Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo (con otros muchos) es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejar de amar porque le conoce (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 30, 4).