Abraham insistió: «Una vez más, me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Tal vez no sean más que veinte justos los que haya en la ciudad». «No la destruiré en atención a esos veinte», declaró el Señor. «Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no se enoje si hablo por última vez. Quizá sean solamente diez». «En atención a esos diez, respondió, no la destruiré».
Mi Señor, ¿Y si sólo hubiera uno? ¿La destruirías? ¿Y si no hubiera ninguno? ¿La destruirías? Querido mío y querida mía: si no hubiera ninguno, no la destruiría, en atención a que al menos hubiera uno que se arrepintiera y quisiera ser feliz.