Muchxs son los santxs inocentes que al día de hoy siguen muriendo. Parece una tendencia humana natural: oprimir o dejarse oprimir.
Será la edad, o que con el tiempo he madurado en consciencia, pero veo al ser humano oprimido por un sistema que no le deja tiempo de madurar ni tampoco le da aquello que busca.
Sufro ante la contemplación de seres humanos con contratos laborales indignos, con ocupaciones llevados por la necesidad, con miedo de hacer o no hacer y que ello los lleve a perder dejándose llevar por luces de colores o promesas brillantes mientras lo único que pasa es el tiempo y la vida.
Sufro ante la muerte de los que son perseguidos por simplemente ser una minoría o pensar diferente. Sufro ante la inmadurez de aquellxs que no toman decisiones por miedo a ser CAMBIO. Sufro ante las LGTBs perseguidos durante los últimos doscientos años, matados y cercenados en su «simplemente SER».
Sufro ante los «niñxs emocionales» que hoy encontramos castrados en su interioridad por una homofobia internalizada (aunque deseen hacerlo pasar por inocencia beatificante).
Sufro por la muerte espiritual de aquellxs que solo son transmisores de mensajes o consignas de quienes los oprimen sin mediar su propio criterio constructivo, con la esperanza de así ser aceptados.
Sufro ante la muerte de los valores porque no tenemos tiempo para trabajar en ellos y encarnarlos.
Sufro ante la muerte de la base de todo posible cambio: tomar decisiones.
Pero a pesar de sufrir no me apeno porque estxs santxs inocentes no son víctimas sino complacientes negadores de la auto responsabilidad.
No podemos permitir que se mate al Cristo en nosotrxs con el conformismo.
Ese Cristo vivo en nosotrxs, es la fuerza de nuestra posibilidad de cambio y de la construcción de un mundo donde entramos todxs.