A continuación haremos algunas observaciones a propósito de las condiciones
externas de la oración: duración, momentos, posturas, lugares adecuados.
Por supuesto, no se les debe atribuir una importancia excesiva, pues en ese caso
haríamos una técnica de la vida de oración, o nos concentraríamos en lo que no es
esencial, lo que sería un error. En principio, se puede hacer oración con la santa libertad de los hijos de Dios: no importa cuándo, no importa dónde y con una gran variedad de actitudes físicas. Sin embargo, no somos espíritus puros, somos seres de carne y hueso, condicionados por el cuerpo, el espacio y el tiempo. Y cuando en ocasiones el espíritu es incapaz de rezar, afortunadamente el «hermano asno» puede venir en su ayuda y, de algún modo, puede suplir con una señal de la cruz, con una actitud de prosternación, con los movimientos de la mano sobre las cuentas del rosario…
TIEMPO
El momento para hacer la oración
Cualquier momento es bueno para hacer oración pero, dentro de nuestras posibilidades, tratemos de dedicarle los momentos más favorables: aquellos en los que el alma está relativamente fresca, no agobia da todavía por preocupaciones inmediatas, en condiciones de no vernos interrumpidos cada tres minutos, etc. Una vez dicho esto, no siempre disponemos de tiempo para elegir el momento ideal. La mayoría de las veces nos vemos obligados a aprovechar los escasos momentos propicios que nos conceden nuestros compromisos.
Si es posible, hay que saber aprovechar la gracia propia de determinadas
circunstancias. Ciertamente, el tiempo que sigue a la Eucaristía es un momento
privilegiado para la oración. Este punto nos parece importante: es preciso luchar para que la oración sea un hábito, que no sea una excepción, ese momento que se saca con gran esfuerzo de entre otras actividades, sino que forme parte del ritmo normal de nuestra vida y que su lugar en ese ritmo no se discuta jamás. La fidelidad (tan esencial, como hemos visto) se verá extraordinaria mente beneficiada. La vida humana se compone de ritmos: ritmo del corazón, de la respiración, del día y de la noche, de las comidas, de la semana, etc. La oración debe formar parte de esos ritmos para convertirse en una costumbre, tan vital como todas las que constituyen nuestra existencia. La costumbre —en oposición a la rutina— no debe entenderse como algo negativo, al contrario, es la facilidad de hacer naturalmente una cosa que al principio exigía lucha y esfuerzo. El lugar que Dios ocupa en nuestro corazón es el que ocupa en el ritmo de nuestra vida, de nuestras costumbres.
La oración ha de llegar a ser la respiración de nuestra alma.
Añadiremos que el ritmo fundamental de la vida es el del día. Siempre que sea posible, nuestra oración debe ser cotidiana.
Tiempo dedicado a la oración
Algunas observaciones sobre el tiempo dedicado a la oración. Debe tener una
duración adecuada. Dedicar cinco minutos a la oración no es dar nuestro tiempo a Dios: se conceden cinco minutos a cual quiera del que deseamos desembarazarnos. Un cuarto de hora es el mínimo estricto. Y quien tenga la posibilidad, no debe dudar de hacer una hora diaria, como veremos más adelante.
Sin embargo, es preciso evitar ser demasiado ambicioso al fijar la duración de la
oración, so pena de hacer más de lo que nos permiten nuestras fuerzas y dar lugar a descorazonamos. Más vale un tiempo relativamente breve (veinte minutos o media hora) empleado fielmente cada día, que dos horas de vez en cuando irregularmente.
Es importante fijar un tiempo mínimo para la oración y no abreviarlo (salvo en
casos excepcionales). Sería un error fijarlo según el placer que encontremos en ella.
Cuando empieza a ser un poco aburrida, la dejamos. En algunas ocasiones, si surge el cansancio o una excesiva tensión nerviosa, puede ser conveniente detenernos. Por regla general, si queremos que la oración dé sus frutos, hay que atenerse fiel mente a un tiempo mínimo y no ceder a la tentación de recortarlo. Además de que la experiencia nos de muestra que, frecuentemente, el Señor nos visita y nos bendice en los cinco últimos minutos, mientras que durante el resto del tiempo hemos estado «sin sacar nada», como le sucedía a San Pedro en la pesca.
LUGAR
Dios está presente en todas partes y se puede re zar en cualquier lugar: en una
habitación, en un ora torio, delante del Santísimo Sacramento, en el tren y hasta en la cola del supermercado.
En la medida de lo posible, conviene buscar un lugar que favorezca el silencio y el
recogimiento, la atención a la presencia de Dios. El lugar preferible es una capilla con el Santísimo Sacramento, sobre todo si está expuesto, para aprovechar la gracia de la Presencia de Dios.
Si hacemos la oración en casa, tratemos de encontrar un rincón adecuado y
tranquilo, con alguna imagen de la Virgen o el Crucifijo, y todo lo que pueda ayudarnos.
Necesitamos los signos sensibles; por ese motivo el Verbo se hizo carne, y haríamos mal en desdeñar esas cosas, en no rodeamos de unos objetos que ayuden a nuestra devoción.
Cuando se hace difícil, una mirada a esta imagen nos permite situamos de nuevo en la presencia de Dios.
Así como hay un tiempo para la oración, debe haber un espacio dedicado a ella en
cada casa. Hoy, muchas familias sienten la necesidad de tener una habitación o un
rincón que sea una especie de oratorio. Y es bueno tenerlo.
LA POSTURA
¿Cuál es la postura aconsejable para hacer oración?
No es importante en sí. Como ya hemos dicho, la oración no tiene nada que ver
con el yoga. Depende de cada uno, de su estado de salud, de su cansancio, de lo que le convenga personalmente. Podemos hacer oración sentados, de rodillas, postrados, en pie o acostados.
Sin embargo, aparte de este principio de libertad, las dos sugerencias siguientes
nos pueden ayudar.
Por una parte, es preciso que la actitud adoptada para la oración nos permita
cierta estabilidad, cierta inmovilidad. Que favorezca el recogimiento, permita respirar tranquilamente, etc. El hecho de estar mal instalados nos obliga a cambiar de postura cada tres minutos y, evidentemente, eso no favorece la disposición de plena presencia de Dios, esencial en la oración.
Y a la inversa, tampoco conviene que la posición corporal sea demasiado relajada.
En efecto, si en la base de la oración figura el ejercicio de atención a la presencia de
Dios, la posición del cuerpo debe permitir y favorecer esa atención, que no debe ser una tensión, sino la orientación del corazón hacia Dios.
A veces, cuando aparece la tentación de la pereza o de la relajación, una mejor
posición corporal es decir, mas representativa de una búsqueda y de un deseo de Dios — de rodillas en un reclinatorio y con las manos abiertas, por ejemplo—, nos permite encontrar mas fácilmente la atención hacia Él también ahí podemos utilizar suavemente al «hermano asno» poniéndolo al servicio del alma.
(Tiempo para Dios, Jacque Phelippe)