¿Por qué seguir? Cristianos en Tierra de Nadie

Cuando:
17 de octubre de 2015 a las 18:00 – 20:00 Europe/Madrid Zona Horaria
2015-10-17T18:00:00+02:00
2015-10-17T20:00:00+02:00
Esta sesión de formación tuvo lugar el sábado 17 de octubre de 2015 a las 20h en Barbieri 18. ¿Por qué seguir en la Iglesia Católica, cuando demasiadas veces parece que no termina de comprender y acoger bien la diversidad, y cuando parece que, en el mejor de los casos, tolera, pero no abraza (y en el peor, rechaza o discrimina)? Esta charla estuvo a cargo de José María Rodríguez Olaizola, S.J. José María compartió reflexiones, perspectivas y propuestas sobre cómo encontrar nuestro lugar en una Iglesia cuyo mensaje a menudo resulta hiriente para personas del colectivo LGTB.
José María lleva años reflexionando sobre la «Tierra de Nadie» eclesial: «Hay un espacio en el que nos movemos hoy quienes no tenemos todas las respuestas. Quienes sentimos la Iglesia como algo muy nuestro, al tiempo que percibimos sus contradicciones, sus urgencias o los pasos que tiene que dar. Hay un espacio hoy en el que van de la mano la duda y la fe, la búsqueda y el encuentro, la crítica y la acogida. Ese espacio es la «tierra de nadie», que es tierra de tantos. Y en ella nos movemos, conscientes de que, en su fragilidad y en su fortaleza, la Iglesia, tierra de tantos, sigue siendo hoy espacio de evangelio».
 
José María Rodríguez Olaizola es jesuita, y es escritor. Desde hace años sus libros intentan leer la realidad cotidiana para ofrecer una lectura creyente, mostrando que el evangelio está muy vinculado a la vida y las encrucijadas de nuestra sociedad. Algunos de sus libros, en este sentido, son «En tierra de nadie», «La Alegría, también de noche», «Hoy es Ahora: Gente sólida para tiempos líquidos», «Contemplaciones de papel», «Los  forjadores de historias» o «Mosaico humano».
 

 

 

 

 

¿Por qué seguir? Cristianos en Tierra de Nadie

 

 
¿POR QUÉ SEGUIR?
¿Por qué seguir en la Iglesia Católica, cuando demasiadas veces parece que no termina de comprender y acoger bien la diversidad, y cuando parece que, en el mejor de los casos, tolera, pero no abraza (y en el peor, rechaza o discrimina)? Reflexiones, perspectivas y propuestas sobre cómo encontrar nuestro lugar en una Iglesia cuyo mensaje a menudo resulta hiriente para personas del colectivo LGTB.
 
 
Preámbulo 1.
Mis dudas cuando se acercaba el momento de la ordenación. Si yo mismo tengo ciertas reservas, resistencias y la sensación de que, en algunas cuestiones, la Iglesia se equivoca. Pasar a ser sacerdote –y por tanto, visto por muchos como el representante y, de algún modo, garante de cierta doctrina-, ¿cómo vivirlo? ¿Cómo vivirlo desde la fidelidad –porque tampoco se trata de elegir yo la verdad que me gusta, pues eso, en el fondo sería fallarle a la gente, que si se va a acercar a mí en ocasiones es, precisamente, como figura eclesial…?
 
Primera respuesta que me di.
(1) No me incorporo a una institución perfecta, sino muy frágil (pero también con mucho bien dentro).
(2) Las cosas –que hay que cambiar- se cambian desde dentro, buscando y peleando entre muchos y con muchos.
(3) Nunca diré algo que no crea. (Y, con todo, aquí a veces siento que debería pedir “perdón”, porque no hablar no siempre es suficiente. A veces hay que ser más valiente, o quizás arriesgar más… porque demasiadas personas están esperando una palabra diferente).
 
 
Preámbulo 2. La pregunta
¿Por qué siguen siendo parte, e incluso parte activa de la Iglesia –hablo desde la realidad de la Iglesia católica a la que pertenezco-, muchas personas que, de alguna manera, no se sienten bien acogidas?
 
En concreto, pensemos en este contexto, en un grupo de personas que experimentan que orientación homosexual suscita rechazo dentro de la iglesia, aunque se matice con muchas buenas palabras.
 
