Todos necesitamos alguien que nos dé «kañita».
Frase que alguien voceó un cóctel inaugural de GMadrid Sports.
¡Otra de aviones!
Hablaba hace unos días con un aeromozo conocido. Quizá unos trabajos son más gais que otros, nuestros azafatos abundan.
―He estado esta mañana en la peluquería. Y hace diez días, lo mismo.
―¿Y eso?
―Es que a los azafatos nos crece más el pelo que al común de los mortales.
―¿De verdad? ¿Y eso?
―Creo que es por las radiaciones. Ahí arriba, a diez kilómetros de altura, a pesar de que trabajamos dentro de una tubería de metal, nos impactan más radiaciones del espacio, la piel se defiende. Nos crece más el pelo.
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¡Qué lista, nuestra biología, eh? Al final os pongo las radiaciones que sufrís al viajar en avión. No os asustéis, no mucho más intensas que las una radiografía. Exponernos al sol nos pone morenos. Expuestos a una «dieta» de malas noticias en medios informativos se nos agria el carácter, nos volvemos cínicos, encallece el ánimo.
Y por esto nos gusta exponernos al sol que mejor nos calienta, a lo que nos plazca. Otros lo llaman ahora zona de confort. Que yo casi prefiero llamarla zona no hostil. Aquí tenéis una noticia aparecida acerca de los aeromozos gais de Air France en la línea de Teherán.
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Eludo cuidadosamente algunas oportunidades. Con un suave gesto de mi mano izquierda, que no llega a ver mi ojo derecho, aparto la ocasión de exponerme a eso. Es justo la definición de prejuicio. Un juicio previo que le hago al sujeto, al acusado, antes de que él se me exponga delante.
Claro, prefiero exponerme a lo que yo sueño que me irradiará un bronceado precioso.
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Pero evito lo otro. Como quienes no viajan a un sitio porque ya sé lo que me voy a encontrar. No sea que me ponga rojo cangrejo y me despelleje, no sea que me salga el melanoma. No sea que se me desborde el corazón. Para que no sienta, aparto los ojos.
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El exc£usivo bario de Hampstead en Londres, tal vez el más pijho del planeta. Allí estarás expuesto a un cierto aire, a unas miradas, a determinados sonidos y píos de pájaro. Pero también puedes ir a otro lugar. Aquí tenéis ocho pequeños infiernos del mundo. Aquí en Madrid tenemos nuestra cañada Real, donde viven ocho mil personas. La parroquia de Santo Domingo de la Calzada, una de mis favoritas de mi ciudad. Al lado del vertedero de Valdemingómez.
Allí estarás expuesta a otros sonidos y palabras, a otros aires y humos. También ellos estarán expuestos a ti.
Clay Johnson ha publicitado el concepto de dieta informativa en The Information Diet. Pero a mí me gusta más el concepto de exposición. La dieta supone que tú algo eliges de entre lo que hay, o tienes, o te dan; mientras que la exposición resulta más silvestre, espontánea.
Soy un álabe de turbina. Vivo en el día de la marmota: doy vueltas sin parar y nunca llego a ningún sitio. Estoy hecho de un metal resiliente y maravilloso, pero ignoro por qué me tratan mal. Vivo en una cámara de compresión ¡y encima me duchan con queroseno ardiente! A mi lado otros álabes sufren como yo, ardiendo sin sentido. Un día, detenidos en aeropuerto, se posó una paloma en la turbina -a esta no la absorbimos- y dijo:
Tus tristezas ardientes,tus giros rápidos hacia ningún destino, son la alegría del viajero, que sí llega pronto al suyo, fresco y lozano.
En Madrid a veces estamos expuestos a una gran nube tóxica de contaminación. La herencia que los padres no deberían dejar a sus hijos, ni nosotros a nuestros sobrinos: un montón de humo, basura y rencor. Sería bueno que la exposicion, como la dieta que menciona Clay, se pudiera elegir. Ser como un ángel serendípico y poner a la gente expuesta a ciertas cosas.
―Para las chavalitas discotequeras teenagers. Que acaben expuestas a ancianos.
―Para un cincuentón descreído: que la serendipia le ponga expuesto a situaciones que… ¡nunca antes en sus veinte mil días vividos!
