Sobre Francisco Javier

Me conmovió descubrir a Javier tan afectivo y tan solo y aún más pensar que cuando se despidió de Ignacio al partir a las Indias, nunca más volverían a verse.

Intentando aproximarnos a San Francisco Javier trascendiendo el tópico de santos que mean agua bendita, tan lejanos de nuestra realidad concreta. Figura separada por 500 años, rodeada de proezas humanas y divinas que debemos trascender porque al fin y al cabo es una persona de carne y hueso como nosotros. Francisco Javier es santo tan popular que hasta eclipsa al propio Ignacio de Loyola. En sus cartas se percibe una ternura y afecto por otras personas extraordinario, lleno de una modernidad muy poco común de su tiempo, afecto entre otros a Ignacio de Loyola.

Javier es un lugar precioso, rodeado de naturaleza, hostigado por el llamado viento revientacabras, lo forjó todoterreno, a prueba de inclemencias. Su hermana, clarisa descalza. Su padre, persona notable, licenciado en derecho en Bolonia, de las familias principales, aunque no en su mejor momento económico. El cardenal Cisneros manda cortar la Torre del castillo de Javier en 1516 y la tensión política trae guerra y asedio en la zona. Los hermanos de Javier e Ignacio lucharon en la misma batalla, pero en bandos distintos. Se va a estudiar a París teniendo asegurado el puesto de canónigo en Pamplona. Tipo atlético, encantador, con una carrera asegurada. Ignacio conoce a Javier compartiendo habitación con Pedro Fabro en una residencia en París. Sin sentir Ignacio mucha simpatía inicial por él, al haber combatido contra sus hermanos, sólo Fabro, lleno de ternura, fue el mago capaz de aproximarlos. ¿De qué te sirve ganar el mundo, si pierdes tu alma? le decía Ignacio. Javier tenía muchos amigos. Algunos, los más jóvenes, se iban de prostitutas. Javier les miraba con envidia pero no les acompañó por temor a la sífilis. Ignacio mostró a Javier gran ternura, pero también le ayudó facilitándole dar clases particulares y ayudándole económicamente. Ya siendo Fabro sacerdote, Javier fue el último en hacer los ejercicios con Ignacio. Guiado por renuncia permanente, y siendo en todo envidiable, decide dejarlo todo en el encuentro con Jesús de Nazaret a través de Ignacio. En 1534 se ofrecen al papa y fundan la Compañía de Jesús. El papa pide dos jesuitas para ir a la India y no estando Javier en la lista, es quien finalmente va por enfermedad de otro. Ignacio tenía en mente que fuera general de la Compañía más adelante y que estuviera cerca de él. Sin embargo, cuando se despidieron en el puerto de Lisboa, ya no volverían nunca más a verse de nuevo. Ignacio es elegido general de la Compañía al día siguiente.

Javier imprudente, no ponía límite a su vocación. En 1552 murió a los 46 años a las 2 de la mañana. Murió machacado. Sin control del tiempo y espacio. Podía rezar sin dormir y dormía cuando caía extenuado. Oración constante, sin parar de viajar, en una época en la que uno se moría por enfermedad o a causa de los bandoleros que atacaban los caminos.

¡Cuántas ánimas se pierden porque la Iglesia no está dispuesta a mandar operarios de entre los estudiantes de París! Llegó a bautizar a diez mil personas en un mes y sólo quería y pedía un poco más de ayuda. Se decía que con unos pocos, podría lograr la salvación de unos millares más de cristianos: la consolación de hablar de Dios a los gentiles. Preparaba su comida, lavaba su ropa roída cuando viajaba en barco pensando que no era más valiente que cualquiera de aquellos marineros que iban y venían en condiciones infrahumanas. Javier, de carácter expansivo, comunicativo y muy afectivo, lo que más le pesó y peor llevó fue estar solo. 5 correos en 11 años: 3 de Roma, de Ignacio y 2 de Simón desde Portugal. Una carta tardaba 3 años y medio en llegar. Llevaba una bolsa de cuero con los nombres y las firmas de sus compañeros. Soñaba con ellos, les quería y lo expresaba. A Ignacio le recordaba por el amor que le tenía. Vaciado de su ego y su vida juvenil, su deporte favorito había tornado en abrazar niños.

Dejó la India tras varios meses de discernimiento en Madrás para irse a Indonesia. A veces se asustaba de sentirse tan lejos y tan solo, sin tener nadie con quien contrastar y compartir. Ignacio lo llamó para que regresara a Roma pero la carta llegó después de que él muriera.

En diciembre de 1552, la familia observó que el Cristo de Javier, con su serena sonrisa, veía aparecer gotas de sangre por su cuerpo. Fue después cuando supieron que por esas fechas Javier se reunía con su Señor.


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