Esta sesión de formación tuvo lugar el viernes 17 de octubre de 2014 a las 19h en Barbieri 18. En ella, Fernando Gálligo, sacerdote jesuita, compartió con nosotros un resumen de un año de experiencias espirituales propias y ajenas inspiradas al modo de Jesús de Nazaret. Es una formación de carácter vivencial que recoge pensamientos, guías y experiencias que puedan ayudarnos a despertar y continuar el encuentro y seguimiento de Jesús. A continuacion se presentan anotaciones sobre este tipo de guía para atisbar y alcanzar el modo de Jesús de Nazaret. Archivo adjunto que se utilizo en la charla al final de esta página. Están disponibles los registros de AUDIO y VÍDEO de esta charla. Esta charla tuvo lugar anteriormente en la Comunidad de Grupos Católicos Loyola que han tenido la amabilidad de dejarnos una crónica escrita de esta charla para quien prefiera el formato escrito en lugar del audio o vídeo. Nuestro agradecimiento a este grupo por compartir con nosotros la crónica.
PENSAMIENTOS, GUÍAS Y EXPERIENCIAS AL MODO DE JESÚS DE NAZARET
Esta charla, a cargo de Fernando Gálligo SJ, tiene por objetivo hacernos querer mirarnos a nosotros y a los demás al modo de Jesús. La de Jesús es una manera de mirar muy particular. Y esto es un buen resumen, un buen hilo conductor de lo que ha sido el año: un intento de mirar la vida de otra manera. Porque hay varias miradas sobre el mundo, y a veces lo miramos de muchas maneras según nuestro estado de ánimo, nuestra situación… Tenemos que, poquito a poco – ojalá- ir convirtiendo nuestra mirada y aprender a mirar el Mundo como Jesús lo mira. Entonces se me ocurrió que en la presentación de hoy podría apoyarme en imágenes, portadas de revistas alguna foto, alguna escultura, e ir haciendo alguna reflexión.
Generación “me, me, me”
En primer lugar tenemos una portada reciente de la revista Time, que habla de la generación del me me me (yo, yo, yo), a la que también llaman la generación “?” o la generación “yo”, que sería la traducción al español. Esta revista, si queréis, es fácil de encontrar en internet. Lo que termina de decir este artículo es que, sobre todo los jóvenes, vivís en un mundo tecnológico virtual muy rápido, en el que la imagen sigue siendo muy importante, en el que los jóvenes, como la chica de la portada, se están haciendo fotos para subirlas a las redes sociales. En esta generación “me, me, me” el yo es muy importante, cuando uno se hace una foto se la hace de sí mismo o de los suyos. Quizás es más una generación de Estados Unidos, no tanto de España, pero por lo menos allí la importancia de la fama es enorme, y todo joven desearía, de alguna manera, conocer a algún político importante, a algún artista con poder, notoriedad o influencias. Es una generación que a lo mejor conoce mucho de tecnología, de computadoras, de matemáticas…pero una cosa es tener mucha información y otra cosa es ser sabios. Muchas veces la redes sociales, que todos conocemos, tienen sus grandes ventajas, pero tienen también sus peligros. En la revista se comenta que un joven (en Estados Unidos) manda 88 whatsapps al día a través de los teléfonos móviles, 88 mensajes al día. ¿Cuál es el peligro? Que derivemos en el mundo de la superficialidad. Se habla de que la globalización ha traído grandes ventajas, pero puede darse una globalización de la superficialidad, que nos movamos en un mundo en el que no acabamos de profundizar ni de meternos en la hondura de las cosas.
