La primera oración que empecé a hacer de forma sistemática fue en un tren que cogía cada mañana para ir a trabajar. El traqueteo del tren, las miradas somnolientas y los avisos de parada se asociaron a las experiencias más hondas de encuentro con mi Señor. Sin velas, ni silencio sepulcral; sin hablar con nadie, casi rozando la mala educación. Hoy continúo rezando sobre ruedas, en un autobús, a veces en el metro. Pequeños momentos cotidianos sin gran intensidad que con el tiempo se van intensificando. Amistad sincera e íntima de coincidencias sobre ruedas.