«Cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo y este crucificado. También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de personas, sino en el poder de Dios» (Corintios 2, 1-5).
Poniendo de manifiesto mi fragilidad y vulnerabilidad aquel día con un persona de mi trabajo: «no me encuentro bien, ojalá lo estuviera». Sin ocultar mi emoción, ni mis lágrimas, no ocultando estos sentimientos y situaciones, conectando y construyendo sobre ellos.
En medio de la crisis del coronavirus, he contemplado a personas en una situación semejante: «en mi casa estamos viviendo una situación muy tensa, pensaba que la podría gestionar pero me está sobrepasando y no he podido estar centrada en el trabajo estos días».
En mi caso, reconocer estas situaciones, mostrar mi fragilidad es lo que permitió volver a encontrar mi centro y la paz para salir adelante.