Cuando preparo una oración para un grupo de personas, pongo textos y reflexiones que han pasado por mí, me han conmovido, las he hecho mías. Al compartirlas me siento un tanto desnudo, abierto, expuesto. En el transcurso de la oración hay veces en que todo el mundo se queda callado. No se oyen los usuales cambios de postura, el giro de las hojas de papel, los susurros de comentarios entre personas, los móviles y relojes, los pasos de personas que llegan tarde. Cuando se logra ese silencio, tras leer una frase, un salmo, una lectura, se produce un momento de conexión, de sincronización: todo el mundo está en silencio. No se oye nada, ni una mosca, ni un chasquido. Posturas meditativas, corazones en vilo, ausencia de pensamientos. Por fin se escucha el silencio y un fluido invisible nos envuelve y conecta.