Nuestro cansancio y la mirada de Jesús
La segunda imagen nos habla de una chica cansada. Puede ser una imagen de cómo nos sentimos a veces. A veces nos sentimos agotados y sin energía. Parece que hemos estado todo el día de un lado para otro trabajando duro y nos sentimos apagados, marchitos… un poco agotados. Nos sale a veces del corazón decir: yo no puedo más, ya no puedo más. Vivimos a veces también con altibajos: a veces lo damos todo y nos subimos a la cresta de la ola y, sin embargo, otras veces nos sentimos vencidos, como si estuviéramos rendidos. Sentimos que ya no hay fuerzas para seguir adelante, y a veces el peligro que tenemos es con qué mirada nos miramos en esos momentos: una mirada en que no nos aceptamos, no nos queremos; podemos sentirnos un poco hundidos, porque es difícil vernos como en realidad somos. ¡Qué difícil es ser justos con nosotros mismos! A veces somos demasiado optimistas y a veces nos rechazamos. Nos cuesta juzgar a los demás con claridad y honestidad, pero también nos cuesta hacerlo con nosotros mismos. ¿Qué nos dice la mirada de Jesús? La mirada de Jesús quiere que aprendamos a querernos tal y como somos. Y que descubramos que en todo ser humano en el fondo hay una vocación al Amor, que hay una gran belleza en todo ser humano, por mucho que estemos heridos, que seamos frágiles o que nos sintamos pobres. La mirada de Jesús nos quiere devolver la dignidad de hijos, nos quiere recordar que estamos hechos para Él, que somos suyos. Pero a veces nos sentimos agotados, sin capacidad de descubrir en nosotros esa vocación profunda al Amor.
El hombre fragmentado y la mirada de Jesús
En la tercera imagen hay un hombre pensativo. Creo que a veces nos pasa como a este hombre pensativo, que está como a medias, parece un hombre incompleto. Nos cuesta madurar, crecer, en cierta forma muchas veces nos sentimos a medio hacer, fragmentados. Dicen que la sociedad postmoderna, en la que vivimos, es una sociedad en la que vivimos fragmentados: un trozo de nosotros por un lado, otro trozo por otro, vivimos a medias, nos sentimos incompletos, a veces nos falta la cabeza, y a veces nos falta todo: la cabeza y el corazón. Sin embargo, la vocación cristiana es una vocación a vivir integradamente, integrablemente. No podemos vivir escindidos, separados, partidos en dos, divididos. ¿Qué nos dice la mirada de Jesús? La mirada de Jesús es una mirada distinta, que nos invita a aceptarnos y a ver la verdad de quién soy. Jesús nos invita a la madurez, que es acoger lo real: mi realidad, mi verdad. Es ver que hay mucha luz en mí, es vivir plenamente. La invitación de Jesús es a vivir plenamente hoy y aquí, en mi situación actual, en mi momento. Estoy llamado a vivir plenamente. Sin embargo a veces nos toca vivir en un mundo en el que la apariencia es muy importante, y nos tenemos que poner máscaras, no nos podemos mostrar tal y como somos, tenemos miedo de decir quiénes somos, de ser nosotros mismos, de defender nuestras propias ideas y opciones. Vivimos en un mundo que está a veces lleno de caretas y en el que no sabemos muy bien quiénes somos. Jesús nos dice: felices los pobres de corazón, felices los sencillos, los que se muestran tal cual son. Jesús me invita a ser yo mismo, a quitarme la careta. Jesús me dice: basta ya de pintarte la cara para parecer otro, para ser aceptado.
Aceptar nuestros límites
Como el hombre que muestra la escultura, a veces vivimos en situaciones casi imposibles, obligados a hacer malabarismos. Con un ritmo de vida que nos pone en unas situaciones en las que es difícil mantenerse más de unos días o unas semanas. Parece como que alguien nos pidiera que nos estiráramos de tal manera que fuéramos más de lo que somos, como si alguien nos pidiera que fuéramos más que seres humanos, como si nos pidieran que no aceptáramos nuestros límites. Pero Jesús nos dice que ese no es el camino de la felicidad. El camino de la felicidad no es tratar de ser omnipotentes sino todo lo contrario: aceptar mis límites. Jesús me dice: feliz tú si te apoyas en mí, si te afirmas en mí, si construyes tu casa sobre mí, sobre la roca que soy Yo, sobre el Principio y Fundamento que yo te propongo.
Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios
Muy a menudo nos encontramos (como en estas imágenes) empujando y empujando…parece que nos tocara a nosotros sujetar el mundo con nuestras propias fuerzas, hacer que todo siga girando, como si todo dependiera de nosotros. ¿Hasta cuándo voy a creer que soy capaz de todo? Jesús nos dice que sólo Dios es el dueño de lo imposible. Jesús nos dijo: todo es posible para Dios, porque para Dios nada es imposible. Nosotros solos no podemos, necesitamos del Espíritu bueno para hacer aquello que no podemos hacer por nosotros mismos. Dice Jean Vanier que: en tanto no descubramos que lo que es imposible para los hombres es posible para Dios, no seremos verdaderamente discípulos de Jesús. La experiencia del discípulo -dice- consiste en descubrir que cuando ya he tocado mis límites, entonces, toca confiar y fiarse de Dios, porque sólo Él puede hacer posible lo imposible.
Necesitamos ser curados por Jesús
Necesitamos ser curados de muchas cosas, nos sentimos muchas veces heridos, hay en nosotros heridas no curadas, fracasos no reconocidos, lágrimas no derramadas, quizás una injusticia padecida en secreto. Todo eso estrecha la vida y, a veces, la bloquea. Dice una oración de Pastoral, SJ: Nos sentimos heridos, necesitamos que Dios nos sane para que de verdad se desvele todo lo que somos, todo nuestro potencial. Jesús a mí, que estoy herido, me habla de un Dios compasivo y misericordioso, empeñado en la vida que quiere que yo viva. Mirando como Jesús mira nos damos cuenta de que, en el fondo, Jesús pasó todo su tiempo en el Evangelio curando enfermedades, rescatando a los más vulnerables y compadeciéndose de los que sufren. Pero vivimos muchas veces encerrados, parece como si algunas paredes que tratan de aislarme, de oprimirme, de separarme del resto de la humanidad, se cerraran sobre mí. Hay una oración en Pastoral, SJ, que dice: encerrado en mí mismo no existe nada. Ni tu cielo, Señor, ni tus montes, ni tus vientos, ni tus mares, ni tu sol, ni la lluvia de estrellas. Encerrado en mí mismo no existen los demás, ni existes Tú, ni existo yo, ni existen los pobres. Y si me encierro me alejo de Ti, y entonces me quedo a oscuras. Y algo dentro de mí se rompe. Encerrado en mí mismo creo barreras, se crean fronteras que me aíslan del mundo y de los demás, que me separan de Dios. Encerrado en mí mismo me creo autosuficiente, dueño de mí mismo.
La cultura del encuentro
Jesús nos invita a lo que el Papa Francisco ha llamado la cultura del encuentro frente a la cultura de la exclusión. Tenemos que encontrarnos con los demás, con el otro, conmigo mismo, con Jesús. Dice el Papa Francisco que la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Encontrarse con Jesús puede llenar la vida de alegría, pero muchos no se han encontrado todavía con Él. Hemos entrado -dice el Papa- en la cultura del desecho, lo que no sirve a esta globalización se desecha: los ancianos, los niños, los jóvenes. Las personas que quedan fuera del mercado laboral están afectadas por una cultura donde se saben prescindibles. Vivimos en una cultura que genera destruidos. Necesitamos una cultura de la inclusión, no nos podemos quedar aislados, separados. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Recientemente, en un acto, nos decía Moncho Hernández Écija que: hay que aprender a amar, pero también hay que aprender a dejarse amar. Y ambas cosas llevan tiempo. Para nosotros, discípulos de Jesús, ¿es posible estar verdaderamente cerca los unos de los otros, o estamos condenados a estar de espaldas? Jesús a los suyos les contesta a esa pregunta diciendo: ¿quién es tu prójimo? El buen samaritano, no sólo se acerca, no sólo se vuelve, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Tenemos que intentar sacar lo mejor de nosotros mismos, estirarnos, es fundamental estirarnos. Estirar nuestros brazos, nuestras manos, nuestros dedos…hasta haber tocado y sentido al otro. ¿Conocemos la experiencia de la gente? ¿Conocemos su experiencia de familia, de Comunidad, de encuentro con Dios? Estamos llamados a tocar al otro, a sentir como él siente, a conocer por experiencia lo que vive y sufre. Nuestra espiritualidad tiene que estar centrada en las relaciones personales, en la persona, en el otro. Como nos decía Jorge Serrano, Jesús nos llama constantemente a la fraternidad. ¿Cómo viven nuestros hermanos? ¿Qué mundo tenemos que construir para que vivamos como hermanos y hermanas? Nos lo recordaba Jorge: en una comunidad que vive en la fraternidad la gente trabaja en función de su capacidad y la gente recibe en función de su necesidad. Se trata de abrirnos al otro, de cruzar el umbral del Templo y salir al encuentro de todos. Fraternidad significa que estamos convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir y que estamos dispuestos a acoger su punto de vista, sus propuestas.
