Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos […] Entonces ten cuidado, no sea que te olvides del SEÑOR que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre […] Porque tú eres pueblo santo para el SEÑOR tu Dios; el SEÑOR tu Dios te ha escogido para ser pueblo suyo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. El SEÑOR no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser vosotros más numerosos que otro pueblo, pues erais el más pequeño de todos los pueblos; mas porque el SEÑOR os amó y guardó el juramento que hizo a vuestros padres, el SEÑOR os sacó con mano fuerte y os redimió de casa de servidumbre, de la mano de Faraón, rey de Egipto (Deuteronomio 4, 9; Dt 6, 12; Dt 7, 7).
Recordar: volver a pasar por el corazón, no te olvides. Recordar para caer en la cuenta del paso de Dios entre las líneas cotidianas de nuestra vida. Recordar lo que Dios hace nos trae hacia la clave del agradecimiento. Recordar es un ejercicio para ser consciente de que estamos en buenas manos. Olvidar es una mentira, una forma de idolatría. Lo que olvidamos, deja de formar parte de nuestra identidad. El riesgo del olvido se produce cuando nadando en la abundancia y la autosuficiencia nos olvidamos de los demás y de Dios, cuando nos creemos que las cosas son fruto de nuestro trabajo y no un regalo.