Seguro que te ha pasado. Has ordenado tu habitación con mayor o menor destreza, estás orgulloso porque más o menos sabes dónde está cada cosa, es un caos con cierto orden.
La verdad es que llega un momento en que sientes la necesidad de colocar cada cosa en su lugar, y buscas un momento para ordenar tus pertenencias. Con los días, con el tiempo, te das cuenta de la facilidad que tienes para sacar las cosas de su sitio y dejarlas por en medio y te preguntas cómo es posible que todo se desordene tan rápido.
Hay cosas que no sabes dónde poner, cosas que exhibes en estanterías con mucho gusto y otras que te avergüenzan y guardas en los rincones más polvorientos; es en esos rincones donde amontonas lo que te molesta, donde siempre hay cosas de sobra y que no encuentran su lugar.
Siempre hay dos opciones, buscar lugares donde exponer todo lo que tienes, donde te resulte fácil colocar lo que se ha desordenado, que clasifique bien e identifique lo que tienes, o bien puedes seguir usando ese lugar en el que no sabes muy bien lo que guardas.
San Ignacio de Loyola propone al principio de cada contemplación la oración preparatoria: “Señor, dame gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina Majestad”, es decir, ayúdame Señor a ser lúcido con mi vida, lo que quiero, lo que hago, lo que tengo, que no me engañe ante lo que sucede en mi vida y lo ponga en servicio de otros en clave de Evangelio.
Eso es lo que pedimos para nuestra vida, capacidad para colocar todo lo que sentimos y soñamos, estar al corriente de en qué momento nos encontramos, de cuál es nuestro horizonte, para que cuando todo se líe seamos capaces de colocar cada cosa en su lugar.