La persona espiritualmente madura ha personalizado su visión cristiana a través de una experiencia viva y no una ideología, «pidiendo que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, le dé espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de El. Su oración es que los ojos del corazón sean iluminados, para que saber cuál es la esperanza de su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para los que creemos» (Ef 1, 17).