La alegría es el sello del cristiano
Este año ha sido un año para recordar que la alegría es el sello del cristiano. Ha insistido el Papa una y otra vez: la alegría es como el sello del cristiano. Un cristiano sin alegría o no es cristiano o está enfermo. La alegría también en la cruz, también en los dolores, en las tribulaciones, en las persecuciones. No podemos ser nunca hombres o mujeres tristes, nunca debemos dejarnos vencer por el desánimo. ¿Y dónde nace nuestra alegría? Nuestra alegría no nace de tener muchas cosas, sino de haber encontrado a una persona: Jesús; de saber que con Él nunca estamos solos. Incluso en los momentos difíciles, incluso cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables. Nos advertía el Papa Francisco: sonreíd con alegría, pero no como azafatas, con una sonrisa forzada.
Buscadores de tesoros
El Evangelio nos recuerda que tenemos que descubrir un tesoro: el tesoro del Amor. Ante la experiencia del Amor todo lo demás carece de valor. Ante el milagro de amar y de ser amado todo lo demás es nada. El amor es ese tesoro que hay que descubrir y encontrar, ese tesoro del que nos habla el Evangelio, de un valor impagable, de un precio incalculable, por el que uno lo daría todo. Si nos preguntasen, ¿tú para que vives?, ¿para qué la vida?, la respuesta sería: para ser un buscador de tesoros. Esa es la vocación del cristiano, esa es la vocación de todo ser humano: ser buscadores de tesoros. La única razón de vivir es alcanzar, encontrar, desenterrar el único tesoro que se puede llevar uno consigo después de la muerte, sólo hay uno, para nosotros está claro: Jesús y su Reino, el Amor de Dios. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido que, al encontrar, uno vende todo lo que posee gozoso y compra aquel campo; porque como dice Jesús: dónde está tu tesoro, ahí está tu corazón. que me separan de Dios. Encerrado en mí mismo me creo autosuficiente, dueño de mí mismo.
La cultura del encuentro
Jesús nos invita a lo que el Papa Francisco ha llamado la cultura del encuentro frente a la cultura de la exclusión. Tenemos que encontrarnos con los demás, con el otro, conmigo mismo, con Jesús. Dice el Papa Francisco que la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Encontrarse con Jesús puede llenar la vida de alegría, pero muchos no se han encontrado todavía con Él. Hemos entrado -dice el Papa- en la cultura del desecho, lo que no sirve a esta globalización se desecha: los ancianos, los niños, los jóvenes. Las personas que quedan fuera del mercado laboral están afectadas por una cultura dónde se saben prescindibles. Vivimos en una cultura que genera destruidos. Necesitamos una cultura de la inclusión, no nos podemos quedar aislados, separados. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Recientemente, en un acto, nos decía Moncho Hernández Écija que: hay que aprender a amar, pero también hay que aprender a dejarse amar. Y ambas cosas llevan tiempo. Para nosotros, discípulos de Jesús, ¿es posible estar verdaderamente cerca los unos de los otros, o estamos condenados a estar de espaldas? Jesús a los suyos les contesta a esa pregunta diciendo: ¿quién es tu prójimo? El buen samaritano, no sólo se acerca, no sólo se vuelve, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Tenemos que intentar sacar lo mejor de nosotros mismos, estirarnos, es fundamental estirarnos. Estirar nuestros brazos, nuestras manos, nuestros dedos…hasta haber tocado y sentido al otro. ¿Conocemos la experiencia de la gente? ¿Conocemos su experiencia de familia, de Comunidad, de encuentro con Dios? Estamos llamados a tocar al otro, a sentir como él siente, a conocer por experiencia lo que vive y sufre. Nuestra espiritualidad tiene que estar centrada en las relaciones personales, en la persona, en el otro. Como nos decía Jorge Serrano, Jesús nos llama constantemente a la fraternidad. ¿Cómo viven nuestros hermanos? ¿Qué mundo tenemos que construir para que vivamos como hermanos y hermanas? Nos lo recordaba Jorge: en una comunidad que vive en la fraternidad la gente trabaja en función de su capacidad y la gente recibe en función de su necesidad. Se trata de abrirnos al otro, de cruzar el umbral del Templo y salir al encuentro de todos. Fraternidad significa que estamos convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir y que estamos dispuestos a acoger su punto de vista, sus propuestas.