¿Por qué mantener la pertenencia a una institución que, a veces, a las personas homosexuales, les hace sentir como gente que ha de vivir vidas de algún modo incompletas? ¿Por qué aceptar un discurso que, en el mejor de los casos, es de tolerancia, pero, en todo caso, es de prevención y se construye sobre mensajes que tienen un punto contradictorio: “Os queremos mucho, pero no vuestros actos”. “Os aceptamos, pero tenéis que absteneros de las relaciones sexuales porque no encajan en la única concepción del matrimonio que creemos válida”. “Dios os ama como sois», pero algo falla en ese “cómo sois”, etc.
 
Preámbulo 3. Los extremos.
Hoy en día es muy frecuente llevar todo a los extremos. En casi cualquier ámbito de la vida. Estridencias, tópicos, adhesiones inquebrantables u odios viscerales. Se comulga con todo, incluso con ruedas de molino, o con nada.
 
Se polemiza. Se jalean en las redes y los medios las declaraciones de quienes piensan como uno, y se descalifica y ataca a los otros. Pero aquí hay una mentira, pues hay una gran mayoría silenciosa, mucho más equilibrada, mucho más normal, que solo quiere intentar encontrar su lugar en el mundo, vivir y ayudar a otros a vivir (o al menos dejar vivir). Intento hablar desde ahí, y no desde los discursos incendiarios de todo cuño.
 
Y, al mismo tiempo, me g
ustaría señalar que hay un error en ver a «los otros» como «los malos» (entonces unos hablan de otros como la caverna, otros de unos como el lobby, -por poner el ejemplo de dos cosas que se oyen a menudo en estas cuestiones- y se va alzando un muro en el que lo que resulta más difícil de comprender es que, aunque el otro pueda estar equivocado, cree en sus razones, y si al final resulta que se equivoca, a menudo no es maldad, sino, en todo caso, ignorancia).
 
I. PUNTO DE PARTIDA… (TIERRA DE NADIE)
Una Iglesia muy amplia, donde conviven infinidad de discursos, sensibilidades y búsquedas.
 
A veces los grandes discursos nos llevan a los extremos. Estas ideas las he desarrollado un poco hace años en el libro «En tierra de nadie». Supongo que hoy, diez años después, hay muchos más matices, pero el planteamiento básico creo que sigue teniendo vigencia.
 
¿Qué extremos?
 
Militantes de la fe (una mentalidad a la defensiva “contra” una sociedad secularizada; insistencia en la unidad, la tradición; la identidad como herramienta para resistir a la secularización –pero una identidad que se centra mucho en lo que “sí” se puede, y lo que “no” se puede –y eso termina llevando a los acentos puestos en la moral personal-sexual, que parece que tiene límites mucho más nítidos que la moral social. La ortodoxia, la verdad, la fidelidad son conceptos en los que se insiste mucho.
 
Activistas (herederos de movimientos con mucho eco en los 80´s). Mucho énfasis en la acción, en la justicia, en la praxis para transformar la realidad.
¿A veces ha podido faltar la dimensión espiritual, el cuidado de lo celebrativo?
 
Los anti-eclesiales. Por muchos motivos. Ateos, agnósticos, indiferentes, creyentes que aceptan a Dios pero no a la institución. E incluso hoy en día gente que se manifiesta pro-Francisco pero anti-Iglesia.
 
Los tres extremos dejan a mucha gente en el medio de un triángulo, en esa “tierra de nadie” que es tierra de tantos. Y ahí hay muchas situaciones problemáticas diferentes. (De hecho, algunas de ellas están siendo tratadas con dificultad pero con urgencia también en el Sínodo de la familia). Por ejemplo:
  • ¿Qué ocurre con los divorciados, a veces tras procesos de enorme sufrimiento y donde no ha habido alternativa, presos de la encrucijada de rehacer sus vidas con otra persona y quedar fuera de la comunión, o mantenerse vinculados a una relación que a lo mejor es imposible?
  • ¿Qué ocurre con los jóvenes y la percepción de que la moral sexual que se propone es tan ajena a lo que viven cada día que no consideran a la Iglesia como un interlocutor? (y la pena es que la Iglesia sí podría ser un interlocutor que, frente a un mundo hipersexualizado, propusiera límites, horizontes y diera formación para tomar mucho más en serio las relaciones).
  • ¿Qué ocurre con muchas mujeres que sienten que, por más que se digan buenas palabras sobre lo mucho que pintan en la Iglesia, se encuentran con el hecho evidente de la absoluta masculinidad de los ámbitos de toma de decisión y responsabilidad -¿quizás consecuencia de la clericalización del poder en la Iglesia?-
  • Y, en este contexto, y aquí voy a extenderme ya un poco más, ¿qué ocurre con las personas de orientación homosexual, que se ven en la encrucijada de amar a Dios o a otra persona, porque se les plantea que ese “amor al otro” tiene algo equivocado y, por tanto, no puede expresarse en la misma intimidad que, sin embargo, está asociada al amor de pareja?
 
