Santa Teresa de Jesús desarrolló un fuerte sentimiento de empatía hacia los demás y hacia Jesús de Nazaret. Ya desde joven, incluso antes de ser monja, movíase su espíritu por las noches, antes de dormirse, para acompañar a Jesús junto al huerto de los olivos. Pensaba ella para sí, que aunque no fuera quizá la mejor compañía, no podía dejar solo a Jesús desolado, sudando sangre, en momento tan duro y crítico. Plenamente consciente de su humanidad limitada y sintiendo fuerte empatía hacia él.