La alegría es el sello del cristiano
Este año ha sido un año para recordar que la alegría es el sello del cristiano. Ha insistido el Papa una y otra vez: la alegría es como el sello del cristiano. Un cristiano sin alegría o no es cristiano o está enfermo. La alegría también en la cruz, también en los dolores, en las tribulaciones, en las persecuciones. No podemos ser nunca hombres o mujeres tristes, nunca debemos dejarnos vencer por el desánimo. ¿Y dónde nace nuestra alegría? Nuestra alegría no nace de tener muchas cosas, sino de haber encontrado a una persona: Jesús; de saber que con Él nunca estamos solos. Incluso en los momentos difíciles, incluso cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables. Nos advertía el Papa Francisco: sonreíd con alegría, pero no como azafatas, con una sonrisa forzada.
Buscadores de tesoros
El Evangelio nos recuerda que tenemos que descubrir un tesoro: el tesoro del Amor. Ante la experiencia del Amor todo lo demás carece de valor. Ante el milagro de amar y de ser amado todo lo demás es nada. El amor es ese tesoro que hay que descubrir y encontrar, ese tesoro del que nos habla el Evangelio, de un valor impagable, de un precio incalculable, por el que uno lo daría todo. Si nos preguntasen, ¿tú para que vives?, ¿para qué la vida?, la respuesta sería: para ser un buscador de tesoros. Esa es la vocación del cristiano, esa es la vocación de todo ser humano: ser buscadores de tesoros. La única razón de vivir es alcanzar, encontrar, desenterrar el único tesoro que se puede llevar uno consigo después de la muerte, sólo hay uno, para nosotros está claro: Jesús y su Reino, el Amor de Dios. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido que, al encontrar, uno vende todo lo que posee gozoso y compra aquel campo; porque como dice Jesús: dónde está tu tesoro, ahí está tu corazón. que el sistema evolucione de repente de manera totalmente imprevista. Un pequeño cambio puede traer como consecuencia un cambio enorme. Minúsculos cambios pueden conducir en el tiempo a situaciones que nunca hubiéramos soñado. Quizás pequeños gestos pueden ocasionar grandes transformaciones. Todo tiene que ver con todo, somos todos interdependientes. Cada individuo es una pieza del puzle de la vida, y cuenta mucho. El efecto mariposa nos dice que el pequeño gesto de cada uno sirve. Un acto mío de honestidad me convierte en una persona más honesta, y convierte al mundo en un espacio más honesto y más justo. Un acto mío a favor de la verdad hace el mundo entero más verdadero. El bien que puedas hacer repercute en toda la creación. Un acto de amor que tengas hace el mundo más amable. Estamos todos unidos, comunicados, estamos en comunión. Podemos decir que hay una comunión de bienes, un tesoro de bondad que compartimos. Un tesoro que puede crecer o decrecer, aumentar o disminuir. Pero ningún acto bueno queda sin recompensa, ya que afecta al mundo entero, crea vida. Todo acto mío crea vida o la quita, no hay término medio. Todo lo bueno que yo hago afecta a otros, que quizás están muy lejos de mí, quizás de una manera inimaginable, misteriosa, milagrosa. Quizás los grandes cambios empiezan por pasos pequeños; un pequeño gesto puede generar un proceso de cambio que finalmente desemboque en una transformación completa y radical. Nunca debemos despreciar lo pequeño.