 
II. UNA MIRADA MAS AMPLIA A ESTA TIERRA DE TANTOS. Algunas pistas para quienes están en tierra de nadie.
 
Me gustaría partir de darle la vuelta a varias percepciones.
 
LO PASTORAL, ¿es lo último o lo primero? (Jesús es más pastor que doctor)
En la Iglesia la pastoral es lo primero que cambia, y así ha ocurrido a lo largo de la historia con muchísimas cuestiones. Muchos de los grandes cambios han venido por la labor primera de pioneros, personas que empezaron a aventurar caminos nuevos, incluso siendo perseguidos e incomprendidos por ello. (Pienso, sin ir más lejos, en Pedro Claver, el esclavo de los esclavos, rechazado en un contexto en el que su sensibilidad hacia los esclavos negros era un absoluto escándalo para una Iglesia que, al tiempo que se empezaba a preocupar de los indígenas, ni se le pasaba por la cabeza que hubiera que tener las mismas consideraciones con los esclavos africanos). Eso incluye también la mentalidad de que la teología debe ser la búsqueda de nuevos caminos… (La imagen de la vanguardia de un ejército, que ha de abrir caminos nuevos para que pase todo el enorme grupo que va detrás, en la retaguardia …)
 
En la Iglesia es –o debería ser- mucho más importante (y prioritario) lo pastoral que lo doctrinal (y, sin embargo, a veces nos encontramos con que muchas personas miran con sospecha lo “pastoral” como si fuera una concesión. Jesús fue más pastor que doctor. Y su opción fue, siempre, acercarse a las personas en sus circunstancias.
 
 
La Iglesia, mucho más que JERARQUÍA y MAGISTERIO.
 
La IGLESIA ES MUCHO MÁS QUE JERARQUÍA Y MAGISTERIO. Durante décadas hemos asociado exclusivamente Iglesia con Jerarquía y Magisterio (o si queréis, con autoridad y doctrina). Y no niego que esto sea parte de la Iglesia, por supuesto, -y dentro de esto hay de todo- pero es muy importante encajar bien las cosas en su sitio.
 
Hay mucho bueno en la Iglesia;
 
COMUNIDAD. Plural, compleja, diversa. Esa diversidad, en un mundo donde la homogeneidad es casi un imperativo, resulta una oportunidad. No es fácil. Y no lo es porque en nombre de homogeneidades, dogmatismos u ortodoxias, cada vez perdemos más la capacidad de dialogar (y las discusiones se desarrollan con las “normas” o las estridencias de Internet). En ese contexto, la Iglesia, con su diversidad, su mezcolanza de gentes y sus posibilidades de ofrecer puntos de encuentro y de contacto, resulta un espacio lleno de posibilidades. Y esto sin entrar en los diálogos ecuménicos, etc. que permiten aún una mayor pluralidad, diversidad y matiz. (Dentro de esta comunidad, quisiera insistir en la presencia de esa mayoría silenciosa –a la que me he referido antes- que, a menudo no opina y, sin embargo, tiene mucho más sentido común, mucha más apertura de mente y mucho más instinto humano y evangélico que los voceros de rigideces). (La discusión ha estado en el origen de la Iglesia, y seguirá así probablemente mientras el ser humano lo sea).
 
SERVICIO (MISIÓN). Porque, frente a lo que muchos digan, mucho más allá de errores (que los hay), abusos (que también), y de incoherencias (que también), la realidad es que millones de personas en la Iglesia se dejan la vida t
ratando de hacer real el evangelio. Y eso hace mucho bien en muchos lugares. Y eso no es la excepción, sino una buena parte de lo que ocurre hoy. En sus familias y en muchos contextos cotidianos. Educación, sanidad, incluso en los ámbitos donde a uno le toca vivir. La misión es proclamar el evangelio, una buena noticia que dé dignidad a las vidas y un horizonte de apertura a la trascendencia. Y hacer eso de una manera generosa, gratuita y alternativa.
 
TESTIMONIO (Martiría). Dar la vida. Dar la vida no es morir. Es vivir. De una forma concreta. La lógica mucho más interesante de dar la vida en un mundo donde todos los mensajes invitan al egocentrismo. Nuestras vidas hablan. Y hay muchas vidas admirables de personas de Iglesia. Lo trasgresor de una lógica así en este mundo. (La historia de la “sacristana” de Chile: Gente que, por la razón que sea, ha decidido vivir haciendo el bien).
 
