«Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre»

Texto del Evangelio (Mt 19,3-12): En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron: «¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?». Él respondió: «¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre». 


Dícenle: «Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?». Díceles: «Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -no por fornicación- y se case con otra, comete adulterio». 

Dícenle sus discípulos: «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse». Pero Él les dijo: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda».

Meditemos con estas palabras del Padre Alberto Hadad:

ponerlo a prueba. En esta ocasión se acercan para cuestionarlo sobre la posibilidad de repudiar a la esposa en caso de adulterio para casarse con otra. Argumentan frente a Jesús diciendo que Moisés les había dado esta posibilidad.

Jesús no pierde la compostura y con sabiduría remite la cuestión a lo revelado en el Génesis: el hombre y la mujer, una vez unidos en matrimonio son una sola carne y deben permanecer unidos hasta que la muerte los separe. Esta verdad, que en tiempos de Jesús causaba controversia, sigue siendo difícil de comprender y aceptar en nuestros días.

 

Hoy pareciese que cada vez menos están dispuestos a asumir compromisos para toda la vida como nos pide el Señor. Y es que, claramente, si no se tiene una mirada de fe es difícil pensar en entregar la vida a una sola persona en el matrimonio o al Señor en la vida consagrada. La pregunta que queda abierta es si estás dispuesto a vivir el amor como el Buen Dios nos pide. 

«Los dos ya no serán más que uno»

    Hermanos, pidamos a Dios que bendiga a estos nuevos esposos que van a recibir juntos el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

    Señor Dios nuestro, tú has llamado por su nombre a N. y  N., para que entregándose el uno al otro lleguen a ser una sola carne y un solo espíritu; dales el cuerpo de tu Hijo por quien se va a realizar su unidad. Tú eres la fuente de su amor y has puesto en ellos el deseo de felicidad que los anima; dales la sangre de tu Hijo que santifique su amor y su gozo.

    Haz que recibiendo el pan de vida y la copa de la bendición, aprendan a dar su vida por los demás; que eduquen a los hijos que nacerán de su amor en la fidelidad al Evangelio; que busquen ante todo el Reino de Dios y su justicia; que sean útiles al mundo en el que van a vivir; que sepan acoger a los más pobres; que siempre puedan darte gracias, y vengan a menudo a renovar su alianza comulgando juntos el cuerpo resucitado de Jesucristo.
 

    Es por su mediación que te presentamos estas peticiones: porque él que ha santificado las bodas de Caná y purificado a su Iglesia entregándose por ella, sabemos que intercede cerca de ti por nuestros amigos N. y N., hoy, mañana y todos los días de su vida, hasta la eternidad.

(Misal Romano 
Ritual de la misa del matrimonio: bendición de los esposos).

 

 

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