Las zonas verdes en nuestra vida
Esta imagen nos habla de espacios verdes, como el Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar…. El Señor nos lleva hacia zonas verdes, hacia verdes praderas, porque las necesitamos. ¿Hay en tu vida zonas verdes, zonas de gratuidad?, ¿hay en tu vida áreas de descanso donde todo lo que hay que hacer es estar, donde todo es gratuito?, ¿cuidas de tus zonas verdes?. En una sociedad en la que todo debe ser rentable, útil, servir para algo, estamos llamados a ser testigos de lo gratuito, de lo que ni se compra ni se vende. No hay mercados de amistad. Necesitamos abrir horizontes a la gente.
Afinar nuestro corazón
Nuestro corazón es una extraña guitarra con muchas cuerdas. Una cuerda son los temores, los miedos, lo que nos amenaza y nos llena de incertidumbre. Está también la cuerda del amor, que nos permite entregarnos, darnos, ponernos al servicio del otro, compartir, perdonar. Esta también la cuerda del desánimo, que a veces nos inunda, que nos hace tocar el abismo, que nos invita a ceder a la depresión, que nos invita a la decepción. También está la cuerda de las sorpresas, de lo novedoso, de las posibilidades nuevas, de lo que nunca se ha hecho, de la esperanza. Hay muchas cuerdas en nuestro corazón. ¿Sabremos afinar nuestro corazón? Cada cuerda por separado no produce más que ruido, cada cuerda por su parte disuena de las demás. Si no afinamos esa guitarra, si no ponemos a punto el corazón, todo es ruido y confusión.
Aprender a escuchar
El Señor nos invita a aprender a mirar y escuchar. Los personajes del Evangelio sabían escuchar. María escucha la voz del ángel. José escucha en sueños al ángel. Jesús escucha al Padre, y a todos aquellos que se le acercan y le piden. Una de las ponentes, Isabel Ferrer, nos decía que tenemos que estar atentos para poder oír realmente lo que nos están preguntando, lo que el otro quiere cuando se acerca a nosotros. ¿Qué querrá ese que se acerca a mí? ¡Cuánto nos perdemos de las personas por no escucharlas! A veces el buen espíritu, como dice el padre Adolfo Nicolás, no es más que una vibración, una suave vibración; hay que estar muy pendientes para escucharla. Tenemos que aprender a acoger y a guardar: María guardaba todas esas cosas en su corazón.
Discernir y elegir
Hay un montón de cosas que nos estimulan, que nos llegan. La realidad del ser humano tiene muchas caras y matices. Por eso tenemos que aprender a vivir, tenemos que aprender a discernir y elegir. La vida es hacer una buena elección. Necesitamos poner profundidad en nuestra vida, reflexión. Si alcanzo profundidad en mi vida, entonces mi diálogo conmigo mismo, con los demás y con Dios será profundo, hondo, serio. El mundo es complejo, no podemos vivir de lo que nos dicen los medios, las modas, los gustos. Estamos llamados a pensar críticamente, a ejercitar la imaginación creativa. Las cosas importantes llevan tiempo, no hay conversión instantánea. Una verdadera conversión pasa por un camino interior. Benedicto XVI llegó a decir que es preferible un agnóstico que busca que no un creyente que ha dejado de buscar. Se trata de crecer en profundidad, es hacer quizás menos cosas pero con más hondura. Dice el padre Adolfo Nicolás que las respuestas de ayer no sirven para las preguntas de hoy. Las preguntas siguen cambiando y las respuestas pasadas ya no nos sirven. Por eso nuestra espiritualidad no puede ser light, superficial, una espiritualidad de consumo, que no transforma a la persona. Para poder ayudar todo dependerá de la profundidad espiritual y humana que alcancemos en nuestras vidas. San Ignacio en el fondo todo lo que buscaba era eso: penetrar en la hondura de la realidad, mirar con amplitud.
