Esta semana he terminado de aprender, y comprender, la terminación de una de las piezas del puzle de mi vida espiritual.
Creo firmemente que la vida en Dios de nuestra alma no es una intelectualización o una simple lectura de pensamientos de otrxs que han recorrido el camino. Creo que esas experiencias son guías riquísimas y constructivas pero que las piezas de nuestro puzle interno acaban cuando esas palabras se hacen carne. Cuando se hacen VIVENCIAS.
“¿Quién dice la gente que soy yo? … y vosotros ¿Quien decís que soy?” dice Jesús.
Nuestra propia confesión de fe radica en nuestra vivencia y camino recorrido en Dios.
Esta semana he terminado de comprender.
Ante las situaciones imprevistas de la vida, en un inicio, las vivía con pesadumbre y hasta creyendo que había hecho algo “malo”. Fui creciendo y comprendiendo que en esas experiencias se encerraba el secreto de una prueba que debía sortear donde se ponía en evidencia si había aprendido de Dios hasta el momento y que Dios poda a la vid para que dé fruto. En una época pedía consolaciones y en otra solo la sabiduría para atravesarla. Luego se me concedió la paciencia y la estabilidad mientras las surcaba. Pero igualmente todavía no aparecía la aceptación total de tales vivencias aunque si la percepción de que Dios estaba en medio de todo aquello.
En los últimos años simplemente las cogía como aprendizaje y hasta una pequeña indiferencia como si fuera ya rutina en este “valle de lágrimas”. Pero de una forma sutil mi alma sabía que aun faltaba algo para que pudiera aceptar de corazón la vivencia que trae esos dolores o sufrimientos.
La respuesta para completar esta pieza de puzle de mi vida espiritual me lo han dado unos indígenas originarios de Kenia: los Kikuyus.
Ellos cuando algún imprevisto los asola simplemente piensan en su dios Ngai y dicen: “Dios nos ha visitado” y colocan sus manos a la obra para hacer lo necesario y aprender de la situación, acomodándose y cambiando lo que sea necesario para que la situación se encamine. Muchas veces la situación se encamina en una nueva dirección y, dócilmente, ellos la aceptan y caminan por ese nuevo camino.
Parece algo simple, como idea, pero como vivencia se necesita de una mansedumbre de corazón. No siempre queremos cambiar el camino, aquello que es conocido, ni en ideas ni en sentimientos ni en acciones. Pero eso es lo que se necesita hacer cuando “Dios nos ha visitado”. Y a esto ellos, los kikuyus, le suman la alegría.
No niegan el sufrimiento que trae la experiencia sino que su atención está depositada en que la misma es una presencia de Dios y que Dios no siempre viene de visita ni se hace presente.
Esta semana he terminado de comprender, aprender y vivenciar que la alegría es la “perfecta” respuesta a las visitas de Dios en lo imprevisible.
A partir de ahora ante los huracanes, terremotos y tempestades del alma, y de la vida, simplemente pienso: «Dios me ha visitado» … y sonrío.