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A ver, sinónimos que me salgan: elidir, volver la espalda ―ni tan siquiera miro por encima de mi hombro― irme por el foro, ponerme un chaleco de plomo, sonreír pero escapar. Ponerme gafas de sol a todas horas. Tapones oídos. Sé de gente que para salir de casa en su edificio con varios vecinos abre sigilosamente la puerta comprobando que no va nadie por la escalera, para no tener que exponerse a saludar. Puede que hasta yo.
―Para una conocida estrella de los medios, expuesta a la calma de un geriátrico.
―Para un ladronzuelo de poca monta, expuesto a las artes de un defraudador banquero de clase alta y corbata de seda.
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―Para un obtuso algo ignorante, expuesto durante dos horas en un ascensor sin electricidad con alguien de CI 150.
―Para un heterosexual provisto de miedos. Expuesto a la amistad de un gay «heterofriendly» en la mesa de un festín de boda.
―Para un pretencioso juntaletras de blogs como este tal Francisco___, exponerlo a una vida sin internet en los vertederos de alguna ciudad pobre lejana olvidada.
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―¡Qué bien se está aquí! Por las ventanillas, ahí abajo se ve el mundito, pequeño, con sus barros, lejos. ¿Podemos hacer una tienda de campaña y quedarnos?
―No señor. En media hora aterrizamos.
―Sírvame otra copa, por favor.
―¿Seguro?
Alcanzar alturas místicas es un estimulante pilotaje, pero es un medio. No un fin, un medio para llegar más lejos, a más hermanos lejanos. Para dejarnos ayudar por ellos, o para ayudarlos. Para exponernos a ellos. Teología del encuentro.
Además, en el vocabulario místico desde hace algunos años se viene prefiriendo usar el concepto de profundidad, que no el de altura.
A vuestros amigos ¡ateosAgnósticosSinDiós! [ pronúnciese puños altos, dientes apretados pero sonriendo ] podéis decirles que si no se quieren exponer a un sagrario ―asterisco abajo― o a una capilla, al menos que se expongan al Dios de Schrödinger: existe / no existe, al mismo tiempo existe y no existe. Esto a Parménides no le gusta, ni a mí, pero… ¡Bueno!
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―Un corredor de maratón expuesto al polvo de la sala de lectura de una biblioteca.
―Una mujer apaleada por su pareja, ya curada y expuesta al polen de una soleada huerta.
―Otros ejemplos que se te están ocurriendo son mejores que estos míos.
Las iglesias no se llenan, todas. Los fieles tienen mucho pelo blanco ―¿le vieron las orejas al lobo, y por eso ahí están?― Distractores, distractores. Durante siglos la vida cotidiana occidental tenía pocas distracciones . Y el concepto/ pensamiento/ experiencia/ de Diosa-Dios era congruente, razonable. Los chavalotes iban sin problemas al seminario. Hoy millones de pantallillas y distractores cotidianos convierten a Diosa-Dios en incómodo, china en el zapato. Somos muchas Martas distraídas con tareas y jobs ridículamente fofas que nos distraen de Lo Más Importante.
Las naves de templos se llenaban pero ahora nos apeamos de ellas. La iglesia nos dio un gran viaje, nos llevó a la Gran Cultura, la modernidad progresista. Paradójicamente en ese destino al que nos llevó la nave hubimos de despreciar a la nave misma y hasta su aeropuerto. Las quemamos. El viaje largo y fecundo que con ella hicimos despreciado, ninguneado. Y al darnos de bruces contra otras culturas que no han hecho tan buenos y largos viajes… no puedo terminar la frase.
¿Por qué deberíamos volver, entrando a viajar en las naves? Porque aún nos quedan pendientes más viajes, maravillas donde ir. Como esas gentes a las que envidiamos y que se pasan la vida viajando [ la penitencia del escáner rayos equis, esquivar las luces de los duty-free resplandecientes, buscar tu puerta de embarque ] Viajar hacia el País de Jesús, su Reino Nave, que nos lleve lejos. Regalar billetes a nuestros amigos. Esos entrañables mastuerzos atornillados a su miedo a volar.
* Es que veo en la hemeroteca de ABC su frase para nombrar una custodia expuesta, decían quedando su Divina Majestad de manifiesto. Bueno, aquí tenéis las fuentes habituales de radiación; y más.
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Gracias por leerme, y decidme si algo os molestó.