Rafael Stern en la ducha

Hace unos días en nuestra sede me hice eco en corrillo de uno de los dos documentales de La invención de Occidente emitidos por la televisión pública española este verano boreal. [Pierre-Henry Salfati, FR. 2013] Empieza y termina con el inadjetivable monasterio de Santa Catalina, cerca del Monte Sinaí,

 

 

…que está por aquí.  Después, en casa estuve pasando el plumero a mis libros ―pero muchos gais, ¡ay! ya no cogen libros, tan sólo mancuernas…― y di contra este casualmente. Rafael Stern, El credo que ha dado sentido a mi vida. Confesiones de un judío. Desclée de Brower, Bilbao, 1978.
 

Rafael nació en Oradea, hoy Rumanía, a principios del siglo XX, vivió todo el horror del nazismo, y tras resultar herido en la israelí Guerra de los Seis Días, se convirtió, y en el libro cuenta la peripecia de cómo anduvo buscando pacientemente bautizarse.

 

Connecting dots /  uniendo los puntos del documental con este libro, os transcribo qué le pasó en aquel monasterio.

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El año 1957, pocos meses antes de que el general Eisenhower, entonces presidente de los Estados Unidos, obligara a Israel a devolver a Egipto la península del Sinaí, tuve oportunidad de visitar el Monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí. Monasterio celebérrimo si los hay, cuyos comienzos tienen por fundadora y madre la Emperatriz Santa Elena, remontándose al siglo IV de nuestra era.

 

Me llamó poderosamente la atención la biblioteca. Calculé que desde la fundación del Monasterio hasta el descubrimiento de la imprenta había pasado al menos un milenio. ¿Cuántos popes ortodoxos habrían dibujado y copiado en el pergamino Biblias completas, viejos códices, vidas de santos, historias varias y obras teológicas? Se calculan los manuscritos al menos en unos cuarenta mil.

 

Pasaron los años y se me presentó otra oportunidad para volver al monnasterio, ocho meses después de la guerra de los seis días, en el año 1968. Me puse de acuerdo con los popes y decidí quedarme tres días para conocer y acariciar con mis manos tan antiguos manuscritos, para mí y para cualquier medianamente entendido, riquísimo tesoro.

 

Llegué por la mañana en helicóptero y ya por la tarde sucedió lo que yo interpreté algo así como el fin del mundo.

 

Los popes eran unos catorce. El superior me preguntó si deseaba bañarme. Contesté lleno de alegría que sí. ¿Cómo no me iba a bañar? Hacía calor, y en aquellas inhóspitas soledades el baño debía ser placer de dioses.

 

El agua se conserva en el tejado, en un tanque colocado precisamente encima del baño. Había cinco duchas y me dieron oportunas instrucciones para usarlas. Es que el agua es un verdadero tesoro en el desierto y muchos beduinos la trasportaban de lejanos oasis, a lomo de asnos, en pieles hinchadas al modo de las gaitas escocesas o gallegas.

 

Obedeciendo las instrucciones recibidas, habíamos de aprovechar el líquido elemento bajo una misma ducha y al mismo tiempo dos personas a la vez.

 

Nos desnudamos juntos y mientras me dirigía a la ducha me fijé [en] que todos los popes con quienes me encontraba estaban castrados. Sentí profundo dolor y algo que no puedo ni nunca podré expresar al no encontrar en ningún idioma ni en ningún diccionario palabras adecuadas para manifestar con exactitud los sentimientos que entonces me embargaban.

 

Me sentía como mareado. Me entraban tentaciones de huir, de echar a correr, y un nudo en la garganta me impedía hablar. Nada que decir se me ocurrió. Lo único que deseaba era irme inmediatamente. Intenté telefonear por conferencia al norte del país, Jerusalén o Tel Aviv o cuando menos al kibutz Yad Mordejay, que estaba el más próximo al lugar. Pero no pude obtener la conferencia. Fueron aquellos momentos para mí de los más difíciles.

 

Miraba a aquellos hombres entrados en años y a los otros jóvenes sacerdotes, que voluntariamente y en el pleno uso de sus facultades, habían pasado por someterse a aquella cruel, brutal e inexplicable operación «para no caer en la tentación».

 

Estoy convencido de que ninguna religión exige de sus seguidores un acto tan dolorosamente inhumano.

 

Terminado el baño, me invitó el superior a acompañarles en su visita a la tribu beduina más cercana. Debería allí tener lugar un acto religioso de importancia al que siempre invitan a los popes en nombre de la buena vecindad. Como conozco las fiestas de mis primos hermanos los beduinos (recuérdese que Isaac e Ismael eran hermanos, por lo que judíos y árabes somos primos hermanos), no inquirí qué clase de fiesta era la que los beduinos iban a celebrar en aquella época del año.

 

La tribu acampaba en una docena de tiendas de campaña […]

 

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IV, Notas de mi diario de campaña. 4, Fanatismo religioso. P. 124.

La fiesta a la que se refiere es la de cuatro espantosas ablaciones. A los pocos días vuelve Rafael a Jerusalén y apenas puede escribir impactado por todo esto.

Precisamente la Buena Noticia de este próximo domingo 27 de septiembre es la de Marcos nueve cuarenta y siete, si tu mano es ocasión de pecado para ti… Jesús Resucitado, nos ayudas a entrar enteros en la Vida. ¡Así es!

Disculpadme que haya puesto tantos enlaces hacia desiertos, momias y castrados, No es Dios de muertos, sino de vivos…. Paz y Bien, besos desde vuestra pantalla.

 

 

 

 


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