El primer fin de semana de octubre fue dedicado por la Catedral Nacional de Washington a los jóvenes LGTB. Se trata del templo episcopaliano (la rama estadounidense de la confesión anglicana) más importante de los Estados Unidos. Su deán, el reverendo Gary Hall, que siempre se ha caracterizado por su aperturismo e inclusividad, ha querido dejar claro a los jóvenes LGTB cuál es su doctrina respecto a quienes les discriminan: “debemos tener el valor de dar último paso y decir lo que son la homofobia y el heterosexismo. Son pecado. La homofobia es un pecado. El heterosexismo es un pecado”. Hall también quiso evidenciar a quiénes considera los últimos responsables del prejuicio homófobo: “ese prejuicio persiste porque las iglesias cristianas siguen promoviéndolo”.
La Catedral Nacional de Washington quiso con esta conmemoración recordar el 15º aniversario de la muerte de Matthew Shepard, el joven cuya espantosa tortura y posterior asesinato dieron lugar a la modificación de la ley federal de crímenes de odio, para incluir los crímenes cuyo móvil fuera la orientación sexual o la identidad de género de la víctima.
En el sermón ofrecido el pasado domingo 6 de octubre, el deán Hall recordó tanto a Mathew Shepard como al joven Tyler Clementi, que hace tres años se vio abocado al suicidio debido al acoso homofóbico sufrido en su centro universitario. Las madres de ambos estaban presentes en la ceremonia. El sermón comenzaba con las siguientes palabras:
“Este mes hace quince años que Matthew Shepard fue asesinado en Laramie, Wyoming. El mes pasado hizo tres años que Tyler Clementi se suicidó en la ciudad de Nueva York. Matthew tenía 21 años cuando murió, Tyler 18. Ambos jóvenes eran gays. Durante este fin de semana hemos permanecido en la catedral tanto para recordar y honrar a Mattew y Tyler como para comprometernos a estar al lado de los jóvenes LGBT”.
Haciendo remembranza de los días oscuros del asesinato de Matthew, el reverendo Hall estimaba que el progreso experimentado desde entonces es insuficiente y apuntaba con claridad a los responsables:
“Todos los días, a lo largo y ancho de los Estados Unidos, un sinnúmero de niños y niñas anónimos sufren de indignidad, humillación, intimidación y violencia, y sienten que están solos. Y lamento decir que gran parte de la culpa corresponde a nuestras iglesias, que dan cobertura religiosa al último prejuicio cultural que permitimos que persista en nuestra sociedad: la estigmatización de una persona debida a su orientación sexual o identidad de género. Y ese prejuicio cultural contra lesbianas, gays, bisexuales y transexuales persiste incluso en un momento en que un tercio de los programas de televisión cuentan con personajes gays. Ese prejuicio persiste porque las iglesias cristianas siguen promoviéndolo”.
Gary Hall continuaba su sermón haciendo un somero repaso de las discriminaciones e injusticias cometidas por las iglesias en el pasado, desde la segregación dentro de las mismas por razón de raza, apoyando incluso el racismo activo, hasta la profusión de argumentos teológicos para impedir la plena incorporación, en pie de igualdad, de las mujeres. Superados por su confesión aquellos prejuicios, el reverendo detallaba cuál es el siguiente desafío:
“Ahora nos encontramos con la última barrera, a la que podemos llamar homofobia o heterosexismo. Debemos tener el valor de dar último paso y decir lo que son la homofobia y el heterosexismo. Son pecado. La homofobia es un pecado. El heterosexismo es un pecado. Avergonzar a las personas por lo que aman es un pecado. Avergonzar a las personas porque su identidad de género no encaja a la perfección con su idea de lo que debería ser, es un pecado”.
El deán de la Catedral Nacional de Washington concluía con la esperanza de un futuro mejor para las nuevas generaciones:
“Solo cuando encontremos la manera de hablar sin miedo, con valentía y claridad, a los niños LGTB, a sus familias, a sus escuelas, a sus comunidades, será el mundo un lugar seguro para los Matthew Shepard y Tyler Clementi de nuestros días”.
Una iglesia inclusiva
La iglesia episcopaliana, rama estadounidense de la comunión anglicana, es una de las más inclusivas de entre las grandes confesiones religiosas. Ya en 2003 hacía historia ordenando obispo a Gene Robinson, abiertamente gay. Y en 2009 rompía con la moratoria autoimpuesta varios años antes y decidía volver a ordenar obispos y obispas abiertamente homosexuales, así como bendecir a las parejas del mismo sexo. Más recientemente, en el verano de 2012, aprobaba la ordenación de personas transexuales, así como la creación de un rito litúrgico de bendición de las parejas del mismo sexo (aunque los sacerdotes episcopalianos podían desde 2009 bendecir este tipo de uniones, no existía una liturgia definida y cada uno lo hacía a su modo).
En el mes de enero de 2013, el deán de la catedral anunciaba que el templo acogería ceremonias de matrimonio entre personas del mismo sexo. Y como un ejemplo más de esa afinidad con los derechos LGTB, en junio de 2013 las campanas de la Catedral Nacional de Washington repicaban para celebrar la derogación por parte del Tribunal Supremo de la sección tercera de la DOMA, la norma que prohibía a la administración federal estadounidense reconocer los matrimonios entre personas del mismo sexo. (Fuente).