de los caminos del Señor se llega a la plenitud de «todos verán la salvación de Dios». Plena realización de la esperanza para los hombres de hoy y sus nuevas situaciones.

La monotonía de las semanas, de los meses, de los años, de los ciclos, con la dificultad siempre creciente de los hombres que envueltos en tensiones no acertaban a encontrar el sentido de la vida, de la historia, del destino, no podía ser un obstáculo para llegar a Aquél que era respuesta total de comunicación en Cristo Jesús. Y en el fondo de la vida y de los hombres la siempre eterna búsqueda de la espera y la esperanza. ¿Es que acaso se había cortado en este tiempo nuestro la comunicación, la fluidez con Alguien que ininterrumpidamente viene a nuestras vidas para ser respuesta total a nuestra esperanza? Es el momento de preguntarnos: ¿Esperamos verdaderamente al Señor o confiamos en otras instancias? Muy cerca de nosotros, muchos hombres no esperan a Aquel a quien nosotros esperamos y, sin embargo, esperan siempre un poco de alegría y de paz. La espera y la esperanza están inscritas en el fondo de nuestro ser.

La liturgia del Adviento, hay que reconocerlo, es paradójica. Se concentra, durante cuatro semanas, en la «venida» del Señor. El Señor vino al mundo por su nacimiento en Belén, al fin de los tiempos volverá. Pero nosotros que no estamos ya en tiempo de Cristo y tampoco todavía en el fin de los tiempos, qué sentido daremos en el año 199.., a expresiones como «preparad el camino del Señor», «El Señor está cerca», expresiones sustanciales del Adviento.

Vivir la vida de Jesús desde la liturgia es todo menos una bella fraseología. Se viven en el tiempo, en este tiempo, los misterios de Jesús, desde las tensiones y luchas de la propia vida.

.¿Esperar? ¿Esperar a Alguien? ¿Para qué? ¿Hay que pensar que el fin del mundo tendrá lugar dentro de unos años o hay que resignarse a pronunciar palabras que no quieren decir nada? ¿O habrá que comprender que, realmente, entre la primera Navidad y el fin del tiempo, es decir, en 1970, 1991, el Señor viene y hay que preparar el camino del Señor? Cuando se mira el mundo actual, lleno de violencias, mentiras, placeres sin sentido, lágrimas, sufrimientos, ¿nos atreveremos a decir que el Señor sigue incesante y silenciosamente viniendo a este mundo? Hace falta mucha fe para decirlo. Y, sin embargo, los que seguimos a Jesús tenemos que afirmarlo y creerlo. El Señor viene poco a poco, muy misteriosamente. No viene todavía como juez; esto será al final de los tiempos. No viene tampoco como un simple galileo, como la primera vez. Viene como el Resucitado, que lleva a cabo en los hombres su obra de salvación. Este es verdaderamente el gran misterio y la grandiosidad de la vida de la liturgia.

Viene en la suavidad y la paciencia, sin nada de espectacular, en un respeto total a cada uno de nosotros. Sin ninguna violencia, sin astucia, sin privar a nadie de su libertad, logra de una forma maravillosa venir poco a poco al corazón de los hombres. Es una formidable partida que se juega, en la que Dios se muestra en su mansedumbre, su perseverancia, su conocimiento del corazón humano. Lo que un hombre deshace por la violencia, otros, llamados por El, lo construyen mejor en la paz. Lo que un hombre destruye por sus excesos, otros, llamados por El, lo rehacen con la fuerza del amor.

Cada adviento debería ser una incesante búsqueda de Jesús. ¿Qué quiso y qué vino a traer Jesús? ¿Qué estamos haciendo cuando profesamos la fe cristiana e intentamos vivir el mensaje de Jesús imitando y siguiendo su vida? ¿Cómo debemos vivificar, reactualizar nuestra fe y nuestra esperanza en este Adviento 1991? Si Jesús es en su propia persona la respuesta de Dios a la condición humana, desde El tendremos que ofrecer a nuestros hermanos, verdaderas respuestas de salvación y de esperanza. Jesús sigue siendo la realización de la esperanza.

F. BORAU
DABAR 1991, 2

 

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