La práctica de la presencia de Dios, según las cartas del hermano Laurent de la
Résurrection (1614-1691)
La práctica más santa y más necesaria en la vida espiritual es la presencia de Dios,
que consiste en complacerse y acostumbrarse a su divina compañía, hablando
humildemente y entreteniéndose amorosa mente con El en todo momento, sin reglas ni medida; sobre todo en época de tentaciones, de penas, de aridez, de disgusto e incluso de infidelidades y pecados.
Hemos de esforzamos continuamente en que nuestras acciones sean a modo de
pequeñas conversaciones con Dios, descomplicadas, como procedentes de la pureza y la sencillez de corazón.
Hemos de actuar ponderadamente y con mesura, sin el ímpetu y la precipitación
que indican un espíritu disperso. Trabajemos con serenidad y amor junto a Dios,
rogándole que le complazca nuestro trabajo y, gracias a esta continua presencia de Dios, romperemos la cabeza del demonio y haremos caer las armas de sus manos.
Lo mismo durante nuestro trabajo que durante nuestras lecturas, también
espirituales, durante nuestras devociones externas y nuestras oraciones vocales,
detengámonos por unos instantes con la mayor frecuencia posible para adorar a Dios desde el fondo de nuestro corazón y, de paso y como en secreto, pedirle ayuda, ofrecerle nuestro corazón y darle gracias.
¿Puede haber algo más agradable a Dios que, miles de veces al día, abandonemos
a todas las criaturas para retiramos y adorarle en nuestro interior?
No podemos ofrecer a Dios mayor homenaje de nuestra fidelidad que el de
renunciar y despreciar miles de veces a la criatura para gozar durante un solo instante del Creador. Esta práctica destruye poco a poco el amor propio que sólo subsiste entre criaturas y del que nos libran insensiblemente esos frecuentes regresos a Dios…
Para estar con Dios no es necesario estar siempre en la Iglesia. Podemos hacer de
nuestro corazón un oratorio en el que nos retiremos de vez en cuando para conversar con El. Todos somos capaces de esas conversaciones familiares con Dios: basta elevar ligeramente el corazón, escribe el hermano Laurent, cuando aconseja ese ejercicio a un caballero: un pequeño recuerdo de Dios, una acto interno de adoración, aunque sea corriendo con la espada en la mano. Oraciones que, por cortas que sean, son sin embargo muy agradables a Dios y que, lejos de hacer perder el valor en las ocasiones más peligrosas, lo fortalecen. Recuérdelo el mayor número de veces posible: este modo de rezar es el más adecuado y necesario para el soldado, expuesto continuamente a los peligros de la vida y con frecuencia, de su salvación.
Este ejercicio de la presencia de Dios es extraordinariamente útil para hacer bien
la oración, pues [*117] impide que la mente emprenda el vuelo durante la jornada y la mantiene exactamente junto a Dios, de modo que le resulta más fácil permanecer tranquila durante la oración…
(Extracto del libro L’ expérience de la présence de Dieu, Fr. Laurent de la Résurrec tion, Le Seuil).