Hace unos días fui a una excursión de un grupo de profesionales jóvenes. Hizo un día precioso, fue una experiencia de compartir, de encuentro fraterno. Algunos bromeaban conmigo preguntando que qué hacía en jóvenes, porque era el «más viejo» del grupo. Un par de días antes escribía a los organizadores para que me buscaran un hueco para irme con alguien en coche o para llevar yo coche y que alguien se viniera conmigo. La noche de la víspera me entraron dudas de si sería bien recibido, de si no sería un «estorbo», de ¡a ver cómo ubicamos a este! Pensé que quizá lo mejor que podría haber hecho es no haberme apuntado a la excursión para «no molestar». Me dejó un mensaje una de las organizadoras para que nos fuéramos juntos. Aquella noche me visitaron mis fantasmas del abandono. Sólo me visitan a mí, no tienen que ver con la gente que me rodea. Cristo Jesús, mi luz interior. No permitas que les haga caso. Al fin y al cabo no son más que eso: fantasmas.