INTRODUCCIÓN
Abordamos ahora la principal pregunta a la que hemos de intentar responder. He
decidido dedicar media hora o una hora diaria a la oración; ¿qué debo hacer? ¿Cuál es elmejor modo de emplear ese tiempo de oración?
No es fácil responder por varias razones.
En primer lugar, porque las almas son muy distintas. Hay más diferencias entre las
almas que entre los rostros. La relación de cada alma con Dios es única y, por lo tanto, también su oración. No se puede trazar un camino, un modo de obrar que sirva para to dos; eso sería una falta de respeto a la libertad y a la diversidad de los itinerarios espirituales. Bajo la moción del Espíritu y en libertad, cada creyente ha de descubrir las vías por las que Dios desea conducirle.
En segundo lugar, hay que saber que la vida de oración está sujeta a etapas, a
evoluciones. Lo que sirve en cierto momento de la vida espiritual, no sir ve en otro. La conducta que se ha de seguir en la oración puede variar según estemos al comienzo del camino o si el Señor ya ha comenzado a introducir nos en ciertos estados particulares, en ciertas «moradas», como diría santa Teresa. En ocasiones habrá que actuar; en otras, limitarse a recibir. A veces hay que descansar, y otras será necesario luchar. En fin, es difícil describir lo que se vive en la oración, que incluso suele quedar más allá de la con ciencia clara del que ora. Se trata de unas realidades íntimas, misteriosas, que el lenguaje humano no puede llegar a concretar. No siempre disponemos de palabras para expresar lo que ocurre entre el alma y su Dios.
Añadiremos, además, que todo el que habla de vida de oración lo hace a través de
su experiencia, o de lo que ha constatado por lo que le han confiado otros. Todo queda muy limitado a causa de la riqueza y diversidad de las posibles experiencias.
A pesar de estos obstáculos, abordaremos el tema esperando sencillamente que el
Señor nos permita ofrecer algunas indicaciones que, si en ningún caso han de
considerarse como respuestas infalibles y completas, podrán ser, sin embargo, una
fuente de luz y de ánimo para el lector de buena voluntad.
(Tiempo para Dios, Jacque Phelippe)