La pobreza como fuente de riqueza
Voy a poner ahora la imagen del tío Gilito (antiguo y famoso personaje). El otro día leyendo una revista hablaban de que después de 66 años de vida que tiene este comic -la historia del tío Gilito- se ha hecho un cálculo estimando todos los programas en los que ha aparecido, las películas, las novelas, etc., todo lo que él fue acumulando en esos depósitos, y si lo pasáramos a euros de hoy sería el tercer hombre más rico del mundo. ¿Cuál fue el secreto de su éxito? Uno de los tebeos dice que guardaba la primera moneda de 10 centavos consiguió en su vida, fue acumulando todo en un búnker a lo largo de su vida. Siempre absorbiendo y nunca dando. Nos decía Óscar Yeves en su exposición que había descubierto el valor de la pobreza. ¡Oh pobreza, fuente de riqueza! Señor, siémbranos alma de pobre. ¡Oh pobreza, fuente de riqueza! ¿Nos creemos esto de que la pobreza es fuente de riqueza? Nos decía Óscar que sí, que la pobreza nos trae muchas riquezas. La primera la de ser auténticos, nos ayuda a contestar al reto de la autenticidad, nos evita la necesidad de tener que complacer siempre a todos. Una segunda riqueza que nos traen las pobrezas es la libertad. Porque ser libre es no ser esclavo de aquello que me atrapa. El hombre y la mujer libres pueden estar alerta, porque no hay nada ni nadie que les ate. Nos preguntaba Óscar: ¿qué tipo de relación tenemos con las cosas?. Nos decía Jorge Serrano que tenemos mucho más de lo que necesitamos para vivir. Nos decía: tengo el convencimiento de que tenemos que ir a menos. Tengo el convencimiento de que el poder y el dinero no favorecen la felicidad de la persona. Si queremos de verdad ser felices nos hemos pasado de frenada, pero de largo. Hace mucho que hemos llegado al nivel que maximiza nuestra felicidad y ahora vamos para abajo. Yo creo que cuanto más se tiene administrarlo es una verdadera esclavitud. El dinero, al fin y al cabo, es un medio para el poder, para la popularidad, para el prestigio, para el placer. Es el medio para infinidad de pasiones. Y cuando se convierte en un fin en sí mismo, se convierte en codicia. Y como toda adicción, es un engaño.
El amor por las cosas que hacemos
Decía Óscar también que la pobreza finalmente nos trae la mejor de las riquezas: el amor. Y eso me hace recordar una parte de ese famoso discurso que conocéis, de Steve Jobs en una universidad en EEUU, en el que contaba que después de haber pasado por muchos éxitos tuvo que pasar por una enfermedad, y en un momento de su vida le expulsaron de su empresa, Apple, y tuvo que volver a empezar, pero dice él: entonces viví un momento de grandísima felicidad, porque por fin me había quitado el peso del éxito, para vivir la ligereza de ser de nuevo un principiante; mucho menos seguro pero mucho más libre. Dice Steve Jobs que entonces entró en uno de los periodos más creativos de su vida. Después de dejar Apple fundó otra empresa. La vida a veces nos da en la cabeza con un ladrillo, nos pasan muchas muchas cosas. Y él nos invita: no perdáis la fe. En este mismo discurso Steve dice que lo único que nos mantiene en marcha es el amor por las cosas que hacemos. Y añade: tenéis que encontrar qué es lo que amáis, y a quién amáis de verdad. El trabajo va a llenar gran parte de vuestra vida, y la única manera de estar realmente satisfecho es hacer un trabajo genial, sea lo que sea, pero que para ti sea un trabajo genial. ¿Y dónde encuentra uno un trabajo genial? Pues dice Steve Jobs que la única forma de tener un trabajo genial es amar lo que hagáis. Si tú amas lo que haces tu trabajo será genial, y si aún no lo has encontrado sigue buscando, no te conformes. Y dice en su discurso: como todo en la vida, como todo lo que tiene que ver con el corazón, cuando lo hayas encontrado lo reconocerás. Eso pasa con el corazón, cuando reconoces -es esto, por fin es estoinmediatamente lo reconoces. En las cosas del corazón, ¿cómo sabe uno que ha encontrado lo que busca? Porque te lo dice el corazón.
