El cuarto evangelio pone en boca de Jesús estas acertadas palabras: “me han odiado sin motivo” (Jn 15,25). Jesús mismo, según este evangelio, explica la razón de este odio sin motivo: “haber hecho obras que no ha hecho ningún otro”. En efecto: cuando uno solo hace el bien, rechazarle parece el triunfo de la sin razón. El odio, como el amor, es ciego, pero de diferente manera: mientras el amor disculpa sin límites porque “no toma en cuenta el mal” (1 Cor 13,5), el odio, viendo las buenas obras, es incapaz de ver el más mínimo bien.
Si alguien tiene motivos para odiar es precisamente el que es odiado sin motivo. Pues bien, Jesús nunca devuelve mal por mal, al ser insultado no respondía con insultos, al padecer no amenazaba (1 Pe 2,22). Para que esto fuera posible “dio en sí mismo muerte al odio” (Ef 2,16). Solo así es posible parar el odio: cuando uno lo mata en sí mismo. O mejor aún, cuando uno no lo deja entrar en su vida. Para no dejarlo entrar, Jesús llevaba puesta la coraza del amor (cf. Ef 6,14-16). Como el odio no estaba en su vida, era imposible que odiase. De Jesús sólo sale amor.
Dar muerte al odio, llevar puesta la coraza del amor: evidentemente se trata de metáforas, pero son muy significativas, porque responden a una actitud determinante de la vida de Jesús. En él resplandecía el Amor del Padre que invadía su vida. Así se explica que en la muerte de Jesús resplandezca una gran luz, que contrasta todavía más frente a la gran oscuridad que envuelve a los que le matan. Este modo de morir tiene como resultado la paz, porque al no haber ningún asomo de odio, puede derribar todos los muros que separan a los pueblos (Ef 2,14).
Desgraciadamente, Jesús sigue siendo crucificado en tantas personas que llevan su imagen. ¿Cómo explicar a los crucificados de la tierra que solo si matan en sí mismos el odio será posible la paz? Más difícil aún: ¿cómo explicar a los crucificadores el sin motivo de lo que hacen? La pasión de Cristo continúa. Sospecho que continuará mientras haya seres humanos sobre la tierra. La cuestión entonces es: ¿de qué lado me pongo yo?, ¿con quién quiero identificarme, con los que odian sin motivo o con los que matan en sí mismos el odio?
Martín Gelabert Ballester, OP (www.nihilobstat.dominicos.org)