La oración del corazón

En la tradición cristiana oriental, especialmente en Rusia, la vía para entrar en la
vida de oración es la «Oración de Jesús» u Oración del Corazón. A lo largo de estos
últimos años, esta piadosa tradición se ha extendido por Occidente, conduciendo a
muchas almas a la oración interior.
Consiste en la repetición de una breve fórmula del tipo: « Jesús, Hijo del Dios
vivo, ten piedad de mí pecador!»; la fórmula empleada debe incluir el nombre de Jesús,el nombre humano del Verbo. Esta forma de rezar está ligada a toda una hermosa espiritualidad del Nombre que encuentra sus raíces en la Biblia; es, pues, una tradiciónmuy antigua.
Testigo de ello es, entre otros, San Macario de Egipto, en el siglo IV: «Las cosas más ordinarias le servían de signo para elevarse a las sobrenaturales.
Recordaba a San Pacomio una costumbre de las mujeres orientales: «Cuando yo era niño, las veía masticar betel para volver dulce su saliva y eliminar el mal olor de la boca. Así debe ser para nosotros el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo: si masticamos ese nombre bendito pronunciándolo constantemente, El aporta a nuestras almas completa dulzura y nos revela las cosas celestiales; El, que es el alimento de la alegría, la fuente de la salud, la suavidad de las aguas vivas, la dulzura de todas las dulzuras; y aleja del alma cualquier mal pensamiento ese nombre del que está en los Cielos, Nuestro Señor Jesucristo, Rey de reyes, Señor de todos los señores, celestial recompensa de los que le buscan de todo corazón».»
La ventaja de esta clase de oración es que es pobre, sencilla, basada en una
actitud de gran humildad. Y Oriente es testigo de que puede conducir a una intensa vida mística de unión con Dios.
Puede ser empleada en cualquier lugar y momento, incluso en medio de las
ocupaciones y conducir así a la oración continua. Generalmente, se va simplificando con el tiempo y termina por no ser más que una invocación del Nombre: «Jesús», o algo muy breve: «¡te amo!», «¡piedad!», etc., según lo que el Espíritu sugiera personalmente a cada uno.
Y sobre todo —pero esto es un don gratuito de Dios y en ningún caso puede
«forzarse»— desciende «de la inteligencia al corazón»; al mismo tiempo que se
simplifica, se interioriza, de modo que llega a ser casi automática y permanente, como una especie de inhabitación constante del Nombre de Jesús en el corazón. El corazón reza sin cesar llevando ese Nombre con amor. Y en cierto modo, se acaba viviendo permanentemente dentro de él en compañía del Nombre de Jesús, Nombre del que proceden el amor y la paz. «Es tu nombre un perfume que se difunde» (Cant 1, 3).
Evidentemente, esta «oración de Jesús» es una forma excelente de oración
aunque no todos son capaces de hacerla, al menos en la forma que hemos descrito. Eso no impide, ciertamente, que sea muy recomendable orar llevando el nombre de Jesús en lo más profundo del corazón y de la memoria, pronunciándolo frecuentemente, pues por ese medio nos unimos con Dios: el nombre representa, o más bien hace presente, a la Persona.
El peligro de la «oración de Jesús» consiste en forzar las cosas: en la obligación de
una repetición mecánica y agobiante que daría lugar a una tensión nerviosa. Ha de
practicarse con moderación, con suavidad, sin forzar, sin pretender prolongarla más allá de lo que Dios concede, y dejándole, si así lo quiere, el cuidado de transformarla en algo más interior y más continuado. No hay que olvidar el principio que hemos enunciado desde el comienzo: la oración profunda no es el fruto de la técnica, sino una gracia.
(Tiempo para Dios, Jacque Phelippe) 

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