Reconocer aquello que merece la pena
Me gustaría ahora destacar la importancia de reconocer las cosas importantes. Estamos llamados a reconocer aquello que a mí me hace feliz, que toca mi corazón. Yo creo que tenemos que aprender a tener la mirada de Jesús, ¿y cuál es esta mirada? La mirada de Jesús es la que nos ayuda a reconocer aquello que merece la pena. Hay una historia de Tony de Mello, un jesuita indio, que cuenta que una serie de discípulos iban buscando a un maestro, y por fin alguien les dice: ¿sabéis en que podéis reconocer al verdadero maestro? En su habilidad para reconocer. Entonces todos estos discípulos preguntaron: pero ¿Qué es eso de reconocer?, ¿qué hay que reconocer? Y este gurú contestó: estamos llamados a reconocer la mariposa en una oruga, el águila en un huevo, al santo en un ser humano egoísta. Si soy capaz de reconocer en una oruga una futura mariposa, en un huevo una futura águila, en un ser humano egoísta a un futuro santo, entonces es que tengo la mirada de Jesús. Estamos llamados a mirar más allá e ir más allá. Y a no contentarnos con lo que nos han dicho. Nuestra vocación es a reconocer.
MAG+S
Termino con la imagen de MAGIS que todos conocemos, que es como el logo de nuestra espiritualidad, y es distinto el plus del magis. Son dos palabras latinas, que significan prácticamente lo mismo, ambas significan “más”, son casi sinónimas, pero los matices marcan una enorme diferencia. Todos estamos acostumbrados a la palabra plus, hablamos de Canal plus, de tarjeta iberia plus, de Google plus…a veces en los sueldos nos dicen que vamos a tener más dinero por el plus de peligrosidad, o por el plus de nocturnidad o antigüedad, etc. Nuestro mundo, económicamente, muchas veces se mueve por el plus: ganar más, tener más beneficios, aumentar la productividad… tener más. Se supone muchas veces que cuanto más tienes, más ganas y más produces, entonces más vales. En el fondo yo creo que todos aceptamos, y nadie se atrevería a negar, que el propósito central de cualquier negocio es producir más al menor coste, obtener más rentabilidad y más beneficios. Pero el nuestro no es el plus, es el magis, y el magis tiene que ver más con el minus que con el plus, curiosamente. El magis nos dice que en realidad se trata de hacer las cosas más pequeñas e insignificantes con gran amor. El magis no es el mero éxito, sino la mayor entrega. Es elegir el bien más universal, el bien que es mayor para más gente. El magis busca el mayor bien en todo momento y circunstancia. El magis busca crecer para poder dar fruto. El magis quiere aumentar las propias competencias y capacidades, pero para ponerlas al servicio de los demás. Magis es creer que todos tienen un inmenso potencial, y pueden lograrlo en la vida. Magis significa que tengo que multiplicar mis talentos como sea, para ponerlos al servicio de los demás. No es un más de cantidad, sino de calidad. Que nuestra espiritualidad sea una espiritualidad de la empatía y de la compasión, que pueda darse en el fondo un diálogo de corazón a corazón, en el que la compasión y la misericordia sean el hilo conductor. Y que en todo esto dejemos a Dios hacer su trabajo. Magis significa que sabemos que en último término es el Señor el que lo hace todo, no nosotros, es empeñarse en hacer todo como si todo dependiera de nosotros pero sabiendo que en el fondo todo depende de Dios. Vamos a pedirle al Señor que nos de esa mirada del Evangelio, esa mirada del Magis. Es una mirada que no nos invita a hacer cosas extraordinarias, sino a hacer cosas ordinarias con un amor extraordinario, como decía Teresa de Calcuta.
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