Con asombro, Señor, oigo que me das las gracias. Y yo respondo, «¿gracias? ¿pero por qué, mi Señor». Y oigo tu respuesta: «Gracias por todo lo que eres para mí, lo mismo bajo el sol que bajo la lluvia». Gracias por aceptar mi amor ilimitado. Gracias por dejar que yo te cuide y venga en tu ayuda. Gracias por descargar sobre mí tus aflicciones. Gracias por dejar a un lado tu pasado y olvidar todo su peso, creyendo que yo te he perdonado de verdad todos tus pecados y no me acuerdo ya de ellos. Gracias porque adviertes y me agradeces los dones que te he dado. Gracias por estar un rato conmigo, por volverte de vez en cuando hacia mí y ofrecerme tu sonrisa. Gracias porque te fías tanto de mí, que dejas en mis manos el futuro de tu vida» (Juana Metzner).