Somos vasijas de barro (2 Co 4), somos frágiles, nos rompemos, pero llevamos dentro un tesoro, una chispa incendiaria de Dios. Viviendo el presente, sin huir de la vida real, sin proyectar. Mirando de frente esas situaciones que nos atemorizan, confiando en Dios y ofreciendo nuestra pobreza. Mirando y aceptando nuestra fragilidad abandonándonos en la confianza en Dios, como lo hace un niño pequeño en mano de sus padres.