LITURGIA (Celebración). En un mundo ávido de sentido, la liturgia puede enlazar con las grandes vivencias existenciales. La pertenencia, el misterio, el amor, el perdón y la reconciliación, el aprendizaje… (Aunque tenemos tantísimo que aprender para llegar a comunicarlo mejor).
 
TEOLOGÍA. La búsqueda de respuestas. La humildad para reconocer que la verdad ninguno la tenemos en completo. La consciencia de la necesidad de buscar respuestas: ¡No está todo dicho!
 
La realidad dolorida y las sombras en todo esto. Esto no nos hace olvidar la realidad frágil, compleja, los escándalos que a veces a unos u otros nos dejan perplejos, y la conciencia de que hay mucha gente sufriendo por causa de las propias tensiones dentro de la Iglesia. Por ejemplo, y en este contexto, sigue siendo verdad que las personas con orientación homosexual se encuentran, en su situación particular, con obstáculos que resultan muy difíciles. La falta de aprecio, una especie de silencio conveniente, tener que escuchar a veces a gente hablando de “terapias” para curar, afirmaciones del tipo de que “la persona con orientación homosexual enraizada” no es válida para el sacerdocio… Hay muchas cosas así, que generan heridas profundas y no dejan demasiadas alternativas a las personas.
 
Y ahí es donde entra una cierta idea de misión, responsabilidad, reto. Para ilustrar dicha misión me voy a apoyar en la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37)
 
Caben muchas lecturas de las parábolas, y esa es su grandeza, que siguen hablándonos hoy. Me gustaría ir terminando, proponiéndoos una exégesis un poco particular. Imaginemos que la parábola habla de los problemas que hoy comentamos …
 
Es posible que, para muchos, al tratar de interpretar la parábola hoy, aquí y ahora, la adjudicación de roles sea automática. El sacerdote, el escriba y el samaritano, serían las personas que pasan de largo (o se quedan) ante la realidad de la persona homosexual (el herido y golpeado …)
 
Pero, ¿por qué verlo así? Supongamos que le damos la vuelta al escenario. Con todo lo que hemos dicho hasta ahora. Si entendemos que es la Iglesia, o parte de su gente, quien necesita cambiar la mirada sobre la realidad de las personas LGTB; quizás el herido sean esas personas que están ancladas en prejuicios, en desconocimiento o en una convicción (que de veras creemos errónea). Adjudiquemos por un momento a esas personas cegadas el rol del herido al borde del camino.
 
¿Sería posible que cada uno de quienes aquí está se vea en la tesitura de preguntarse, ante eso, ¿qué hacer? ¿Pasar de largo o detenerse a ayudar? Es decir, a cada uno de nosotros quizás nos toca decidir si pasamos de largo, seguimos con nuestras vidas –porque no tenemos nada que ver con esas personas- o si optamos por intentar transformar su realidad, no desde el odio o el enfrentamiento, sino desde la ayuda o la compasión.
 
Sé que esto es mucho decir y mucho pedir.
 
¿Qué hay que saber si uno va a seguir?
 
  • Que los cambios son lentos en una institución como la Iglesia.
  • Que el diálogo es necesario, aunque a vece vaya a ser enervante e implicará encontrar interlocutores difíciles (pero el dogmatismo está mal en cualquier bando).
  • Que a veces puede ser más cómodo pasar. (“¿Para qué voy a seguir en una Iglesia que no me quiere como soy?”).
 
Conclusión ¿Para qué seguir?
 
  • Para no dejar que solo los que enarbolan una bandera, y quieren convertir eso en La Verdad se queden como portavoces y portadores únicos de una Buena Noticia que ya no lo sería en ese caso.
  • Para ayudar a la Iglesia a seguir buscando la verdad. Para que cambie en lo que tenga que cambiar por fidelidad al evangelio. Para que abra los ojos. Abra los brazos, y haciéndolo se haga más fiel al mundo, a sí misma y a Dios.
  • Porque somos muchas las personas que estamos convencidos de que las cosas tienen que cambiar. Muchos intentando acertar y llevándonos las bofetadas de todos lados. No nos dejéis solos peleando por lo que creemos más justo, más humano y más evangélico.
 
Muchas gracias.
 
 
 
José María Rodríguez Olaizola S.J.
(CRISMHOM, Madrid, 17 de octubre de 2015)
 

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