El domingo pasado cuando fui a misa, un sacerdote joven que estaba celebrando se dirigió a la gente tras la comunión de la misa. Invitó a aquellos que no habían ido a comulgar y que quisieran recibir la bendición se acercaran. Se acercó una chica joven, luego una señora mayor, un niño pequeño, un señor, una madre. Les imponía las manos a cada uno dándoles la bendición. De fondo el coro cantaba como solía hacer en ese momento de la misa: «Recíbeme, con todo lo que tú pusiste en mí, con todas esas ganas de vivir. Con toda mi miseria». No puedo negar que me impactó. Me vinieron a la cabeza algunos nombres. Un gesto de acogida que vale más que mil palabras.